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Domingo, 22 de diciembre de 2002

RESEñAS

Economía política de lo visual

IMAGEN, POLITICA Y MEMORIA
Gerardo Yoel (compilador)

Libros del Rojas
Buenos Aires, 2002
302 págs.

POR DANIEL MUNDO
La imagen ha logrado coronarse como centro de lo político, señora real capaz de engullir cualquier cosa que se le oponga o cuestione. La reflexión sobre ella, por este motivo (hoy como ayer, hoy más que nunca), será política en la medida en que, sin despreciarla o rechazarla, sepa resistir a su fascinación: sustraer la imagen a su cristalina transparencia totalitaria (que en el mismo gesto de dejar aparecer, en tanto imposibilitada de negar, oculta), y buscar en ella una forma nueva de pensar. La sociedad del espectáculo en la que vivimos, por su parte, se presenta como aquel orden que sucumbió al poder hipnótico de lo visual: sueña haber colmado la fisura entre lo que se muestra y lo real, como si entre lo que es y lo que se ve no mediara ningún espacio. Saturación apaciguadora. El espectador contemporáneo tiende a conformarse con este orden. Los artículos compilados en Imagen, política y memoria, el producto de un seminario desarrollado durante junio y julio del 2002, se proponen incomodar a este espectador y cuestionar este orden.
El mundo del consumo conspicuo que se inaugura en la posguerra inventó un pasado que poco quiere saber de ese agujero malvado que es el nazismo. El nazismo, nos dicen, es un otro ajeno, aberrante, monstruoso, que ha sido vencido: su terrorífico legado se clausuró junto con su derrota militar. Por ello, lo mejor que se puede hacer con él no es comprenderlo sino olvidarlo. Recordar este olvido es lo que se proponen los trabajos que abren Imagen, política y memoria: estos trabajos, puerta de acceso al problema de la imagen (cinematográfica o televisiva), le exigen al lector recordar lo que el entramado cultural de la posguerra impone sepultar. La Argentina (asilo de capitales y personeros nazis) no es ajena a esta trama cultural.
“La televisión fabrica el olvido”: estas palabras de Godard nos salen al paso en cuanto abrimos el libro. Marcan, también, su pulso, sus raccontos, su ensamblaje. De la práctica del olvido que lega el nazismo con su lógica del espectáculo indiscriminado, lo que el libro pretende recuperar son las experiencias de resistencia. En este sentido, las propuestas estético– políticas de Brecht se convierten en un camino obligado. De rastrear sus huellas se encargan el trabajo de Syberberg y su diálogo con Hans Mayer, el análisis de su obra realizado por Ricardo Parodi, junto con las ponencias de Alejandro Tantanian y Eduardo Russo.
Construir un espectador extrañado, y extrañarlo luego de ese lugar construido. Ponerlo en la exigencia de tomar una posición. Posición provisoria, por otro lado, destruida una vez asentada, e interminablemente reconstruida. La búsqueda de este lugar imposible es el problema del cine documental. Los ensayos de Jean-Louis Comolli indican el conflicto de estos “filmes que no terminan, que no se agotan en nada llano”: ¿cómo enseñar aquello que se muestra sin volverse una voz en off, exterior, omnisciente, autoritaria? ¿Cómo hacer del fragmento documental el agujero por donde tejer la memoria de lo que es, y que el filme no consigue apresar? ¿Cómo crearle una memoria a la imagen, y que esa memoria, en lugar de condenarnos a un pasado clausurado en una consigna indiscutible, posibilite que nos lo reapropiemos y construyamos desde él nuevos sentidos?
El espectáculo mudo de la caída de las Torres Gemelas en septiembre del 2001 inundó las pantallas de todo el mundo durante varias horas. Lastorres eran penetradas, una y otra vez, por certeros aviones, y se desplomaban en un silencio pavoroso. Ese vacío de sonido era llenado por las voces de los comentaristas, que distraían del espanto que empañaba el ojo del espectador. El libro se cierra con varios análisis de este acontecimiento. Para desprender sentidos de este hecho se hace necesario ir más allá de las imágenes y de las voces, ubicarse entre las voces que parlotean, apenadas, y las imágenes que repiten, monocromas, siempre lo mismo. Instalar la fuente del sentido entre el orden discursivo y el orden visual, ni en uno ni en otro. Hacia ese lugar parece conducirnos el pensamiento contemporáneo.

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