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Domingo, 9 de mayo de 2010

La dama y el samurai

Fueron con Antonio Gamoneda dos de las más destacadas figuras internacionales que participaron en el V Festival de Poesía de la Feria del Libro. Diferentes y complementarias, las voces de la canadiense Hélène Dorion y el japonés Yutaka Ozono narran la actualidad de los panoramas poéticos de sus respectivos mundos.

 Por Juan Pablo Bertazza

Hélène Dorion susurra en francés y sólo grita cuando sonríe. Nacida en Quebec en 1958, publicó más de veinte libros de poesía y en 2005 ganó el prestigioso Premio Mallarmé, equivalente al Goncourt. Su poesía es diáfana y profunda: “la luz no trae nada,/ abre solamente, a lo lejos, un triángulo que te ciega”. “Crecí conociendo más enfermedades que personas” revela Dorion, quien de chica se la pasó leyendo una enciclopedia médica porque un incendio había arrasado con todos los libros –Rimbaud, Lautréamont y Baudelaire– que su familia nunca pudo recuperar porque, en ese entonces, la religión católica prohibía ciertas lecturas. Yutaka Ozono habla a los gritos un español casi perfecto. Nacido en Yokohama en 1936, la poesía de este japonés errante, rebelde y simpático que se golpea muy fuerte la cabeza cada vez que no le sale una palabra, tiene una clara influencia surrealista (“Los dioses están de pie,/ apoyados sólidamente en tierra/ como grandes árboles agonizantes”) que le da un notable claroscuro agridulce. Tienen en común haberse revelado como dos de los poetas más interesantes del V Festival internacional de Poesía, en el marco de la Feria del Libro, y en el que sintieron el estruendo de los aplausos inmediatamente después de ese silencio total que acompañó a sus lecturas. Las diferencias entre ellos empiezan cuando hablan de su lugar de origen. Mientras Quebec, en los últimos años, se convirtió en centro neurálgico de la poesía en el nivel mundial, la poesía japonesa parece vivir más en el pasado que en el presente.

“La influencia occidental marcó la pérdida de nuestra tradición poética, de la misma forma que abandonamos el kimono que ahora sólo usamos en año nuevo, casamientos y funerales. Pero esa influencia era necesaria para expresar nuestra nueva mentalidad. Además se ampliaron los temas. Los waka sólo hablaban de amor porque hasta la Segunda Guerra casi nadie tenía la posibilidad de elegir con quién se casaba” explica Ozono. Y cuando se le pregunta si la Segunda Guerra marcó un antes y un después en la poesía japonesa, responde: “Claro. Los jóvenes que sobrevivieron a la Segunda Guerra conformaron un grupo llamado La tierra baldía, y empezaron a escribir, bajo influencia occidental, poesía muy valiosa y apolítica. El otro grupo era de izquierda y se llamaba Archipiélago; su poesía no era tan buena. La Segunda Guerra marcó entonces la apertura hacia Occidente que había empezado a fines del siglo XIX cuando Japón abrió sus puertas al mundo”.

Por su parte, Dorion pinta un panorama más actual: “Quebec está en una encrucijada. El paisaje, al igual que la relación que tenemos con el espacio y con el tiempo, es norteamericano, pero nuestra historia y costumbres tienen mucho más que ver con Europa. Tenemos una relación vital y física con la lengua, algo que provocó la admiración en Francia: como sucede con las mujeres. Tarde o temprano nos reconocen, pero para eso tuvimos que imponernos”, explica Dorion.

–¿Se puede vivir de la poesía en su país?

Dorion: –No, los poetas tampoco somos reyes en Quebec, aunque sí tenemos la ventaja de ser exportados a otros países francófonos como Luxemburgo, Francia y Bélgica.

Ozono: –Publicar un libro de poesía en Japón cuesta un millón de yenes, más o menos diez mil dólares, y se vende muy poco. Nuestro gobierno no tiene política cultural, a pesar de nuestra gran tradición poética. Los que hoy leen poesía son sólo poetas, a mí me sorprendieron las más de trescientas personas que vinieron a la inauguración del Festival de Poesía a escuchar a Gamoneda.

Dorion y Ozono tienen poéticas muy distintas. Para ella la poesía significa “explorar la lengua para llegar a la expresión más transparente y simple posible”. Para él, que empezó a escribir a los 17 años influido por el socialismo de algunos poetas coreanos, “la poesía debe salir desde el inconsciente y cuanto más profundas son esas palabras más eróticas se vuelven”. Sin embargo, los dos cuentan con mucha influencia del español: “Leer a Pizarnik fue un shock de lectura, yo tuve el placer de editar la Poesía vertical de Juarroz en Francia, que es extraordinariamente profunda”, dice Dorion. Ozono admira a Octavio Paz, de quien leyó su obra completa: “Aprendí español en la Universidad de lenguas extranjeras de Tokio, la lengua más popular era inglés pero no me gustaba. Pensé estudiar ruso o chino, pero mi madre me pidió enfáticamente que no lo hiciera porque la policía vino a casa a acusarme de comunista. Terminé de aprenderlo en Bolivia en los años ’70 donde estuve viviendo”.

También cuando hablan del futuro sus objetivos se bifurcan. Mientras Ozono quiere ganar mayor reconocimiento en su país, Dorion ya sabe qué quiere luego de haber ganado tantos premios. Los dos concuerdan en que su futuro depende mucho de las traducciones. “Yo espero ir encontrando público distinto. Cuando me traducen, yo pido que busquen siempre la manera más simple, me interesa que haya una comprensión inmediata de mi poesía” dice Dorion. Ozono, por su parte, quiere seguir con su trabajo de traductor que le deparó muchos premios gracias a una antología de la Generación del 27 que publicó en su país: “La estructura del japonés y del español son muy distintas, por eso hay que buscar la traducción del sentido y de la imagen porque es imposible transmitir la musicalidad y los ritmos. Quienes traducen entre dos lenguas tan distintas no pueden ser otra cosa que poetas, creadores”.

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