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Domingo, 6 de junio de 2010

Las chicas de la guerra

Diversidad, biografías cruzadas e impacto político pueblan las páginas de La niña guerrera, que si bien comenzó como una austera investigación periodística, se terminó por convertir en una esmerada continuación del diario íntimo y gótico que Laura Ramos viene escribiendo hace ya tiempo.

 Por Luciana De Mello

Virgen, tatuada, libertina, azotada, dómine, grillo, cazadora, terrible, pornógrafa, gaucha y guerrera: son los rasgos que Laura Ramos rescató para darle nombre a cada uno de los once relatos de estas niñas en guerra. Porque este libro, que en sus comienzos “quiso ser una austera investigación periodística” –como explica la autora– es un hecho político, un libro sobre la construcción de identidad y la lucha necesaria que hay que librar para poder hacer público lo privado, para poder dejar de guerrear contra uno mismo y enfocar la puntería hacia el verdadero blanco: la hipocresía de una sociedad que todavía se erige como campo de batalla. Laura Ramos entrevistó a lesbianas y bisexuales preguntándoles por su mundo de la infancia, sus rituales de iniciación, sus obsesiones, amores y orfandades. El resultado es un texto que, desde el comienzo, problematiza el género, también literario. Estos once relatos son cuentos sobre historias reales, biografías manipuladas, diarios íntimos en tercera persona, álbumes de familia con fotos y todo. En la lectura de este texto se borra el género porque hay trascendencia, uno se lee y se mira en cada niña guerrera.

Pero las niñas guerreras no son once sino doce. El libro comienza con un prólogo titulado “La niña mentirosa” y está firmado por Laura Ramos, abriendo así el primer relato del libro y delineando a la vez una hoja de ruta. En el prólogo se cifran las coordenadas de escritura desde las cuales el narrador expone al lector de qué va la historia. En ese prólogo se cifran también los ejes del universo literario de Laura Ramos, donde su infancia atravesada por la militancia trostkista de su padre y la feminista de su madre hicieron del libro de Alezandra Kollontai Autobiografía de una mujer sexualemente emancipada, sus primeras lecciones de femineidad. Mientras leía Mujercitas con el ojo clínico de la deconstrucción, Ramos escribía un diario íntimo mentiroso que fue más tarde el punto de partida de Diario íntimo de una niña anticuada.

La niña guerrera es una constelación de amores y dolores compartidos por sus protagonistas, narrado desde distintos matices de voces dependiendo de qué niña trate la historia. Con una estética casi gótica, el libro se divide en dos álbumes que contienen además de los relatos, fotos y hasta dibujos de las niñas. Así van pasando las historias situadas en diferentes partes del mundo, una isla del Tigre, Roma, Texas, el barrio de La Boca, Montevideo, Berlín o Sudáfrica. Niñas que se enamoraron jugando dentro de una bañadera, la hija de un cónsul italiano que encuentra a su madre desnuda detrás de un árbol junto a la esposa de otro diplomático, la niña pornógrafa de ocho años que le hace el amor a una muchacha de diecinueve, una púber que experimenta su primer orgasmo mientras la cuñada de su hermano le acaricia la espalda durante una cena en familia. Estas escenas de juegos, fantasías y goce que comienzan en la infancia y durante la pubertad estarán a su vez cruzadas por el dolor, los sentimientos de miedo, culpa y desconcierto: “Somos sólo Sandra, Celeste, Marilina y yo”, pensó Lisa –la niña grillo– cuando comprendió que eran las chicas quienes de verdad la conmovían. La Komando –la niña tatuada– se hizo una escarificación en el brazo con la palabra Pain cuando su madre, la persona más incondicional en su vida, murió. Marta tenía diez años y estaba encerrada en una habitación mientras escuchaba cómo los militares interrogaban a su madre antes de desaparecerla, y Albertina –la niña gaucha– fue enviada a vivir al campo de sus tíos cuando sus dos padres fueron secuestrados por el mismo gobierno genocida.

Aunque cada historia tiene una diferente densidad dramática, en este libro hay relatos de guerra pero también de paz, la paz que llega cuando cada una puede elegirse a sí misma. Las niñas guerreras están dotadas de una mirada frente al mundo que hace que no puedan entrar en él si no es combatiéndolo, ganando espacio, eligiendo cómo seguir, siempre abrazando al dolor, sin temerle, hasta convertirlo en escudo.

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