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Domingo, 29 de noviembre de 2009

Animalitos de Dios

Animales suscitados por las emociones, animales raros como emociones y emociones raras como animales habitan en la poesía de Anahí Mallol.

 Por Esther Cross

Zoo
Anahí Mallol

Paradiso
64 páginas

Anahí Mallol escribió una vez que “la poesía es algo de la dimensión del acontecimiento”. Aparece una música, una frase, una imagen y la escritora hace “algo con eso”. Lo que ha hecho últimamente se llama Zoo.

La escritora que define la poesía como “una forma de habitar el mundo”, arma series de poemas cuando advierte “ecos internos”, “prosodias” u “orientaciones” comunes en varios. En este libro la serie se arma en dos matrices. Una es la del lenguaje que brilla por la lucidez, el fraseo especial, la concisión enfocada, o, como dice ella misma del canto de la cigarra, “el sonido el calor el sentido” de las palabras. La otra salta a la vista desde el título: Mallol mira el mundo, la vida, a través de los animales. ¿Qué animales enfoca, de qué habla? Si la poesía es “el hallazgo de algo que estaba ahí y sin embargo no se sabía bien qué era” ¿cómo son esos animales que están ahí sin que sepamos bien qué son?

Un epígrafe de Genet antecede la serie: habla de animales suscitados por las emociones. Están los animales, están las emociones, están los animales derivados de esas emociones y está también la mirada serena y sorprendida que los observa, como un testigo. Animales raros como emociones. Emociones raras como animales. De esa materia está hecho Zoo.

La serie empieza con un “caballo/parado/debajo de la lluvia/como si no lloviera”. La frase funciona a modo de flash en la cabeza del lector, como si la poesía no fuera sólo un acontecimiento para quien la escribe sino también para quien la lee. Al hablar del caballo dice que querría estar como él, “como si nadie/me hubiera/tocado nunca/haciéndome más frágil”. Si eso desea es porque no es eso lo que pasa. Una no puede estar como si nada. Algo nos toca, y ese algo nos hace frágiles.

Los animales de Mallol habitan el mismo zoo, se los ve en acción, en el instante específico que Mallol pone en foco. La araña espera el mañana. Las manatíes amamantan a sus crías, las ranitas africanas cantan. La hembra del cocodrilo sonríe –sí, sonríe– a la hora del cortejo. Los perros de Botswana comen un impala. Es el celo de un ave del paraíso, el vuelo desde Canadá a Siberia de otra ave.

Los poemas nacen de la cruza entre una mirada directa y un saber casi naturalista. El juego entre los dos da como resultado la poesía, que se convierte en una forma de conocimiento. Siempre es un viaje entre lo que se sabe y lo que se conoce, con todo lo que eso significa. El hecho mismo de comprender en acción.

En El silencio y el poeta, Steiner dijo que la palabra, el lenguaje humano, implica “un corte tajante con el mundo animal”. “Este destete (dice Steiner) “ha dejado sus cicatrices”. En esas cicatrices aparecen las cadenas perfectas de palabras de Anahí Mallol. Como la hormiga de uno de los poemas, la conciencia cruza la frontera (entre el mundo animal y el del hombre, en este caso) para saber “qué hace frontera”. La poesía habla desde esa cicatriz que divide y une a los dos mundos. De un lado está el que mira, sabe y escribe, y del otro lado está el animal que se deja mirar aunque no podemos saber si sabe o no. ¿Saben los cachorros de oso polar que uno de ellos será abandonado? En el poema del desove de las tortugas dice: “y creo que no saben de todos modos/que de cien/una sola va a lograr/saltear todos los obstáculos...”

Con un lenguaje preciso y sus combinaciones increíbles, Mallol escribe un libro donde el silencio cobra importancia. No se trata sólo de ese gran silencio que funciona como un marco necesario, “que permite que el poema se inscriba y desarrolle como un ritmo a su propio ritmo”, sino, quizá, también de un silencio parecido al del gran felino que acecha en uno de los poemas, un silencio que, como el gran felino, se rinde a la “intensidad del instante”. Después de todo, para Anahí Mallol “la poesía es un estar atento para dejarse atrapar por ciertas cosas” y en Zoo reina ese silencio de acecho de la escritora que quiere dejarse atrapar por la poesía.

La serie se cierra con el poema de la agonía de un perro en Medellín. Ese poema supera todo lo que pueda decirse sobre él. Es lo mejor y lo más justo que puede decirse también, en términos generales, de este Zoo inigualable.

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