libros

Domingo, 8 de diciembre de 2002

RESEñAS

El malestar en la cultura

Poesía Completa I
Silvina Ocampo

Emecé
Buenos Aires, 2002
392 págs.

por Max Gurian
Taimadamente celebrada por sus contemporáneos por la sensibilidad femenina de su obra, Silvina Ocampo supo trazar, saboteando los mandatos de su clase, una narrativa de extemporánea felicidad. La edición del primer tomo de su poesía completa –a cargo de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi– permite redescubrir, a lo largo de una década de labor poética, las estrategias retóricas de una escritora de sigilosa irreverencia.
Los cuatro libros que componen este volumen están sitiados por métricas tradicionales y obsesivas rimas consonantes. La forma poética, como la cultura de elite, es una herencia que Ocampo acepta y recrea aquí sin aspavientos: la elección de un vocabulario desprovisto de altisonancias y la renuencia al lirismo desatado que imponía la época para su género constituyen las evidencias inaugurales de sus desvíos literarios. Ya en su primer libro de poemas, Enumeración de la patria (1942), se vislumbran, entre la verdura terrateniente y el bestiario clasicista que colman los versos, la reticente indagación del yo, el rumor erótico y la ironía que se amplificarán en sus obras posteriores. En circunspecta disputa con lo normativo, Ocampo tensa los límites para forjar su diferencia. Como contrapartida de la figura pública de su hermana Victoria, Silvina erige una voz que privilegia los modos digresivos y los tonos menores. Aun sin la radicalidad de sus relatos, sus poesías circunvalan la identidad entendida como secreto, y escenifican el juego de la soledad en jardines privados, míticos, que más tarde habrá de resignificar Alejandra Pizarnik en la literatura argentina.
En uno de los textos incluidos en Poemas de amor desesperado (1949), escribió: “Todo lo he recibido. Ah, nada, nada es mío. [...] Soy diferente a mí, tan diferente, como algunas personas cuando están entre gente”. En otras palabras, Ocampo, amante del silencio –”sobre todo escribo para no tener que hablar”–, se interpela en lo entredicho para dirimir su propia inserción en el campo cultural de los años cuarenta.
Completan el volumen las traducciones de poesías del inglés que Ocampo realizó para Sur en 1947, y tres poemas publicados en revistas y antologías. Dos de estos últimos textos –”Esta primavera de 1945, en Buenos Aires” y “Testimonio para Marta”– revelan un rasgo de su producción desleído por la crítica, velado por la autora: la remisión a la historia. La política irrumpe sin vacilación como condena al autoritarismo; el nazismo durante la segunda guerra mundial y el peronismo se fusionan bajo la común denominación de tiranías. Con espíritu de aliado, Ocampo ya había incurrido en este terreno en los “Epitafios” que dedicó a los soldados alemanes e ingleses, textos reunidos en Espacios métricos (1945).
Embutida por su biografía entre dos paladines de las letras locales y producto de una clase tan refinada como opresiva, Silvina Ocampo fraguó, en los intersticios que supo conseguir, una mirada estrábica: examinó con celo las pasiones de los hombres y sondeó con agudeza su propio malestar en la cultura.

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