libros

Domingo, 18 de octubre de 2009

Un maldito del vecino país

Arrancó en los años ’80 como el gran destructor de los mitos y vacas sagradas de Uruguay. Las llamadas, las comparsas, la visión idílica de Montevideo, Colonia y Cabo Polonio, fueron sus víctimas favoritas. Después de apariciones estelares en antologías latinoamericanas y varios libros de alto voltaje narrativo, la escritura de Gustavo Escanlar pareció irse adelgazando hasta estar varios años sin publicar. Ahora amenaza con volver con La alemana, un reacomodamiento entre la vieja y nueva narrativa oriental.

 Por Martín Pérez

Todos saben en el barrio que las llamadas no sirven para nada, que son un invento para transar y curtir y robar guita dándoles estampitas a los turistas, a los universitarios, a los ex comunistas que curran de publicistas, a las nenitas de la Católica, a los cantantes populares.” Así, casi sin anestesia, cargándose a una de las más sagradas tradiciones del folklore uruguayo desde el mismísimo comienzo de su último libro, es como se vuelve a presentar en sociedad Gustavo Escanlar, el último uruguayo maldito, pero cuyo malditismo excede lo meramente literario. Porque se podría decir que Escanlar es más bien un maldito uruguayo, uno maldecido especialmente por gran parte de sus congéneres, por su obsesión por cargarse cuanta vaca sagrada se le cruce en el camino, ya sea las llamadas que anticipan el Carnaval o escritores devenidos monumento nacional como el mismísimo Mario Benedetti.

Algo que ha hecho, más que en la literatura, tanto en su trabajo en televisión como en radio. Y es una (mal)sana costumbre que lo ha terminado convirtiendo en una pequeña celebridad en el país vecino, tan poco dado a los estrellatos. Un rebelde con causa, indefendible pero también disfrutable en tanto y en cuanto esa condición le permite decir ciertas verdades entre tantas sandeces mediáticas, tanto propias como ajenas. Y que, en última instancia, terminan de darle cierto marco al realismo sucio que encarna su literatura, precursora en eso de otorgarle a Montevideo un perfil que exceda el marco de la condescendiente postal de Buenos Aires unplugged con que se la mira desde este lado del río. Por todo eso es que, justamente, la flamante edición de La alemana debe ser celebrada como un soplo de aire fresco –o rancio, mejor dicho– entre tanto redescubrimiento reciente a la nueva literatura uruguaya, que llega con nuevas estampitas adosadas, listas para usar. Porque para cada Levrero empaquetado y listo para la estampita –ahora que, por supuesto, ya no está para desmentir nada de lo que se diga de él–, hay un Escanlar vivito y coleando, dispuesto a dar batalla. O, al menos, a tomar el dinero y huir, como bien saben hacer sus personajes.

Los primeros en descubrir a Escanlar fueron los chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, que se toparon incrédulos con su primer libro de relatos, Oda al niño prostituto (1993), cuando estaban buscando cómplices para compilar en su McOndo (1996), aquel volumen que pretendía dejar en claro que la vida en las ciudades latinoamericanas estaba más cerca del McDonalds que de Macondo. Pero Escanlar les estaba doblando la apuesta. Y para cuando se quisieron dar cuenta, les estaba asaltando el McDonalds con Estokolmo (1998), su primera novela, protagonizada por una banda de jóvenes delincuentes que escuchan a los Redondos y secuestran a una joven millonaria en una fiesta, aunque ella se suma de buen grado a sus tropelías. Y, por supuesto, las cosas se complican. Porque todo se complica siempre en las veloces y violentas historias de Escanlar, siempre desaforadamente dionisíacas y llenas de secretos callejeros develados, hasta que la marea baja –o sube, depende del punto de vista– y llega el momento de pagar por todo lo que sus protagonistas han tomado, que nadie dijo jamás que iba a ser gratis. Y lo único que queda, bueno, son las historias. Música urbana, al decir del malogrado Renato Russo.

Pero justo cuando se podía suponer que lo mejor de Escanlar aún podía estar por llegar, los ’90 siguieron de largo, y con el fin de la década a su literatura le llegó algo así como su fecha de vencimiento. Apenas un par de apariciones cuentos suyos en sendas antologías continentales –Líneas aéreas (1999) y Se habla español (2000)– fueron las últimas pistas antes que el personaje mediático se comiese al escritor, y Escanlar comenzase a explorar ese Montevideo Bizarro que ya había descripto en sus cuentos, ahora para la televisión.

Suerte de reedición mínimamente corregida de Dos o tres cosas que sé de Gala, publicada originalmente unos cuatro años atrás en el Uruguay, La alemana en realidad retoma historia y personajes de Estokolmo, y –según confesó Escanlar en la presentación porteña del libro– su escritura data de aquellos tiempos. Arranca con un brutal prólogo –o capítulo 0, como se lo bautiza en el libro– que en realidad es un cuento por derecho propio, y de lo mejorcito de su obra (que ya había sido publicado como cuento en Líneas aéreas, bajo el nombre de Una fiesta popular). Y cuenta una historia de dealers influyentes y policías corruptos, de un barrio nada inocente y un poder cínico y manipulador.

“Nunca olviden que Escanlar es fanático de Bukowski y Tom Wolfe por igual, y eso lo convierte en un tipo peligroso”, escribió su contemporáneo Gabriel Peveroni en el prólogo a Dos o tres cosas que sé de Gala. Y agregaba: “Lo convierte en un perfecto cínico, capaz de estar en los dos lados y pasar de todo. Lo convierte, entre otras cosas en uno de los cronistas más filosos de esta ciudad, aunque muchos intelectuales y pichones de intelectuales lo desprecien”.

Es verdad que Escanlar aún debe demostrar que tiene algo nuevo para decir en el nuevo siglo, para poder sumarse por derecho propio al coro de la nueva generación de narradores que ha despuntado en la vecina orilla. Después de todo, lo único que ha escrito en el último tiempo es el cuento 40, publicado en la revista La Mano, un par de años atrás. Pero La alemana es una buena forma de recordar que en literatura siempre hay algo más que estampitas. Y que Uruguay no sólo es la pachorra hippie de Polonio, y que Montevideo es una ciudad que tambien puede ser pura y dura, y no sólo postal. Y mucho menos unplugged.

La alemana
Gustavo Escanlar

Factotum
102 páginas

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