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Sábado, 6 de noviembre de 2010

Ultimos días de la víctima

Entre la ficción, la crónica y el documento, Elsa Drucaroff incorpora la figura de Rodolfo Walsh a la literatura argentina. Un modo de historizar su muerte, pero también de reconstruir su vida y su legado.

 Por DamiAn Huergo

En el ensayo Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra, David Viñas desarrolla la serie de los fusilamientos para rastrear en la literatura el “curso trágico”, frustrado, de los proyectos políticos de los sectores más vulnerables en la historia argentina. La serie arranca con los comentarios de José Hernández sobre el degüello de Chacho Peñaloza, marcando la liquidación del gaucho rebelde; le siguen las aguafuertes de Arlt sobre el fusilamiento de Severino Di Giovanni, que anuncia la eliminación del emigrante peligroso; continúa con la aniquilación del obrero subversivo en Operación Masacre; y se cierra con la Carta de Rodolfo Walsh a las Juntas, que tiene la doble particularidad de preanunciar el asesinato del intelectual heterodoxo, y de ser escrito por la víctima y no por una mano ajena, como el resto de los textos. Desde la vuelta de la democracia, ningún escritor se animó a darle siquiera un bolo a Walsh en alguna de sus ficciones –con la excepción del propio Viñas, tal vez– por la complejidad que implica como personaje. Ni hablar de escribir en retrospectiva sobre su muerte.

Durante años la serie de los fusilados se mantuvo tapiada, como si fuese una metáfora de la derrota política del campo popular en la Argentina. Sin embargo, al calor del quiebre histórico del 2001, una mujer, la docente y escritora Elsa Drucaroff, se atrevió a tomar a Rodolfo Walsh desde la ficción, para saldar una deuda literaria –como sinónimo de política– y abrir un diálogo postergado entre los jóvenes de ayer y los jóvenes de hoy. Drucaroff escribió El último caso de Rodolfo Walsh en los bordes de la “Carta a mis amigos”, difundida en diciembre de 1976. Allí, Walsh cuenta el fusilamiento de su hija, María Victoria, en un enfrentamiento “de moda” en la época: de un lado 150 efectivos armados con plata del Estado, y del otro lado cuatro hombres y una mujer, combatiendo en una terraza con una metralleta en la mano y una risa infinita saliendo de su boca. Partiendo de ese documento real, Drucaroff le dio cuerda a la imaginación: los comunicados que Walsh recibe sobre el combate son dudosos y antagónicos. Algunos afirman que cayeron “todos los guerrilleros”; otros que sobrevivió sólo una mujer, Vicki, que estaría en manos del Ejército para ser negociada con Montoneros. Walsh está ante su caso más difícil: la X a despejar será la vida o la muerte de su hija. En ese hecho hipotético, que se sostiene y avanza por el buen uso de la hermandad entre el género histórico y el policial, Drucaroff logra condensar ese material volátil y heterogéneo que fue Walsh como padre, militante, detective y escritor.

El último caso de Rodolfo Walsh. Elsa Drucaroff Norma 221 páginas

Como en sus policiales, el detective Rodolfo Walsh buscará desentrañar en este thriller, lleno de frenadas de Ford Falcón y de dedos en V, las relaciones de poder que hay tanto en la estructura militar como en las organizaciones guerrilleras. Deberá pulir las contradicciones propias de la condición humana, presentes en personajes como el coronel König –protagonista de “Esa Mujer”– y el general Oddone, capaces de provocar estima y rabia en dosis similares. Lo mismo sucede, como un espejo invertido, con la conducción obtusa de Montoneros. Apoyándose en documentos válidos, Drucaroff narra cuando desoyen las opiniones de Walsh para aceptar la derrota, antes de continuar rifando el capital político que les queda –“la bandera de los derechos humanos”– y más vidas de compañeros.

El último caso... no narra el asesinato en sí de Walsh. Sin embargo, en el relato de la muerte de Vicki y en los pormenores de la inmolación de Montoneros, se percibe la intención de Drucaroff de historizar la muerte de Walsh, señalando el recorrido de las balas que recibió el 25 de marzo de 1977. De ese modo, El último caso de Rodolfo Walsh, al ser pensado como un modo de intervenir en la realidad desde la ficción, se suma al linaje del “curso trágico” que retrata la historia argentina a partir de su literatura. Y, lo más importante de su irrupción, en este comienzo de milenio con sangre joven secándose en las plazas y en las calles, es que vuelve a emerger la urgencia de la escritura para mostrar cuánto hablan de una sociedad sus fusilados.

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