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Domingo, 23 de enero de 2011

En estado de memoria

Un hijo parte en búsqueda de la memoria paterna. Un viaje áspero y sentimental en una novela intimista.

 Por Sergio Kisielewsky

Los capítulos de una novela como ajuste de cuentas, como lugar de tránsito hacia un sitio identificable y sólido, visible para las paradojas. Es en la zona de lo incierto y lo irrecuperable que se inscribe el texto. Es el trampolín donde Diego, personaje central, hace un largo viaje hasta el fin de la noche, lo que es decir hasta los últimos días de su padre. La búsqueda, por cierto, es lo que interesa aquí, lo que ocurre en el camino, lo que sorprende y lo que también constituye un obstáculo, una herida que no termina de cicatrizar, es en definitiva cómo se van resolviendo las relaciones y sus enigmas vinculares.

Lo que importa entonces son los contrastes y episodios que el escritor va sorteando con la destreza del púgil ante los golpes del olvido, el paso del tiempo y las acechanzas de los mandatos. “Cuando vio que Cecilia entraba, el gato no se movió”, escribe Teobaldi como si dentro de un microrrelato estuviese toda la fuerza del destino. Como si la novela se dirigiera hacia una aventura sin solución de continuidad en un contexto donde se desarrolla lo que otorga sentido a la trama. Casi todo ocurre en un pequeño pueblo de la pampa húmeda, y entonces el autor se acerca a nuestro oído y habla. No es ajeno a los vericuetos del texto el tema de la tenencia de la tierra: los hechos ocurren en una zona semirrural y el gran relato se vuelve transparente, necesario, con una ternura que no deja cabo suelto hasta el final del libro.

El reencuentro con el padre se espera desde las primeras líneas pero siempre aparece el paisaje, las deudas con el amor y los pocos amigos que quedan del paso por el colegio secundario. Y las ventanas, los patios, los aljibes y las rotondas que vuelven próximo lo lejano. En su devenir los personajes aparecen como fantasmas que hacen y deshacen las telarañas del vivir, de lo que no se puede nombrar, lo que no se puede decir. El padre de Diego fue un militante gremial, dio lo mejor de sí por sus ideales y muchos que lo conocieron y quisieron le cuentan a Diego lo que ocurrió en tiempos tumultuosos, de verdadera confrontación. Entonces en la galería imaginaria desfila Concini, que elige la venta ambulante en su bicicleta con alas, o el taxista que un 31 de diciembre narra una historia de colección poniendo a prueba la verosimilitud, que en la literatura se necesita siempre.

Daniel Teobaldi desarrolla su labor como docente en la Universidad Nacional de Córdoba y publicó también los libros de cuentos Los oficios inciertos (2000) y Escrito en el aire (2008) entre otros títulos, también se dedicó al ensayo al encarar el análisis de la épica en Lugones y la poesía de Borges. En El final de la noche hace su apuesta más contundente: la intimidad está expuesta en el rigor de la espera que no siempre es plácida, y por lo tanto desespera.

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El final de la noche. Daniel Teobaldi Ediciones del Copista 210 páginas
 
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