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Sábado, 30 de abril de 2011

La Gran Novela inglesa

Con La viuda embarazada, Martin Amis vuelve a las alturas arriesgadas y vertiginosas de novelas como Dinero y Campos de Londres. El verano de 1970 es el momento elegido por Amis para narrar un vertiginoso viaje desde la juventud hasta la madurez en que aparece con fuerza la presencia palpable de lo que llamamos el pasado. Con humor, esta comedia no desdeña, sin embargo, ir en busca de la quimera de la gran novela nacional. Inglesa, claro.

 Por Rodrigo Fresán

Suele hablarse mucho (demasiado) sobre la Gran Novela Americana. Sin embargo, a la altura del siglo XXI, rara vez se menciona en Gran Bretaña algo llamado la Gran Novela Inglesa. Tal vez porque los británicos rindieron con excelencia esa asignatura en los siglos XVIII o XIX (y renovaron título a lo largo y ancho del XX tanto en lo clásico como, con una ayudita de los irlandeses o de los hijos de las colonias, en lo vanguardista), nada parece inquietarles menos que la captura de un fantasma para los norteamericanos siempre esquivo y por venir. O quizá porque son conscientes de que atrás han quedado los días dorados del Imperio y que ya no hacen falta regios edictos que le tomen el pulso al ser nacional sino, apenas, excelentes novelas felices de ser. Así, mientras los norteamericanos comienzan a sospechar su decadencia –de ahí ampulosidades como la sobrevalorada Freedom de Jonathan Franzen– los narradores Made in U.K. optan, de un tiempo a esta parte, por la exploración de lo muy privado como espejo más o menos deformante de lo público. Libros que no aspiran a ser despachos definitivos desde el frente sino un nuevo eslabón en la cadena de una obra que sólo se cortará el día del punto final.

Tal es el caso de La viuda embarazada de Martin Amis –autor cercano a los Estados Unidos tanto en lo biográfico como en lo artístico–, a la que, sí, podría definirse como Gran Novela Inglesa pero, mejor aún, como Gran Novela de Martin Amis. Porque de su mano y entre sus piernas Amis vuelve –luego de estimables nouvelles como Tren nocturno y La Casa de los Encuentros y de la un tanto extrema Perro callejero– a las feroces alturas de vértigo de Dinero, Campos de Londres y La información.

Y otra diferencia más que interesante en el ADN de dos literaturas unidas por un mismo idioma: mientras que en Estados Unidos –salvo contadísimas excepciones como las de Twain o Vonnegut o Heller o Moody o Ferris– lo importante debe manifestarse con seriedad, en Inglaterra nada es más normal que, cervantinamente, entender lo trascendente como diversión. Por ahí pasaron Tackeray, Austen, Dickens, Wilde, Chesterton, Joyce, Waugh, Amis (Kingsley), Murdoch, Burgess y un largo etcétera. Y por ahí pasa Amis con La viuda embarazada renovando el ya absurdo y nada divertido misterio de que hayan vuelto a NO darle el Booker Prize por otra obra maestra.

Y el pasado otoño –en una entrevista en el festival La Risa de Bilbao– Amis apuntaba que para él y para muchos de sus maestros (mencionó a Kafka, a Nabokov, a Bellow) el humor siempre brotaba de aquello que más se temía. De ahí que La viuda embarazada se sostenga, firme, sobre los sólidos pilares de dos terrores que no paran de hacer temblar. Uno de ellos íntimo, y el otro compartido por todos.

La viuda embarazada. Martin Amis Anagrama 494 páginas

El primero de esos terrores –conozcan al veinteañero Keith Nearing y a sus aspiraciones literarias– es qué habría sido de Martin Amis de no haberse convertido en Martin Amis. Una suerte de memoir alternativa (el connaisseur detectará por allí un cameo de Christopher Hitchens bajo otro apellido y una variación sobre la muerte de la hermana de Amis) cuyas resonancias reales ya conocimos leyendo su autobiografía Experiencia. Keith (nombre frecuente en las ficciones de Amis) es algo así como una contracara gemela del Charles Highway en la debutante El libro de Rachel: quiere ser un ilustre fabricante de historias sin que eso signifique desatender su voraz apetito sexual por su novia Lily y, sobre todo y entre todas, por la inalcanzable y blindada y bella Scheherazade.

“Es el clímax de mi juventud. Todo se decidirá aquí”, se autodiagnostica Keith. Y ese “todo” sucede en el contexto geo-temporal del verano de 1970, albores de la “Década del Yo”, revolución sexual, hembras en celo avanzando sobre los machos celosos. Y, como postal y telón de fondo, un castello en Campania (por momentos La viuda embarazada parece una versión X y decameroniana de uno de esos romances turísticos de E. M. Forster, absurdo noble local incluido) mientras, Gran Novela Inglesa otra vez, Keith intenta distraer las demandas de su músculo inferior bombardeando su músculo superior con la anestesia de un muy particular paseo por el canon de la literatura de su patria. Advertencia: Amis ya etiquetó a La viuda embarazada –por momentos shakespeareana y pastoral y física comedia de (malas) costumbres desembocando en mental novela de (buenas) ideas– como “libro muy feminista que me traerá muchos problemas con las feministas.” En resumen: bienvenidos a la madura sátira de un joven sátiro llamado Nearing y a la joven sátira de un escritor maduro llamado Amis.

El segundo de esos terrores es –reencontramos a Keith tantos años más tarde, a lo largo de varios “entreactos”, entre el 2006 y el 2009– comprendiendo que su cuerpo ya no es lo que era y que comienza a tener más ayer que mañana: “Así funciona la cosa. Mediada la cuarentena tienes tu primera crisis de mortalidad (la muerte no va a ignorarme), y diez años después tienes tu primera crisis de edad (mi cuerpo me susurra que a la muerte ya le estoy llamando la atención). Pero en el ínterin te sucede algo verdaderamente interesante (...). Luego llegaron y pasaron los cincuenta, y los cincuenta y uno, y los cincuenta y dos. Y la vida vuelve a espesarse. Porque ahora hay una presencia enorme e insospechada dentro de tu ser, como un continente ignoto. Es el pasado”.

Pensar entonces en La viuda embarazada –como pensamos en Thomas Hardy o en George Eliot– como en la más terminal de las novelas de iniciación; como en algo más historiográfico que histórico donde no se evoca un tiempo pasado y perdido sino los modos y modales con que ese tiempo pasa y, reencontrándolo una y otra vez en nuestro presente, descubriendo que jamás pasa del todo.

Y Keith –el Keith que nunca llegó a ser ese brillante estilista que es hoy Amis– mira atrás sin ira pero, dolorido y nostálgico, con la fitzgeraldiana autoridad del fracaso. Y –entendiendo el propio crepúsculo como “el papel de tu vida” para lo que acaba siendo “un film de terror de bajo presupuesto que se reserva lo peor para el final”, mientras profetiza una revolución asesina de viejos a manos de jóvenes cansados de financiar sus longevos retiros– Keith recuerda. Y relee y nos invita a leer y a comprender su historia que siempre será un poco la nuestra porque, lanzados desde el pasado, todos viajamos hacia ese mismo punto sin retorno.

Y pequeño consuelo para Keith pero inmensa alegría para nosotros: su triste y pequeña existencia está contada como si fuese –y como es– una terriblemente divertida gran novela inglesa de Martin Amis.

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