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Domingo, 29 de noviembre de 2009

Cómo ser una chica graciosa

Lorrie Moore edita su primer libro en más de una década. Y no sólo eso, sino que además es su primera novela propiamente dicha. La expectativa despertada por esta cuentista magistral es alta. Y ése, probablemente, sea el único problema del libro.

 Por Rodrigo Fresán

No es que yo me siente a escribir una historia divertida. Todas y cada una de las cosas que yo me siento a escribir, se supone, son tristes. Pero también creo que el humor es un consuelo para las personas. Entonces la historia sigue siendo triste, pero el humor la completa, la hace verdadera, la convierte en parte de la vida”, declaró Lorrie Moore (Glens Falls, 1957) en una reciente entrevista. Y cualquiera -y son muchos- que la venga siguiendo desde sus inicios sabe perfectamente cómo Lorrie Moore aplica este método: una mirada agridulce y una voz ácida para ver y comentar todo lo que sucede alrededor de sus sufridas pero tan graciosas antiheroínas.

Y ahora es el turno de la joven veinteañera Tassie Keltjin: hija de una familia despareja, enamorada de un cada vez más inquietante falso brasileño, y atrapada en la vertiginosa órbita de un matrimonio disfuncional que la emplea como canguro todo terreno y la involucra en las maniobras de adopción de una pequeña afroamericana mientras, ahí afuera, se suceden los días que van del 11 de septiembre de 2001 a los inicios de la invasión a Irak. Y Tassie se mueve de un lado para otro y no deja de contarnos lo que sucede a su alrededor con los modales de una virtual Lady Seinfeld. Es decir: como si estuviera sobre el escenario de un club nocturno desempeñándose como experta stand-up comedian pero, al mismo tiempo, aquejada del mismo síndrome que sufre el Chandler Bing de la serie Friends. Es decir: Tassie (y Moore) no puede dejar de hacer chistes. Sin parar. Varios por página. Y -se sabe- no todos los chistes son buenos. El problema es que Moore (Tassie) no parece o no quiere darse cuenta de ello. Y esta irrefrenable adicción a disparar one-liners en ocasiones da en el blanco y en otras hiere a alguien que pasaba por ahí.

Dicho esto, Al pie de la escalera pone en evidencia el hecho de que Lorrie Moore es una cuentista genial y, apenas, una muy buena novelista. Alcanza para comprobarlo con leer el cuento “Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica” -de donde surge buena parte de la estética y metodología empleada en Al pie de la escalera- y compararlo con sus dos anteriores incursiones novelescas que, en realidad, no lo son tanto. Anagramas (1987) fue una astuta y muy lograda manera de ensayar variaciones alrededor del aria de una protagonista casi inasible y El hospital de ranas (1994) era una delicada y nostálgica nouvelle/monólogo de iniciación.

Al pie de la escalera es, sí, la muy esperada primera “novela-novela” de Lorrie Moore -once años después de su último libro si no contamos la imprescindible antología The Collected Stories (2008) y, como tal, se disfruta mucho pero no termina de conformar del todo. Resultan admirables los tramos en los que Tassie se relaciona con Sarah -la inminente madre adoptiva a la que no puedo sino imaginar con el rostro y el nerviosismo de otra Moore: Julianne; Zooey Deschanel, de paso, sería una perfecta Tassie, pero no parecen tan logradas las escenas en que la protagonista regresa a su hogar o conversa con sus amigas o con su hermano marca Salinger. De este modo, en buena parte del libro, todo parece fluir con un curioso ritmo entre insomne y sonámbulo mientras, entre ocurrencia y ocurrencia (impagable el apunte sobre la falta de un editor y corrector de pruebas al Génesis de Dios), uno comienza a intuir que oscuras nubes se acercan desde el horizonte, que todo lo que hemos vivido hasta ese momento no es más que la calma que precede a una tormenta. Y el último tramo de la novela –truenos y rayos– es una densa y monstruosa sucesión de catástrofes sin anestesia que dejan a Tassie girando en falso pero no por eso privándose de soltar alguna broma fuera de lugar. Los lectores piadosos y comprensivos dirán que la indefensa Tassie utiliza el humor como mecanismo de defensa. Pero -insisto- basta recordar la elegancia con que alguien como Anne Tyler (o la misma Moore en su cuento antes citado) se las arregla para abrirle la puerta a la desgracia para comprender qué es lo que no acaba de funcionar en Al pie de la escalera. La inequívoca sensación entonces es que el libro se ha escapado de las manos y la cabeza de Moore, como Tassie, luego de tropezar ha caído rodando por los escalones.

Y quizá todo esto suene más ominoso o negativo de lo que en realidad es. Recapitulemos: ésta no es una mala reseña sino una reseña desilusionada; y Al pie de la escalera no es un mal libro sino un muy buen libro que podría haber sido una obra maestra y no lo es. Uno de esos libros que vuelven a poner de manifiesto la insalvable distancia que hay entre el ingenio (Moore fue genialmente ingeniosa en Autoayuda) y el genio (Moore fue ingeniosamente genial en Pájaros de América).

Al pie de la escalera parece mantener un delicado equilibrio entre un extremo y otro pero, aún así, sin poder resistirse a la tentación de precipitarse, cierra todo con un último chiste en la última línea de su última página.

Y lo siento mucho, de verdad me temo que es un chiste malo.

Al pie de la escalera
Lorrie Moore

Seix Barral
Barcelona, 2009
384 páginas

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