libros

Domingo, 25 de octubre de 2009

El juego sin final

Hay Cortázar póstumo, redescubierto, harto conocido, disperso, clásico y moderno. Pero nos faltaba asistir aun a la presencia de un Cortázar “inesperado”. Textos encontrados en una cómoda. Cuentos reescritos, relatos primerizos y otros caídos de los Cronopios y Un tal Lucas. Aquí se revisan los pros y los contras de las ediciones sorpresivas.

 Por Juan Pablo Bertazza

Papeles inesperados
Julio Cortázar

Alfaguara
486 páginas

Las historias de Cortázar siempre son dobles. La que parece la historia central generalmente es la secundaria, y viceversa. En ese extraordinario relato que es “La noche boca arriba”, por ejemplo, dicha maquinaria funciona a la perfección: lo más alejado (la escena del sacrificador y el cuchillo de piedra) termina siendo lo real mientras que lo más cercano (la escena en una cama de hospital) termina siendo lo soñado.

Algo similar, y también distinto, sucede con la obra de Cortázar. La Obra y las obras. Así como una edición “definitiva” o una obra “completa” tiende a sumar prestigio y legitimidad al trabajo ya conocido de un autor, con Cortázar hay que cruzar a la vereda de enfrente: sus obras no saben de ediciones definitivas, su obra nunca se cierra.

No sólo porque entre su obra no póstuma hay todavía mucho que (re)leer (especialmente lo que hace al Cortázar crítico) y porque todo el corpus póstumo –incluida su Correspondencia, además de Divertimento, Imagen de John Keats, Dos juegos de palabras y Teoría del túnel, entre otros– es más que atendible sino porque, además, la publicación este año de Papeles inesperados dio a luz un corpus que vendría a ser algo así como un cuerpo póstumo del póstumo, una obra que ¿muestra? lo que el iceberg perfecto de los cuentos de sus cuentos ocultaban. Textos dispersos, textos diversos, textos divertidos y textos serios que configuran algo así como el otro lado de Cortázar, el Florencio de Julio (en estas páginas puede leerse: “me da vergüenza porque es horrible, pero además de Julio me llamo Florencio”), el laboratorio que terminó siendo parte de una especie de residuo tóxico que, en algunos casos y en algún momento el autor, como Kafka, pensó en quemar, la sombra de la obra, la segunda historia a la que nadie parecía le estaba prestando atención. La anécdota ya es casi vox populi: una invitación de Aurora Bernárdez, albacea, viuda y heredera de Cortázar, al especialista Carles Alvarez Garriga para revisar los supuestos papelitos de una cómoda incómodamente enclaustrada en su domicilio parisino: cajones y cajones, dobles fondos reales y simbólicos que convergían en la explosión de papeles y más papeles reconocidos por la letra y el pulso y la voz cortazariana pero desconocidos por no haber sido leídos (casi) nunca antes. Luego el orden y el método trataron de sedar tanto caos, tanta euforia: Papeles inesperados, el nuevo libro de los últimos inéditos de Cortázar reúne, así, textos publicados por el autor pero no recogidos en libros y “textos que conservó totalmente inéditos con indicación de que podían aparecer póstumamente”: un puñado de relatos inéditos, entre los cuales los mejores son “Los gatos” (viejo cuento fechado en 1948 que narra la historia de amor, desamor, erotismo y confusión entre dos primos hermanos, hermanados por propia elección), “Manuscrito hallado junto a una mano” (performance lúdico-literaria acerca de un tipo que cada vez que piensa en su tía desata una serie de tragedias) y, en menor medida, “Secuencias”, a caballo entre “Continuidad de los parques” y “No se culpe a nadie”; tres historias de cronopios que habían quedado afuera, once nuevos episodios de Un tal Lucas, un capítulo extra de Libro de Manuel, más una miscelánea de prosas menores, más rápidas y menos pensadas de las que, no obstante, pueden destacarse muchísimas opiniones acerca del reproche que se le hizo por haber abandonado el país (“el que se hace una idea semejante del compromiso de un escritor revela que duerme con la escarapela prendida al piyama de la literatura”); su solidaridad con la revolución cubana (“porque aspiraban a sentar las bases de un marxismo centrado en lo que por falta de mejor nombre seguiré llamando humanismo”); los Estados Unidos (“amo en los Estados Unidos todo aquello que un día será la fuerza de su revolución cuando la voz de ellos sea la voz de Bob Dylan y no la de Robert McNamara”) y la (re) versión que Antonioni hizo de “Las babas del diablo” (“le interesaba la idea central del cuento pero sus derivaciones fantásticas le eran indiferentes”). A todo eso se le suman diversas entrevistas y poemas inéditos que no hacen más que confirmar lo que ya había confirmado la edición ¿definitiva? también este año, también de Alfaguara, de Salvo el crepúsculo: Cortázar era un convencional poeta en la poesía pero un excelente poeta en la prosa, a tal punto que, incluso en su poesía, se advierte la chispa poética de su prosa, como sucede por ejemplo con “La mosca”: “Te tendré que matar de nuevo./ Te maté tantas veces, en Casablanca, en Lima./ Te tendré que matar de nuevo,/ yo, con mi única vida”.

Y sí, la objeción es justa: ¿por qué dar a conocer justo ahora textos que, seguramente, Cortázar no quería que se vieran? Y si bien sólo en el caso de “Los gatos” realmente cuesta entender cómo no decidió incluirlo en libro alguno, lo cierto es que casi ningún fraseo, ninguna palabra de estas casi quinientas páginas muestra lo que no queremos ver; es decir, el artificio, los hilitos de un escritor que hoy es injustamente desmerecido debido a que se lo leyó hasta el hartazgo en las escuelas y talleres literarios. Por el contrario, muchas de estas páginas nos devuelven la trascendencia de una obra (de unas obras) que no para(n) de crecer, la alegría (publicada, reeditada, inédita o póstuma) de saber que siempre tendremos Cortázar.

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