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Domingo, 22 de agosto de 2010

El gato y el ratón

Steven Millhauser tuvo su momento de fama allá en 1997, cuando consiguió ganar el Premio Pulitzer, para pronto volver a ser un oblicuo escritor de historias inquietantes. Si fuera uruguayo, no se dudaría en calificarlo de “raro”. Risas peligrosas es una colección de cuentos de circo, magia y trucos que aún logran sorprender.

 Por Fernando Krapp

Hay una larga tradición de relatos fantásticos que al final se explican bajo los preceptos de la lógica. A estos relatos Todorov, famoso teórico y pensador estructuralista, los denominó extraños. El subgénero abarca las novelas de Anne Radcliff en el siglo XIX, pasando por la antología de Rodolfo Walsh, hasta las perspicaces explicaciones que Vilma Dinkley le da a Shaggy Rogers y a su perro parlante Scooby Doo cuando se asustan con una sábana colgada. Muchos de los relatos de Risas peligrosas de Steven Millhauser se leen desde esa clave, aunque invertida; una explicación fantástica a un hecho real, como si lo fantástico se diera por sentado y lo real fuera apenas la proyección de una posibilidad.

Risas peligrosas arranca con unas palabras preliminares, como si fuera el discurso de un presentador antes de empezar una función de un circo mágico. Allí, Millhauser humaniza la clásica tira animada del gato corriendo al ratón para convertirlo en un relato fenomenológico donde un animal depende del otro para que su existencia perdure. Lo que sigue son subdivisiones temáticas. Una primera parte agrupada bajo el título de “actos de desaparición”, donde se narra la desaparición de una chica de barrio sin llegar a resolverse el caso; la historia de un chico enamorado de la voz de la hermana de un compañero de escuela; el monólogo de un hombre que se niega a continuar hablando, y cierra con el relato de un extraño club organizado por una chica que lleva la risa a un paroxismo atroz. En la segunda parte, titulada como “arquitecturas fantasmas”, la imaginación de Millhauser hace ecos con el Calvino de Las ciudades invisibles, y los relatos se acercan a la fábula y la alegoría. Postales anacrónicas de un futuro inexacto visto desde un pasado nunca ocurrido, las visiones que Millhauser despliega con mucha elegancia se traducen en la habilidad de un miniaturista que construye una ciudad invisible, en la sombra de una cúpula que se cierne sobre un país, en una ciudad que tiene como vecina un heterónimo de sí misma y permite a sus habitantes ser turistas de sus propias replicas, y en una ciudad medieval responsable de una torre que raja el cielo.

Risas peligrosas. Steven Millhauser 287 páginas Circe

En la tercera parte encontramos al Millhauser de Edmund Mullhouse, Martin Dressler y Pequeños reinos, es decir, al esteta de la biografía apócrifa en la línea de Schwob y Borges. Tres son las “historias heréticas” con las que Millhauser cierra Risas peligrosas: una organización preocupada en archivar el pasado con rasgos nimios que se acumulan en el presente, un modista cuyos diseños ambiciosos terminan por transformar el cuerpo de las modelos, un pintor que logra dotar a sus cuadros de movimiento, y finalmente la historia del inventor del haptógrafo, un aparato que reproduce las sensaciones táctiles y lograr abrir campos sensoriales inimaginados. En su anacronismo inescrupuloso, las tres historias adquieren un carácter profético, y ahondan en temáticas ya exploradas por el autor; la pasión por la creación artística opuesta a las necesidades tempo-mercantiles, el artista como inventor y viceversa, el arte como el resultado de un metodismo misterioso.

Da gusto volver a la prosa de Steven Millhauser, de quien casi no teníamos noticias desde que ganó el Pulitzer allá por 1997. El galardón tuvo como consecuencia la traducción de algunos libros que fueron directo a las mesas de saldo. Más de diez años después volvemos a encontrarnos con su obra. Tan acostumbrados que estamos a cierto tipo de narrativa norteamericana, donde la preocupación estética se encuentra ligada a reflejar la vida sucia cotidiana, Steven Millhauser se aparta de esa línea, y con el foco puesto en una tradición más europea, sobre todo inglesa, construye una estética divergente, y por esa razón mucho más personal. Parafraseando a J. G. Ballard, Millhauser ha sabido capturar el poder de la imaginación para rediseñar el mundo.

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