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Domingo, 14 de agosto de 2011

La carne y la tierra

En un único volumen se publican Todo eso y Al tacto, los dos libros de cuentos que dio a conocer Paco Urondo en 1966 y 1967, respectivamente. En diferentes registros y con la eficacia característica de los narradores de los años ’60, supo fusionar la pasión de las mujeres, la política y la historia.

 Por Damian Huergo

“El país y la mujer están sin conocer. ¿Quién toma en sus manos esta riqueza? ¿Cómo podemos vivir ignorando la carne y la tierra que nos rodea?”, dice el protagonista del cuento “El amor del siglo”, de Francisco Urondo. A continuación, el hombre, mujeriego y funcionario de la universidad, aclara que la proclama no es suya, que la escuchó en una reunión de amigos, que la está tocando de oído. Sin embargo, la repite y la escribe en una novela a medio terminar. Lo hace porque los representa, así, en plural, abarcando no sólo a los cercanos que lo rodean sino también la época en que vive. Son los años sesenta. El clima es fértil para los cambios y las exploraciones en todo terreno, sea estético, político o sexual. No es difícil imaginarse al mismo Urondo pronunciando la frase en un bar de Buenos Aires, de noche, con una copa en la mano.

Si hiciéramos el experimento de leer Todos los cuentos ignorando el nombre del autor en la portada, de a poco, página por página, caeríamos en la cuenta de que en las manos, en la boca y en el cuerpo, tenemos un material que proviene de la pluma de Paco Urondo. Todos los cuentos está integrado por Todo eso y Al tacto, los dos libros del género que publicó en vida. Allí, como si volviéramos a la casa donde crecimos o –parafraseando a Pavese– al lugar donde hemos sido felices, nos encontramos con la fuerza vital que conocimos en su poesía; en particular cuando retoma temas como la fugaz intensidad del amor, la mitificación de las mujeres, la amistad y las encrucijadas que la historia colectiva le presenta a cada individuo.

Todos los cuentos. Francisco Urondo Adriana Hidalgo 255 páginas

En Todo eso, publicado originalmente en 1966, los tres relatos largos que lo integran tienen a la mujer como disparador. Como si fuese la representación de una parábola filosófica, el lugar de la mujer se desplaza de cuento en cuento desde la idealización hasta el terreno del materialismo cotidiano. En “Amore mio santo” –el más largo del libro– el paso de una “linda mujer” empuja un diálogo entre dos amigos que gira en torno a su misterio y preciosidad, que empieza en su nombre –Esmeralda– y alcanza sus piernas. La charla crece al ritmo que se llenan y vacían las copas, dando paso a historias paralelas que los tienen como protagonistas. En ese juego de espejos, como en las buenas narraciones orales, Urondo genera que el lector sea parte de esa mesa de bar, que se pierda en las anécdotas por el ritmo de la charla y, sobre todo, que se mimetice con los personajes por las fantasías íntimas que narran.

En “El amor del siglo” vuelven a retratarse mujeres pero sin las anteojeras del endiosamiento. En primera persona, el narrador cuenta los diferentes encuentros y desencuentros con mujeres, incluyendo a su esposa. Ella representa el inevitable camino de llegada, el tic tac que no quieren oír los amantes hasta que estalle “la bomba de realidad”: la costumbre. El narrador, como si utilizara una regla nemotécnica para no olvidar, asocia los ciclos compartidos con cada mujer con acontecimientos políticos. Así se filtran recuerdos de una huelga de ferroviarios anarquistas, las internas entre “azules y colorados” en el onganiato y se anuncia el entusiasmo por Frondizi y su posterior desilusión. Urondo retoma esta línea narrativa que cruza la Historia y la vida privada, en el magnifico cuento “Baile”. Allí se hace explícita la decepción por el desarrollismo. El personaje, un funcionario del gobierno, ante la decepción de su vida personal (apabullada por la culpa que lo interpela tras sus placeres hedonistas) y la traición del programa político que apoyó, se propone dar un giro radical y pensar la revolución como “un modo de seguir viviendo”; como si fuera un paso previo, dice Susana Cella en el prólogo, de lo que ocurrirá en la vida y obra de Urondo.

Al año siguiente, en 1967 Urondo publica Al tacto, su segundo volumen de cuentos. A diferencia de Todo eso, el libro va a estar integrado por quince cuentos breves. Influido por los escritores del boom y contemporáneo del dream team de cuentistas argentinos (Briante, Castillo, Blaisten, Conti, sólo por nombrar algunos), Urondo utiliza en los relatos una amplia variedad de registros. Conviven cuentos semifantásticos como “Los tres soles” o “Abuela”, donde la locura del personaje femenino ensancha los márgenes de la realidad, con cuentos denuncialistas y regionales como “La lluvia y las víboras”. En otros como “Re dei vini” vuelve a explorar en el universo femenino. Lo hace con una visión social que desploma la idea romántica de la prostitución, propia de cierta literatura masculina. Algo similar sucede en “Las argentinas son divinas”, donde a partir de la historización de la mirada de una chica corriente puede rastrear con sutileza y admiración los cambios profundos en las mujeres durante el siglo XX.

Los dieciocho relatos de Todos los cuentos pueden pensarse como un acercamiento del autor a sus inquietudes personales: las mujeres y el país. En ellos abraza cuerpos, camina llanuras, transita rutas, conversa en bares, discute ideas, baila, se emborracha. Como en su poesía, en los cuentos no utiliza el lenguaje literario para alejarse de la experiencia. Al contrario, es su herramienta de exploración. Su modo de dar la mano y dejarla sostenida, en el aire y en el tiempo, para los que quieran atraparla.

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