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Domingo, 1 de agosto de 2010

Sean eternos los minutos

Cuentos breves, muy breves, clásicos y no tan clásicos en la oportuna edición argentina de El último minuto, de Andrés Neuman.

 Por Ezequiel Acuña

Con un golpe seco, los primeros dos cuentos de El último minuto preparan el terreno y establecen el canon para el resto del libro. Se podría decir que “La bañera” y “Un cigarrillo”, en ese orden, marcan la melodía sobre la que, como las Goldberg de Bach interpretadas por Glenn Gould, los otros cuentos irán realizando con bastante destreza las variaciones. Andrés Neuman decide abrir el libro con mucha clase y, sin demasiadas vueltas, poner en primer plano el título del volumen: respectivamente, un anciano y un gangster transitan los momentos finales de su vida; el primero, suicidándose, el otro torturado por un colega. Vale la aclaración, no todos los cuentos hablan sobre el último minuto de vida de los personajes, pero sí pretenden poner en juego el instante previo a una crisis, mostrando los hechos y muy pocas veces las causas.

Al final del libro Andrés Neuman incluye –como suele hacer en sus libros de cuentos– un ensayo sobre los géneros literarios y las formas de pensar y encarar la escritura, casi como un análisis propio de su obra. En ese apéndice que se llama “Variaciones sobre el cuento” recorre distintas teorías sobre la escritura y las narraciones cortas, destaca las características que le resultan más representativas (desde Chejov y Quiroga hasta Ricardo Piglia) y propone leer sus cuentos como el resultado de una forma de escritura, un procedimiento, que llama “la técnica del minuto”. También incluye, en esa especie de epílogo, un “Dodecálogo de un cuentista” que en el punto XI, y de manera bastante borgeana, sentencia: “En el cuento, un minuto puede ser eterno y la eternidad caber en un minuto”.

Neuman hace de lo insuficiente una estética y busca explotar al máximo los matices de un fragmento de tiempo bien delimitado. Con esa idea entre ceja y ceja, en cuatro o cinco páginas logra construir relatos tensos, algunos bastante incómodos que tienen mucho del dinamismo extraño y cruel de Flannery O’Connor. El manejo de esa tensión es aún más destacable en aquellos cuentos en los que “eso que está por ocurrir”, como diría Carver, el hecho movilizador que pone al lector de cara al abismo, ya sucedió, y la historia se cuenta casi de atrás para adelante, como en el caso de “Las víctimas” que empieza con el sonido del disparo realizado al azar desde un balcón o “Monólogo del ahogado” donde el muerto parla. Con mayor oscuridad, otros cuentos se entregan de lleno a lo críptico, “Mi otro nombre” juega con la ambigüedad entre el amor maternal y la muerte y “Yerma”, con lo onírico.

El último minuto. Andrés Neuman Páginas de espuma 152 páginas

El último minuto –libro de la editorial española Páginas de Espuma que llega a nuestro país en un acuerdo con la editorial argentina La Compañía– es el segundo libro de cuentos de Andrés Neuman y fue publicado originalmente en España en el año 2001. Según el autor, esta reedición tiene varios cambios en el índice, una poda que dejó seis cuentos afuera y un intenso trabajo de pulido de los textos. Esa diferencia respecto del original podría no significar nada –más aún para un lector argentino sin posibilidad de comparar– y, sin embargo, cobra importancia si se tiene en cuenta que una de las características principales del volumen es la prolijidad de todos sus cuentos. Y es verdaderamente notable cómo relatos muy diversos parecen no desentonar o sacarse ventaja en un mismo volumen. En todo caso, Neuman recorre de forma pareja las distintas vertientes del cuento; sin caer en la imitación o perder su marca, cita a los escritores paradigmáticos echando mano a las diferentes formas de construir un relato breve –y tal vez ése sea uno de los grandes aciertos de El último minuto–. Así el fantasma de Carver parece habitar en “La chaqueta” o el de Poe en “La hipnotizada”. Y queda muy en claro el gran protagonismo de Cortázar en estos cuentos. Algo de “El hombre muerto” de Quiroga –tal vez la frialdad– se hace presente en “El pulso” y la hilaridad absurda de Felisberto Hernández es evidente en “Nieves” o en “El postre”. De esa forma, El último minuto tiene un gran aire a cuento clásico, muchas veces rozando lo predecible, otras mostrando la destreza necesaria para hacer de un recurso remanido un buen cuento.

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