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Domingo, 6 de junio de 2010

A la deriva

Rescates > Roger Pla ostentó un nombre tan breve como Arlt y tuvo más de una similitud con él. Entre varias correspondencias, resalta la de esta novela ahora rescatada por Capital Intelectual, Las brújulas muertas, con El juguete rabioso. Una angustiada iniciación en la ciudad, un clima de disgregación existencial y una metáfora sobre la juventud, aunque se trate de una obra de la madurez de Pla.

 Por Juan Pablo Bertazza

Hay rencillas literarias que no tienen que ver con la grandilocuencia que emerge del título de poeta nacional, ni con el record de concursos ganados o libros vendidos, ni tampoco con esa categoría siempre en disputa de mejor escritor de “su” generación. Hay un tipo de competencia literaria mucho más sutil que no se da exactamente entre contemporáneos y tiene que ver, de hecho, más con semejanzas que con diferencias. Tal vez puedan definirse diciendo, simplemente, que a veces no existen dos plazas para un mismo lugar o que, a menudo, el mero hecho de haber llegado antes parece definir el destino de una obra. Si bien el rosarino Roger Pla no es epígono, parricida ni discípulo de Arlt –en todo caso, sí sabemos que lo admiraba en su juventud, cuando su eximio compañero de El Mundo ya era un novelista de renombre–, es probable que el no contar hoy con la celebridad que su calidad merecía se deba en gran parte a que Arlt ya había ocupado ese sitio. Como si esa misma condición de huérfano de padre, o incluso hijo póstumo que pintan todas sus biografías (el padre de Pla murió dos meses antes de que él naciera), hubiera dejado a su obra simbólicamente desamparada.

“Uno siente que adentro se ha roto un resorte. Algo ha cambiado en el mundo. La vida tiene otra expresión. Sin duda, flotando en el mundo, ha quedado mi propia humanidad, sola, divorciada para siempre de la infancia. Como un fruto caído del árbol. Eso. Huérfano”, escribió en su diario Pla tras la muerte de su madre, es decir, al recibirse de huérfano completo con 24 años.

Las semejanzas entre Arlt y Pla son muchas, o varias al menos. Van desde lo biográfico hasta ciertas marcas de estilo y, obviamente, la hegemonía de esa angustia existencial que cargan casi todos sus personajes. Además de acusarse a sí mismo de padecer una melancolía al mejor estilo Erdosain, Roger Pla fue también autodidacta y voraz lector de (traducciones baratas de) novelas clásicas. También como Arlt, no pudo terminar el secundario, por lo que muy joven empezó a ganarse la vida con el periodismo gráfico. En cuanto a su literatura, al igual que sucede con el autor de Los siete locos, su obra vagamente se enmarca y desmarca con la misma facilidad de las banderas de Boedo. Incluso Pla también se quejaba de que nadie advirtiera el prolífico trabajo que lograba hacer contrarreloj, aunque nunca citara la famosa frase del cross a la mandíbula.

Sin embargo, Arlt y Pla también tuvieron sus diferencias: entre agosto y noviembre de 1941, en la página 6 de El Mundo discutieron en torno de lo que debía ser la nueva novela. Mientras Pla defendía la existencia de personajes o criaturas lo más vivas y complejas posible en detrimento de la trama, Arlt decía que lo más importante era conservar el argumento porque, de lo contrario, una novela corría el riesgo de transformarse en una sucesión de estados de ánimo, una galería de retratos. Lo interesante, más allá de este entredicho que no pasó a mayores (pero, al parecer, disgustó al joven Pla) es pensar hasta qué punto aquellas posturas representan hoy por hoy sus obras. Si El juguete rabioso es el prototipo de esa trama que tanto defiende Arlt, no sería demasiado errado postular que Los siete locos se acerca peligrosamente a esa característica que ensalza Pla.

Las brújulas muertas Roger Pla Capital intelectual 228 páginas

Las brújulas muertas (1964), recobrada ahora por la biblioteca Abelardo Castillo, corresponde a la etapa de madurez literaria de Roger Pla: ya habían sido escritas Los robinsones, El duelo y Paño verde (novela llevada al cine por Mario David y protagonizada por Luis Brandoni, Héctor Alterio y Alicia Bruzzo), y todavía no estaban diagramadas Intemperie y Los atributos. Si cabía alguna duda, esta excelente novela no muy conocida constituye un link directo a la obra de Arlt y, por ende, un puente hacia lo que pudo haber sucedido con Pla de no haber existido Arlt. Es más: aunque no sea su primera novela, Las brújulas muertas es a Pla lo que El juguete rabioso es a Arlt, algo que se evidencia ya desde ese título que le otorga adjetivo humano a un objeto. Las dos novelas coinciden en usar, engañosamente, el ropaje de autobiografía acerca de la iniciación de un personaje que se parece bastante a los autores: Silvio Astier del lado de Arlt, Daniel del lado de Pla. Con veinte años cosidos a retazos y una enigmática mudanza desde el interior hacia Buenos Aires, Daniel vive su vida a caballo entre los recuerdos más o menos placenteros de su infancia y un presente inmerso salvajemente en una ciudad oscura y geométrica donde abundan las prostitutas, el alcohol y los hombres de moral dudosa. Con la herencia simbólica de su padre muerto –un profesor reconocido en todo el país–, el escaso giro de dinero de su tío y una serie de poemas que decide no mostrar a nadie, mientras parece que Daniel intenta encontrar su lugar en la ciudad, lo que hace en verdad es hundirse en su propio ser interno, mientras, ahí afuera, se prepara la caída del peronismo. Un desvío, un atajo que Pla plasma al citar e interrumpir permanentemente ese intento de autobiografía.

“Se encaminaba otra vez al encuentro de Hebe, quizá porque ya había olvidado su nombre como se olvidan, misterio que nadie ha podido develar, las cosas que luego van a recordarse eternamente”, dice el narrador de Las brújulas muertas, novela cuyo memorable final transforma a este libro en una rara avis que combina la condición de lo inolvidable y la naturaleza de lo poco conocido.

Una paradoja que acaso nos venga a decir que, tal como sucede con Roger Pla –quien en los últimos años de su vida dio talleres literarios–, puede haber escritores sin padres con muy buenos hijos.

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Retrato de Roger Pla por Antonio Berni
 
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