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Domingo, 24 de julio de 2011

La soledad y el barrio

Una ancha franja de percepciones, misterios y sensaciones veladas recorre La vida privada, desde los años cincuenta a los primeros años de la crisis del siglo XXI. Rodolfo Rabanal publicó una novela que busca un nuevo rumbo literario a través de un lenguaje argentino que cruza las grandes tradiciones de Borges y Arlt.

 Por Fernando Bogado

Podría decirse que la vida privada, en estos tiempos, es un esfuerzo antes que un hecho, una construcción antes que una realidad tangible. En sí, pareciera que la vida privada no existe. ¿Consecuencia de las redes sociales, del desarrollo de Internet, del tweet? Puede ser, sí, pero ya mucho antes lo que sucedía en tal o cual cuarto cerrado era el combustible para el chusmerío de barrio, menos costoso en términos de tecnología pero no por eso menos efectivo: un chisme estratégicamente colocado podía terminar con familias enteras, con negocios, etc. Sin embargo, lo secreto no se acaba en la lógica del chisme, lo secreto incumbe también a la vida interior de cualquier persona. Podríamos decir que La vida privada, última novela de Rodolfo Rabanal, parece ubicarse entre el chisme de barrio nostálgicamente evocado y la soledad de la voz interior, entre los olores de los tiempos idos y las neuróticas percepciones del presente.

“El que percibe”, tal el nombre con el que el narrador nos presenta al protagonista de la historia, vive en pleno centro de la ciudad: pasa sus días tomando un café doble con medialunas y manteca por la mañana, escribiendo por la tarde en las hojas que dispone sobre la mesa con la misma lapicera, acompañando sus meditaciones en la terraza en ese insoportable calor de febrero con un vaso de ginebra, hielo y un toque de limón. Los detalles pueden seguir acumulándose perfectamente: cada uno de los elementos de esta colección que arrastra en su cabeza implican una percepción, un aroma, un recuerdo, como si el pasado latiera en cada uno de esos objetos y sólo bastara un momento más de atención para liberar ese tiempo pretérito que los objetos albergan, como si ellos también tuviesen ojos o pudieran hablar.

Encerrado en esta vida metódica, “el que percibe” comienza a observar a su nueva vecina ubicada en el piso de abajo, una joven a la que cree francesa y de la cual prefiere ni saber el nombre. Con el paso de los días, esa especie de observación voyeur va a convertirse en trato efectivo, sumergiendo a los dos en largos encuentros privados en donde combinarán recuerdos con besos, placeres intensos (casi como si fueran María Schneider y Marlon Brando en Ultimo tango en París) y comentarios sobre sucesos cotidianos pero a la vez sensacionales (el asesinato de un cura, para ser más específicos).

La vida privada. Rodolfo Rabanal Seix Barral 192 páginas

La novela logra ser fragmentaria sin por eso quedar en un texto desarticulado y autorreferencial: los personajes van cobrando densidad propia en medio de toda una acumulación de sensaciones nebulosas o visiones que mezclan, en la misma línea, los carnavales de mediados de los cincuenta con la Argentina de comienzos del nuevo siglo. Es más, cada sensación opera a veces como un ancla desde la cual el relato se sostiene brevemente para luego entregarse a otra sensación, a otro recuerdo: bien lo dice el personaje, en lo único que cree es en ese presente que percibe, pese a que esté abonado de figuras ficticias o de recuerdos que prefiere evitar.

Rodolfo Rabanal logra aquí un trabajo que captura al lector, pese a que las primeras líneas pueden causar cierta incomodidad en la medida en que los registros de las impresiones pasan abruptamente de lo sublime a lo mundano, de “Dante” a “pija” en un texto que no se declara fruto del collage, es más, que rechaza abiertamente la lógica del montaje (bah, de cierto tipo de montaje) en la medida en que no pretende ser “televisiva”. Sin embargo, la prosa de Rabanal supera rápidamente esta situación y seduce en sus descripciones de encuentros sexuales, en el interés por los personajes melancólicamente evocados por el narrador –quien a veces se confunde con el protagonista–, en las percepciones. Como lo ha confesado el autor en la entrevista realizada aquí en marzo de este año, la salida de este texto implica un esfuerzo de su parte por encontrar una nueva línea de producción novelística (lo fragmentario) y una apuesta por un lenguaje más concreto, inmediato: el “rajá, turrito, rajá” de Arlt antes que el “verbigracia” o tantos términos absolutamente borgeanos. Y las menciones literarias aquí no son escasas: desde Stendhal a Apollinaire, el paladar literario de “el que percibe” y del propio Rabanal parece precisar estas obligadas degustaciones en el banquete del texto, este “paladar francés”, si se quiere, a la manera de un Eugenio Cambaceres contemporáneo (otro obsesionado, a su manera, con las percepciones y los secretos).

En La vida privada pululan los escenarios cerrados, en donde los amantes se deshacen en besos, olores, sonidos; pero también en cortinas que dejan ver a trasluz escenas prohibidas, en suposiciones con respecto a la intimidad de tal o cual persona, en espacios secretos del pasado que no conviene recordar. Lo privado aquí no es lo íntimo y opaco, sino el primer lugar del erotismo del secreto, como la chica francesa irrumpiendo las prácticas solitarias del protagonista: violar sorpresivamente una puerta, ver donde no se debe, recordar lo molesto es el intento de la novela por señalar que si la vida privada es real, no tiene mayor consistencia que la de un secreto a ser revelado.

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