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Domingo, 22 de agosto de 2010

Escrito en el agua

De los elementos de la naturaleza, esta vez es el agua el vehículo para expresar la delicada tonalidad de la palabra de Edgardo Zotto.

 Por Beatriz Vignoli

Edgardo Zotto escribe sobre el agua en más de un sentido. “Raspaduras sobre el silencio mismo”, definió en alguna ocasión el editor de su cuarto y flamante libro de poemas a las palabras que lo construyen. Titulado Buceo, fue editado por Francis-co Garamona. “Encontrar / adentro / del silencio / lo que no estaba / en ninguna parte”, se lee en uno de los poemas, especie de brevísima ars poética que expresa el asombro ante el misterio de escribir.

Zotto vive en Rosario, donde nació en 1947. Su linaje está más cerca de Inchauspe que de Juanele. Su poesía trata del agua como tema y también es, cada vez más, una ensimismada y fulgurante puesta en texto de todo lo que es posible imaginar asociado a la elección del agua como soporte de la escritura: la inscripción incesante, la perduración imposible, el olvido que amenaza todo intento de dejar huella. El agua es dadora de vida pero también puede borrarlo todo, llevarse hasta el recuerdo. ¿Y cómo es que la palabra preserva? ¿Y qué preserva? “Una línea / en la sombra: / la marca / del silencio / que acaba de pasar”, se lee en un texto significativamente titulado “La marca”. La escritura de Zotto es densamente concisa y epigramática, como si al concentrar el sentido en unos pocos elementos, de sencillez zen, se le garantizara al verso un carácter memorable, capaz de surcar la acuática fugacidad de la desmemoria.

El poemario anterior de Zotto, publicado hace seis años por la editorial Siesta, se titulaba Impluvium. El impluvium, en el antiguo domus u hogar romano, era donde se juntaba la lluvia. Los poemas atesorados en sus libros suelen ser escritos con una caligrafía en el límite de lo legible, en papelitos que a veces se pierden. En la más de media década transcurrida entre una y otra edición, Zotto juntó obra para un tomo inédito, que ya tiene título, y donde cambia de elemento: Lo que sé del fuego. Tal vez el primero, Memoria de Funes (1998), era un libro de aire y de luz; el segundo, Rastros de una civilización personal (2001), un libro de tierra, de hojas caídas escribiendo sus ideogramas en la tierra. En Buceo, Zotto retoma temas y motivos de libros anteriores. “Si no sabe, / ¿por qué escribe, borra, sueña? // ¿Cómo supo / por qué se disuelve / lo fraguado en un sueño / con la consistencia leve / de lo que se calla?”. “Lo perdido en el sueño” continúa así una saga de reflexiones en tercera persona al modo del diario de Kafka, sólo que ritmadas poéticamente, con la música precisa del verso breve. No falta la ya clásica sección de apuntes de viajes, y lo nuevo está en un puñado de textos que se abren a lo político y a lo personal, no necesariamente equivalentes aunque a veces sí. Entre las lealtades recurrentes están sus homenajes a la poeta santafesina Beatriz Vallejos, a quien saluda con un neologismo suyo: “aternurar”.

Es de esperar que su presencia, el mes próximo, como invitado al Festival Internacional de Poesía, instale a Zotto, uno de los grandes secretos de la poesía local, en el lugar que se merece dentro de la literatura argentina, donde sin duda ya está entre los mejores.

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Buceo. Edgardo Zotto Mansalva 64 páginas
 
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