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Domingo, 29 de agosto de 2010

De estoicos y epicúreos

Pronto se dará a conocer la película basada en su segundo y más famoso libro. Entonces será tiempo de encontrarse con la primera obra de Muriel Barbery, curiosamente publicada en castellano cuando ella no era ni exitosa ni célebre, precisamente, por La elegancia del erizo. Rapsodia Gourmet es menos dulzona, más oscura que su secuela, y se sumerge en honduras filosóficas a partir de las delicias y los sinsabores de la gastronomía.

 Por Juan Pablo Bertazza

Como pasa con casi todos los extremos, hay una palabra un tanto rara que une a dos antiguas escuelas filosóficas aparentemente opuestas: la de los epicúreos –buscadores obsesivos de la felicidad– y la de los estoicos –quienes no rehúyen el dolor por considerarlo natural al destino del hombre y hasta una obligación moral–. Aunque siguiendo muy distintos caminos, ambas escuelas confluyen en su fin, en su objetivo, que no sería otro que la ataraxia. Esa palabra conflictiva y rebuscada refiere ni más ni menos que a la paz interior, definida básicamente como la ausencia de toda perturbación causada por deseos insatisfechos. Una insatisfacción que para los epicúreos tiene que ver con no haber ido a fondo con la buena vida y para los estoicos con evadir el dolor. Mientras que, para unos, la paz interior es el resultado de una vida dedicada al placer, para los otros se define como la consecuencia de sobrellevar, de la mejor forma posible y con mucha dignidad, las vicisitudes del camino. Es decir que, unos y otros, tenían como meta acceder a una vida autosuficiente, libre, independiente.

Ese es el punto de unión entre estoicos y epicúreos y, por ende, ambos coinciden en que algo muy parecido a la ausencia de sufrimiento sería, entonces, la felicidad.

La publicación en 2006 de La elegancia del erizo fue feliz en más de un sentido: además de ganar el Premio de los Libreros Franceses, fue publicada en más de treinta países, vendió cuatro millones de ejemplares, permaneció durante más de un año en la lista de best sellers del New York Times y próximamente se estrenará su versión cinematográfica dirigida por Mona Achache e interpretada por Josiane Balasko, Garance Le Guillermic, Togo Igawa, Anne Brochet y Wladimir Yordanoff, entre otros.

La responsable de semejante fenómeno es Muriel Barbery que, como sucede con muchos intelectuales franceses del momento, no es una filósofa de biblioteca sino de la vida, una hedonista y bon vivant como pueden serlo Michel Onfray (El vientre de los filósofos) o Pierre Bayard, (Cómo hablar de libros que no hemos leído).

La elegancia del erizo revelaba los secretos bien guardados de Renée, una reservada portera de 54 años, y Paloma, una nena superdotada que no se sentía cómoda con el mundo de los niños pero mucho menos con el de los adultos. Además de sus secretos, las dos mantenían en estricta reserva un universo interior tan rico como conflictivo, que sólo sacaban a la luz a partir de una especie de diario íntimo con la intensidad y la confianza en sí mismas que sólo nos inspiran los desconocidos. Más allá de su gran legibilidad, podría decirse que lo más interesante de ese libro fue que, pese a su apariencia naïf o al menos simplona, generó mucho odio en algunos lectores. Algunos lo explicaban diciendo que sus personajes eran inverosímiles, artificiales, porque sabían más de lo que su condición etaria y laboral supondría. Otros detractores opinaron que sólo se trataba de una simple carnada para mostrar la erudición de su autora, profesora de filosofía nacida en Casablanca, Marruecos. Y aunque huela a primera novela, hay que decir que Barbery lo había hecho de nuevo porque esta es, en realidad, su segunda entrega.

Rapsodia Gourmet. Muriel Barbery Seix Barral 182 páginas

Ahora, llegó a nuestro país Rapsodia Gourmet, su primera novela, que obtuvo la prestigiosa distinción de Meilleur Livre de Littérature Gourmande. Aunque las novelas difieren notablemente en tono, argumento, estilo y complejidad, tiene en común, sobre todo, una locación: aquel célebre edificio del número 7 de la calle Grenelle donde vivían los protagonistas de La elegancia del erizo, algunos de los cuales ya habían aparecido en Rapsodia Gourmet. El dato curioso es que la novela ya había sido publicada en nuestro país en 2008 por la editorial Zendrera Zariquiey, aunque con el nombre de Una golosina, y sin contar entonces con el espaldarazo que constituyó el éxito de su segunda novela.

Rapsodia Gourmet tiene un gusto más elaborado que su sucesora, una sensación agridulce –más amarga que dulce– que puede llegar a sorprender a los detractores que no soportaron cierto exceso de glucosa de La elegancia del erizo.

Pierre Arthens, el crítico gastronómico más importante del mundo, está por morir, y lo sabe. Pero el problema no es ese sino que, durante toda la vida, puso la libido en su trabajo, es decir, en hablar de y calificar la comida. Es por eso que, en sus últimos días, se obsesiona en reencontrar un sabor único y extraordinario que, alguna vez, lo hizo feliz, que nunca más recuperó y que, acaso, lo reconcilie con todo aquello con lo que está peleado. Para lograrlo, intenta volver tanto a los lugares donde fue feliz como a los que le generaron desdichas, vuelve a probar los platos más exóticos pero también los rústicos, los más nutritivos y los más perjudiciales, los más caros y los más baratos. Lo interesante es el misterio que se desprende de su figura, ya que si bien nos vamos enterando todo acerca de su pasado y de sus preferencias, resulta imposible determinar si Pierre es feliz o no con la actitud que tomó a lo largo de toda su vida. A diferencia de lo que pasaba con La elegancia del erizo, donde el lector era el único que conocía la verdad acerca de casi todos los personajes, en esta obra no conocemos lo fundamental de su protagonista, es decir, si es epicúreo o estoico.

En medio de esta búsqueda absorbente, diversos personajes –amigos, familiares, conocidos y más– también van tramando una investigación coral acerca de quién fue este célebre pero muy temido crítico gastronómico. Entre ellos, una de las voces que más se destacan es la de su mujer, quien se lamenta de haber “educado a mis hijos para que quisieran a su torturador... y hoy lloro lágrimas de sangre, porque se muere, porque se va...”.

Con una receta que combina, extrañamente, lecturas de Proust y un ritmo digno de Ratatouille, Rapsodia Gourmet goza de la ventaja de la versatilidad: juega con dos piernas, funciona a varios niveles y, en ese sentido, es más rica que La elegancia del erizo.

“A veces yo me decía que poseía el único perro que concedía más valor al deseo de comer que al acto de hacerlo”, dice Pierre Arthens y tan sólo en esa frase puede rastrearse la mezcla de placer y dolor –lo epicúreo y estoico– que tiñe sus páginas.

Con sólo dos novelas en su haber, Muriel Barbery es la típica autora que, sin desplegar acaso todo su potencial, logró encontrar su lugar en la literatura. Y lo hizo, en este caso, dando vida a personajes que dan con algo parecido a la felicidad, justo en el momento en que advierten su desgracia.

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