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Domingo, 28 de marzo de 2010

The Bolivia Affair

Hace dos años fue revocado el fallo del Premio La Nación otorgado a Bolivia construcciones, después de una denuncia por plagio a la novela Nada, de Carmen Laforet. Cuando los debates parecían haber quedado atrás, acallados por el paso del tiempo, su autor, Sergio Di Nucci, vuelve a calzarse el traje de Bruno Morales para entregar una segunda parte del affair: Grandeza boliviana.

 Por Claudio Zeiger

Cuando dos años atrás se revocó el fallo del premio La Nación–Sudamericana, empezaría a quedar claro que no se estaba frente a un caso de plagio común y corriente, si es que un plagio puede ser algo común y corriente. Pero los hay burdos y sofisticados; están los que pasan inadvertidos y los que llegan a la consideración de los peritos, quienes deben leer los textos como pruebas de crímenes imperceptibles.

Desde el comienzo, algo había de diferente en el caso de Bolivia construcciones de Sergio Di Nucci, firmado con el seudónimo Bruno Morales. No era un caso de plagio patológico (que los hay: plagiadores compulsivos) ni de un simple escriba desesperado que, para completar contrarreloj su obra a ser presentada en el concurso, le anexa unas cuantas páginas ajenas disimulando como puede el delito textual. Aquí no. En el uso del seudónimo –combinado con la creación de un heterónimo, ya que Bruno Morales se presenta como escritor– y en el título de la obra, empezaba a insinuarse –y señalizarse a su manera– la diferencia. Se trataba de una “operación literaria”, una combinación de teoría y práctica de la literatura, una intención deliberada, un ensamble de ficción y metaficción. Tras la fachada de un texto absolutamente legible y transparente que devolvía en su espejo sin mácula la mirada emocionada y contenida sobre los avatares de migrantes bolivianos en Argentina, se escondía algo más complejo, con citas ocultas, intertextualidad y otras prácticas que –destapada la olla–- hicieron las delicias de una crítica que para proteger a Di Nucci contra ataques bastante obtusos por cierto, lo defendían por lo que había hecho y no por lo que no había hecho. Deslumbrados como Sartre frente a su Genet, se emocionaron porque la realidad venía a demostrar que no siempre la teoría se queda en la abstracción. Esta se había encarnado. Se explicó la intertextualidad a los legos, se postuló el plagio como cita y hasta se llegó a reflotar ese espíritu anarco romántico que celebra la muerte del autor, del lector, la no propiedad intelectual de los textos y otras bellas banderas hace rato sepultadas por la arrolladora vigencia global del mercado, incluidos los premios literarios.

Del otro lado, Di Nucci había recibido un juicio más sumario y sin derecho a defensa que el que le hizo semanas atrás el Senado de la Nación a Mercedes Marcó Del Pont. Hoy te lo dan, mañana te lo quitan. Y no le vamos a hacer preguntas. El mismo autor, un tanto enredado en los pliegues de su propia trama, sacó a luz ese intertexto reivindicándolo como homenaje a la novela Nada de Carmen Laforet, señalando que en España se trataba de un clásico escolar muy conocido (pasando por alto, quizás, que su operación literaria no operaba en el marco de la literatura española sino en la argentina, o latinoamericana).

Ahora que la segunda novela de Di Nucci, pariente directa de Bolivia construcciones, se publica en un sello independiente que tiene un sesgo crítico académico coherente y acorde con la propuesta más de fondo de estas novelas, la situación se normaliza, baja la hinchazón. Para quienes no creen en la importancia de los contextos, ésta es una buena oportunidad para revisar sus creencias. Y esto explica bastante de la histeria que sucedió hace dos años. Bolivia construcciones no estaba en su lugar. No era novela para ese premio. Había de entrada algo forzado entre el premio y las loas a una novela pletórica de resonancias lingüísticas y literarias (paradójicamente, las mismas por las que luego sería condenada) y el juego un tanto esquivo y confuso del autor, escudado en un seudónimo o heterónimo que habilitaba tanto una “impunidad” literaria como un interminable debate sobre la cita, el intertexto, la posmodernidad, el plagio, la originalidad y siguen las firmas, donando la plata de la dotación a una institución de la comunidad boliviana, jugando un poco a las escondidas.

Grandeza boliviana se instala cómodamente en el terreno de Bolivia construcciones en cuanto al lenguaje y los procedimientos de su estructura. Muy trabajado para lograr una sencillez de expresión que se apoya en capítulos breves y estilizados a la manera de un elegante minimalismo, el relato avanza tenue, como una picaresca de contenido humor. La mirada del narrador se vuelve híper atenta mientras se hace el distraído, parece que a cada paso va a descubrir el mundo, un mundo que no se le termina de revelar del todo. En esa indecisión, en ese desajuste entre el mundo y la mirada del mundo está lo mejor de Grandeza boliviana. Y, una vez más, en esa sensibilidad que el autor logra comprimir en una pena infinita que emite brillos desde el fondo de una humillación no dicha, dignamente rodeada de silencio. Una pena que no se permite hablar más de la cuenta. Si hay algo que objetar aquí es cierto hermetismo a causa de la acumulación de enigmas que no se resuelven, hasta encriptar la lectura. Si bien se entiende que la intención es trabajar más en profundidad la “problemática” de la comunidad boliviana en Argentina que en la novela anterior, las huellas se van desdibujando a medida que avanza la lectura.

Si la cuestión del premio, el plagio y la revocación del fallo es una cuestión pendiente, Di Nucci, aparentemente, decidió redoblar la apuesta encaminando éste, su segundo libro, por la ruta abierta por Bolivia construcciones. Como un superhéroe que se siente obligado a ponerse el traje para hacer justicia, ¿volverá Bruno Morales de tanto en tanto para la reivindicación de los más postergados? Por ahora agregó otro capítulo –muy parecido al primero– de este aún inconcluso Bolivia affair. Aunque a salvo, si no de plagios, al menos de revocaciones.

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Grandeza boliviana, Bruno Morales, Eterna cadencia, 174 páginas
 
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