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Domingo, 13 de marzo de 2011

Los diferentes ruidos del agua

Una familia marcada por el agua, en un relato de aventuras que entretiene sin desdeñar la preocupación por los aspectos formales de la novela.

 Por Ezequiel Acuña

Don del agua
Tatiana Goransky

Gárgola
144 páginas

Dos hermanos, una herencia intangible. Un padre con una habilidad divina y una maldición. Una familia signada por la tragedia. Y el llamado del agua. La verdad es que Don del agua tiene un inicio atrapante, de esos que cualquier lector está siempre dispuesto a cruzarse y al que vale la pena echarle una miradita de parado en la librería. Todo comienza en San Juan con Saúl, el padre, albino, joven, huérfano, y un Swami, una especie de gurú hindú o algo por el estilo, pero de nacionalidad norteamericana, que guiado por sus visiones oníricas busca erigir su primera comunidad, el Reparo Candoroso, en La Pampa del Leoncito, y precisa encontrar una fuente de agua de cualidades religiosas en aquel desierto para ubicar los cimientos. Saulito, rabdomante sin vara, marca el lugar para el Swami: tiene el don del agua y la habilidad para encontrarla simplemente sintiéndola. Toda su vida sufrirá la culpa por las prácticas que se realizaron en aquella comunidad religiosa que nacía, y morirá en un misterioso accidente junto a su esposa.

“Recuerdo las palabras pronunciadas por mi padre el día en que lo vi por última vez: ‘Yo siempre supe a dónde está el agua, pero vos sabrás cómo sobrevivir en ella sin artilugios’”, escribe en su diario el hijo mayor, Juan, el capitán de barco, estudioso, paciente y perseverante, que busca un tesoro hundido a lo ancho del Atlántico sur. Por otro lado está Abel, el buzo de profundidades, temerario, astuto y líder nato, de cabeza fría como el fondo del mar. Sólo parecen compartir una cualidad, esa relación especial con el agua, el peso del don que es herencia paterna.

Antes que nada, Don del agua es una novela de aventuras, con todas las letras como pide el pueblo y escasea últimamente, como si la más mínima gota de realismo desencadenara, necesariamente, el gobierno absoluto de la verosimilitud y el aburrimiento. Acá, sin embargo, hay bastante de maravilloso, pero de la mejor tradición, la de los cuentos juveniles entre la fantasía y el terror, aunque dejarla en ese lugar sería encasillar una novela que tiene mucho más para dar, sobre todo porque está atravesada no sólo por la tragedia, esa mezcla de destino divino y maldición humana, sino por una serie de lenguajes y discursos que suman, la agrandan y la convierten en una historia emocionante. Tal como en las dos novelas anteriores de Tatiana Goransky, Lulúpe María T. y ¿Quién mató a la cantante de jazz?, que se metían con la novela de aprendizaje y el policial, respectivamente, Don del agua claramente no se limita por el género elegido.

Antes del arranque de la historia, un agradecimiento juguetón, pero bien fundamentado en el resto del libro, reza: “Este libro no existiría de no haber sido por la periodista Luisa Blumes. Sin su investigación y recopilación, la historia de la familia Expósito jamás hubiera sido contada”. Básicamente la historia se arma entre el cuaderno privado del capitán, Juan, el hijo mayor; las notas de la periodista Luisa Blumes que investiga la trágica historia de la familia, y levanta testimonios; y una serie de biografías que Tatiana Goransky traza a veces con la precisión de la erudición y la cita, otras con el detalle y suspicacia de la crónica, y por fin con la magia de lo fantástico.

Los diferentes recursos y registros de Don del agua claramente no son novedosos, tampoco esa mezcla, pero a quién le importa si para el caso están utilizados deliciosamente, con gran armonía. Lo que importa verdaderamente es que la historia de los Expósito está escrita de la mejor manera.

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