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Domingo, 13 de marzo de 2011

Retrato de la hija cachorra

Hija del gran poeta y mito Dylan Thomas, ella no podía ser una chica del todo común. Preocupada por contar la historia familiar sin tapujos, pero aún perseguida por la sombra del padre y sus 18 whiskies, logra un relato valioso a la hora del aporte testimonial y documental.

 Por Juan Pablo Bertazza

Los dos grandes mitos que eternizaron a Dylan Thomas –el record de 18 whiskies antes de morir en el hoy en venta Chelsea Hotel, y su nombre bautizando a Bob Dylan y dándole letra a la cultura del rock– ni siquiera son mencionados en estas memorias de su hija Aeronwy. Sin embargo, Paisajes de mi padre cumple de manera notable con ese extraño requisito que deberían tener las obras que se proponen abordar mitos verdaderos: como el agua de mar en medio de un desierto, a medida que satisface la curiosidad genera una avidez aún mayor por seguir sabiendo. Poemas, relatos, cartas, fotos, canciones y películas; todo aquello de Dylan Thomas que esté revoloteando por ahí va a caer inexorablemente a nuestras manos mientras se lee esta obra mítica; tan dylaniana –los rasgos faciales de padre e hija son idénticos y su escritura hace recordar a algunos de los cuentos de Retrato del artista cachorro– como dylaniana –el pelo alborotado y el rostro anguloso construyen casi un homenaje a Blonde on blonde–.

Es así que Paisajes de mi padre llega para sumarse de manera inmediata a la vanguardia de documentos sobre este poeta galés cuya vida, obra e importancia en el mapa poético del siglo XX la valió un mote que él mismo formuló para sí: el Rimbaud de Cwmdonkin Drive (la calle de Swansea, Gales, en la que nació). Entre esos documentos podemos mencionar la estupenda edición de sus cartas publicada por Ediciones de la Flor –donde pueden leerse gemas como que el nombre Dylan quiere decir en galés “príncipe de las tinieblas” y sus continuas tretas para pedir y sacarle dinero a quien sea– y la reciente biopic En el límite del amor de John Maybury, que se centra en el triángulo amoroso entre el poeta (Matthew Rhys), su esposa bailarina Caitlin MacNamara (Sienna Miller) y Vera (Keira Knightley), una vieja amiga de la infancia con quien se reencuentra cuando el mundo se derrumba en plena Segunda Guerra Mundial.

También la tumultuosa y apasionada relación entre Dylan y Caitlin es uno de los recuerdos más recurrentes de su hija en Paisajes de mi padre, sobre todo cuando se refiere, todavía sorprendida, a sus mutuas infidelidades, a sus gigantescas discusiones, a su amor sin límites: “Las peleas de mis padres habían adquirido el rango de epopeya. Mi madre recordaba una en la que embadurnó de dentífrico verde toda la habitación de un hotel, aunque no podía recordar, en cambio, el motivo de la pelea. Fue una pelea con todas las de la ley, unidos los dos en un abrazo mortal, mi madre asestándole una lluvia de golpes en la espalda y él defendiendo el pecho y apretándola contra él con violencia”.

Paisajes de mi padre constituye una obra imprescindible dentro del corpus sobre Dylan Thomas porque contiene una cantidad enorme de información acerca de la vida familiar en Laugharne, la fama y la popularidad dignos de un rock star que Dylan Thomas gozó y padeció en vida (sobre todo, a partir de sus recitales y charlas de poesía en Estados Unidos). Todo bajo el prisma de la mirada también mítica y algo alucinada de una niña que no pudo dejar de heredar las visiones poéticas de su padre. Datos sobre su trabajo como poeta –todos los días se sentaba a escribir a partir de las dos de la tarde, cuando Caitlin lo encerraba bajo llave para que no pudiera distraerse por nada del mundo–, sobre la cocina de sus obras emblemáticas –el libro sigue todo el itinerario de Under the milk wood, la obra que obsesionó a Dylan Thomas durante los últimos años de su vida, a la vez que explica, por ejemplo, la génesis de su poema más célebre, “Do not go gentle into that good night”– y, como no podía ser de otra forma, anécdotas imperdibles acerca de esa relación de complicidad, y no exenta de conflictos, entre padre e hija: las mentiras que inventaban en conjunto una vez que Aeronwy iba a buscarlo a los bares para que Caitlin no estallara en furia, los disgustos escolares de la niña cuando la maestra no se refería a ella por su nombre sino en términos de “la hija de Dylan Thomas”, o esa frase extraordinaria en la que Aeronwy Thomas, en tiempo record, dice todo sobre su padre: “Siempre que estaba con él me ponía a hablar rápido para decir el mayor número de palabras posible antes de que él recordara que tenía que hacer algo más apremiante que estar charlando conmigo”.

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