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Domingo, 25 de octubre de 2009

De la crónica y su semilla

Personajes revisitados, personajes anónimos o no tanto. Historias de vida. De la vida real y la vida cotidiana. Leila Guerriero reunió en un volumen las crónicas publicadas en diversos medios de Iberoamérica en lo que va del nuevo siglo, un conjunto de frutos maduros, extraños y apetecibles.

 Por Angel Berlanga

Frutos extraños
Leila Guerriero

Aguilar
400 páginas

Perfiles, crónicas, discusiones personales, reflexiones sobre el oficio de periodista: he aquí lo que podría parecer una forma burocrática de empezar a contar de este conjunto de Frutos extraños, el libro que reúne textos publicados por Leila Guerriero entre 2001 y 2008 en diversas revistas y diarios de Iberoamérica. “Novelas, cuentos, poesía”: si este comentario arrancara así podría hablarse, también, de un sesgo burocrático aunque más prestigioso, porque, dice el lugar común, en términos de escritura la literatura es más mejor que el periodismo. Anota Guerriero: “No creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma del arte”. Y también: “Yo no creo que haya nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para llegar, alguna vez, a escribir ficción. Yo podría morirme –y probablemente lo haga– sin quitar mis pies de las fronteras de este territorio”.

El compromiso pensante y sensible con el oficio, el quehacer, el arte, lo que fuera, suele dar, a lo largo del tiempo, buenos frutos; la extrañeza, quizá, devenga aquí en primer lugar de extremar la experiencia de una suma de miradas que, apuesta y muestra Guerriero, terminan destilando una historia o un retrato personal, nuevo, singular, que proviene, en segundo lugar, de su trabajo con la escritura. Ella lo define en términos de tallado o esculpido, la búsqueda de la figura que encierra el bloque de material. En las lecturas de las crónicas y perfiles de las 300 páginas iniciales pueden intuirse la construcción de la línea, del párrafo, del tramo, del todo; quien consiga durante la lectura abstraerse del relato para indagar en el cómo lo cuenta encontrará en las últimas 50 páginas, las destinadas a las observaciones sobre su oficio, la ampliación en detalle de los puntos de partida y los de llegada, la forma de dar respuesta a algunas preguntas, las búsquedas y las influencias.

En cada texto se aprecia el desafío por mostrar esa cara nueva de algo, de alguien: una reconfiguración de lo que se observa. Los personajes a veces son anónimos o poco conocidos y a la vez emblemáticos: Ale, el joven chino del supermercado del barrio, uno entre miles de inmigrados; el chileno Miguel Cisterna, encargado de reparar el telón del Colón, un trabajador artesano atrapado, como tantos, en el descalabro que el gobierno de Macri está haciendo con el “arreglo” del teatro. En otros casos trata de personajes conocidos: el Gigante González, aquel basquetbolista que pintaba para la NBA y ahora transpira, postrado, frustración en Formosa; Romina Tejerina en la cárcel; el mago René Lavand en su refugio de Tandil; el doctor Jorge Busatto, clon de Freddie Mercury; Facundo Cabral y su leyenda; Alberto Samid y sus carnes; Yiya Murano y sus invitaciones a tomar el té; Homero Alsina Thevenet, su vida y su maestría como periodista. Hay, además, dos textos que componen mundos a partir de oficios y entidades: venta directa (Mary Kay, Avon) y Equipo Argentino de Antropología Forense. “Yo no sé por qué me interesan las historias que me interesan –anota en un texto sobre su propio quehacer, al final–, aunque creo que todas tienen algo en común: se trata de historias que han sido recorridas hasta el hartazgo por diarios y revistas y en las que, a veces, veo un rayo: la sospecha de que, a pesar de todo, queda todo por decir. Y entonces el monstruo de mi curiosidad se despierta y yo ya no soy yo sino un pescador en mar espeso, sin caña y sin anzuelo, sin más estrategia que la pura paciencia y los ojos abiertos.”

En los cuatro textos del apartado Discusiones pueden pescarse, también, decisiones personales que componen una estética: la búsqueda de piante a los mandatos, al Reino del lugar común, en rubros del puro cotidiano, comida, salud, subsistencia, convivencia, condición de mujer, concepción del viaje. El no es un peligro vivo se titula el último escrito de este tramo; es que a partir de negar lo que sí, lo establecido, Guerriero imagina un comienzo, un camino hacia el lado oculto, velado. ¿Por qué no?, se pregunta, entonces, y unos textos fecundan al empezar a buscar respuestas.

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