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Domingo, 11 de octubre de 2009

La niña no tan santa

La infancia como lugar prematuro de las pérdidas y educación para la extrañeza de la vida es la materia de una sensible y aguda mirada en la primera novela de Laura Meradi.

 Por LUCIANA DE MELLO

Tu mano izquierda
Laura Meradi

Alfaguara
174 páginas

Todo ha crecido a nuestro alrededor. Ya no hay niños ni en búfalos ni en ninguna otra parte. La extrañeza nos ha alcanzado también a nosotros. Hemos aprendido nada, a mirar la selva, a esperar, a llorar.” Así escribía sobre el dolor, una vez más, Marguerite Duras y desde ahí comienza la lectura –y la escritura– de Tu mano izquierda. Aunque sólo haya elegido la última oración de esta frase de El amante como epígrafe, la primera novela de Laura Meradi está concentrada en estas coordenadas durasianas en torno de la sexualidad y del dolor originado en ese lugar de la infancia, en el que el mundo adulto trata de disfrazar lo que es pérdida. Y desde la silla más incómoda de la mesa familiar, Meradi encuentra la mejor perspectiva desde donde contar ese dolor: una segunda persona singular que conduce un diálogo a doble mano, por un lado se habla a sí misma, agrandando el eco de la soledad de esa niña que es Cecilia –su heroína–, y por el otro se dirige al lector quien, desde un principio, no podrá seguir la historia más que volviendo la mirada a lo que sobrevive de su propia infancia. La narración de Tu mano izquierda está también cimentada desde la marca de lo huérfano, donde esta narradora-personaje no encuentra una sola mirada que se detenga sobre ella. El padre –vendedor de parcelas en un cementerio privado– coquetea con la peluquera de Cecilia quien, sentada frente al espejo, registra cada uno de los movimientos que se suceden a sus espaldas. La madre, penando la infidelidad de su marido y al cuidado de su madre moribunda, olvida las meriendas y las notas del cuaderno de comunicaciones de su hija. La niña Cecilia, en su necesidad de venganza, podrá ser tan cruel como cada uno de ellos. La soledad de esta narradora hace que su relato la vuelva omnipresente, tanto que en algunos momentos la segunda persona se hace primera de manera casi imperceptible. Sin embargo, esta inconsistencia de no ser mirada por nadie es lo que origina su fuerza. Desde la fragilidad se puede ser fuerte y es ahí donde este personaje-narrador de Cecilia evoca a los que crea Hayao Miyazaki en su universo del animé, en las que Chihiro, la adolescente Sophie o el mago Howl encuentran la fortaleza a partir de su mirada, del poder atravesar lo superficial, lo que se desvanece, hasta llegar a la esencia de las cosas. Y esa posibilidad está dada en gran parte por el extrañamiento de la mirada sobre el mundo. La narradora de Tu mano izquierda logra ver las cosas desde ese lugar del no juicio, pero que sin embargo causa malestar e incomodidad frente a lo que revela. “La extrañeza nos ha alcanzado también a nosotros”, parece repetir Duras desde la primera cita. De esta manera, el mundo de los objetos –ese anillo de la suerte al que Cecilia le reza para que su hermano quiera volver a su cama, a la casa paterna de la que se ha ido– se convierte, como en un pase de magia, en una puerta hacia otro lugar. Desde su escritura, Meradi sabe ir al encuentro del lugar que duele, sabe aprehenderlo, hacerlo propio y convertirlo en fuerza.

En Tu mano izquierda sucede también el relato de la sexualidad de una niña, de ese inevitable vínculo que tiene con la culpa del incesto y la búsqueda del propio goce. Mirando a la infancia desde cualquier lugar menos desde la inocencia, Cecilia aprende sobre la anatomía del amor y del placer. Gracias a las historietas porno de las revistas Eroticón de su hermano, el embarazo con el que su madre retiene a su marido y los espejos que usa para mirarse la entrepierna, la narradora llega a la irónica y justa conclusión de que “el corazón es un culo”.

En la novela se revelan también las fisuras y las contradicciones de la clase media argentina en ascenso a principios de la década del ’90. Mientras el olor a auto nuevo reconforta a la familia en su disfuncionalidad, el padre sólo logra llorar cuando Goycochea no ataja el penal que nos deja afuera de la Copa y ese mismo día su hijo mayor decide que ya no va a regresar más de su viaje a Europa.

En Tu mano izquierda, la narración no busca consuelo, ni un lugar donde encontrar reparo: va directo a las grietas, a esa mano izquierda llena de verrugas a las que Manuel trata de esconder mientras su hermana quiere contarlas una por una, poder tocarlas con la punta de sus dedos cuando le pide, para dormirse, que le dé la mano del otro lado de su cama. Aunque Cecilia comprenda que muy pronto ya no habrá ninguna mano de la cual sujetarse, sólo la propia, esa mano con la que recién ha aprendido a dibujar las letras, a reordenar el sentido, esa mano que de ahora en más volverá una y otra vez al lugar de la escritura.

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