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Domingo, 18 de septiembre de 2011

Operación Estrago

Chuck Palahniuk reaparece con una novela satírica sobre los estragos paranoicos del fundamentalismo en tierra norteamericana, pero que también puede ser leída como la más terminal de las novelas de aprendizaje e iniciación.

 Por Rodrigo Fresán

La cosa es sencilla: Charles Michael “Chuck” Palahniuk (Pasco, 1962) no es un novelista de ideas sino un novelista de idea. Una sola. Y de la gracia y la originalidad de esa idea depende toda una novela. Su trama y su eficacia. Así, Palahniuk como un siniestro stand-up comedian apoyándose en cada una de sus entregas en la eficacia y poder residual de un único gag para sostener el andamiaje de todo un libro.

Así también, su anterior título, Snuff –donde todo gemía y jadeaba alrededor del mundo del cine XXX– no era uno de los mejores, tal vez porque la transgresión estilo Palahniuk funciona mejor contaminando ambientes y ecosistemas normales y civilizados. Lo mismo sucederá con las próximas Tell-All (con la flora y fauna del Hollywood dorado como telón de fondo y muy por debajo en ferocidad de las aproximaciones de James Ellroy) y Damned (donde Palahniuk se mete con los best-sellers evangélicos de autoayuda). Pero –mientras tanto y hasta entonces– aquí viene Pigmeo. Y buenas noticias: Pigmeo –décimo título de Palahniuk– es una buena idea, una de esas ideas palahniukianas de las buenas, un experto y siniestro divertimento.

Sin la ambición formal de Diario o Rant –pero recuperando ese esperpéntico anarco-nihilismo que hizo célebre al autor con El club de la pelea– Pigmeo es la aproximación marca Palahniuk a uno de los tabúes que le faltaba profanar: el terrorismo internacional y la paranoia norteamericana a todo lo que viene de afuera.

Pigmeo. Chuck Palahniuk Mondadori 267 páginas

Y de afuera viene el Pigmeo alias Agente 67: trece años de edad y supuestamente inofensivo y diminuto estudiante de intercambio procedente de un estado tiránico y totalitario mezcla de “Corea del Norte, Cuba, China comunista y Alemania nazi” que esconde a un maestro en las artes marciales y miembro fanatizado de una cancerosa célula dormida esperando despertar a la metástasis de un atentado masivo con el nombre clave de Operación Estrago. Hasta que llegue ese momento –y haciendo gala de una narración en primera persona del singular, donde se acumulan los habituales aforismos salvajes, la repetición de tics-slogans y, en esta ocasión, un inglés roto y espasmódico en forma de despachos a los superiores, cadencia no tan marcada en la traducción al español– el monstruito participa y condena y hasta disfruta con culpa de adicto de los rituales de convivencia de los Cedar, una típica familia del Medio Oeste norteamericano. Entendiendo por “típica familia” que el padre es un cristiano adicto al porno que trabaja en una fábrica de armas biológicas y la madre no deja de tragar pastillas mientras vibra al ritmo de sus muchos vibradores (regalo perfecto para el Día de la Madre, amiguitos). De ahí que, en más de un momento, Pigmeo –moviéndose alternativamente entre el trazo grueso y el tajo profundo, y cuya potencia satírica la acerca, por momentos, al Kurt Vonnegut más extremo o un posible primo encerrado en el altillo de Douglas Coupland o Bret Easton Ellis– funcione como una sitcom televisiva y bizarra donde no se respeta el protocolo durante la misa, se invoca al vivaz fantasma y espíritu santo de Columbine o, en un tramo verdaderamente revulsivo, se nos oferta lo que puede llegar a suceder en los baños de una catedral capitalista como Wal-Mart. También hay una decapitación. Y bromas sobre el Coronel Sanders del Kentucky Fried. Y mascotas torturadas. Y diatribas fundamentalistas contra los fundamentos de un Sueño Americano resguardado por zombis cuyos cerebros se lavan y centrifugan cortesía de un sistema educativo tan feroz y tiránico como la patria del Agente 67.

Lo que no significa que Pigmeo –al igual que el tránsito explosivo del ultraviolento Tyler Durden– sea una novela política aunque, por momentos, se presente como una mutación asfixiante y bastarda y humorísticamente negra del sofisticado ruido blanco de Don DeLillo.

Pensar en Pigmeo, mejor, como en una suerte de El verdugo entre el centeno.

Pensar en Pigmeo como en la más terminal de las novelas de iniciación.

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