libros

Domingo, 2 de octubre de 2011

Cuando los detectives meten el perro

Ya conocido por sus aportes al arte de hablar de los libros no leídos, Pierre Bayard indaga ahora en los aciertos y errores de los grandes maestros del policial. Ahora es el turno de Conan Doyle y su, al parecer, equivocada resolución de El sabueso de los Baskerville.

 Por Fernando Krapp

El Caso del Perro de los Baskerville
Pierre Bayard

Anagrama
200 páginas

El psicoanalista y ensayista Pierre Bayard es un maestro para analizar y desmenuzar restos o, mejor dicho, residuos literarios. En su famoso (y bien vendido) ensayo Cómo hablar de los libros que no se han leído, Bayard se metía con los libros de los que escuchamos hablar, o leímos en reseñas, o apenas sabemos algo por amigos o no pudimos terminar de leer; e intentaba dar otra dimensión sobre la potencialidades subjetivas de la lectura y desculpabilizar a los lectores de ese imperativo cultural occidental de que para leer algo, hay que leer todo.

No conforme con su “polémico” enfoque analítico (muy parecido a las propuestas novelescas de Macedonio Fernández hace más de un siglo atrás), Bayard inventó un sistema de lectura y la llamó “crítica policial”. El método consiste en intervenir en las novelas policíacas (o que contengan algún enigma) y reabrirlas como si fueran casos judiciales para encontrar al verdadero culpable, quien logró escaparse incluso de la imaginación del autor. Para lograr su objetivo, Bayard argumenta livianamente que los personajes, debido a las consecuencias que pueden tener sobre los lectores, pueden ser considerados personas vivas que toman decisiones a espaldas de sus creadores; personaje y autor entonces estarían a la misma altura. ¿Y el crítico “policial”? Bueno, el crítico sería como una suerte de justiciero con el supuesto saber para marcar el camino y organizar los tantos en esa frontera tan permeable que separa la ficción de la realidad, o como lo llama el propio autor, el mundo intermedio.

El método ya le rindió tres libros y, bajo sus efectos, Bayard se metió primero con Agatha Christhie, y después con el mismísimo Shakespeare para señalar que el asesino del padre de Hamlet no era Claudio. Ahora se las agarra con Sir Arthur Conan Doyle. Y la aventura de Sherlock Holmes conocida como El sabueso de los Baskerville, relato que marcó el regreso de Sherlock a la escena después de que Conan Doyle, agobiado por el éxito de su personaje, lo arrojara por una catarata. La angustiada muchedumbre lectora le pidió a Conan Doyle que lo reviviera. Sherlock, entonces, volvió al ruedo, pero, según Bayard, en su nueva aventura se equivoca groseramente. Bayard decide saltar del ensayo formal de exposición de ideas al relato policial y coquetea con la narrativa para exponer, según su punto de vista, quién fue el verdadero asesino y cómo y por qué se equivocó Arthur Conan Doyle.

Más allá del dilema de quién es el que resuelve mejor (Bayard no se toma tan en broma esta cuestión; para él es un caso de verdadera justicia histórica), el ensayista francés tiene algún que otro desliz crítico interesante: como el hecho de señalar que Sherlock Holmes, en toda su carrera como detective, se equivoca varias veces. Esa aseveración abre una grieta en toda la crítica que analizó la forma del relato policial “de enigma” como un espejo de la razón lógica del siglo XIX y su método científico. Bayard humaniza a Sherlock Holmes y nos asegura que su capacidad analítica (que Carlo Guinzburg comparó con la terapia psicoanalítica) no es perfecta desde su concepción, y que Sherlock no es como Dupin, el embrionario personaje de Poe, encerrado en su casa, imaginando con los meros indicios del caso su resolución. Sherlock investiga el caso a la par, hasta llegar a equivocarse varias veces.

Aun así, ¿a quién puede importarle realmente si el verdadero asesino del Caso de los Baskerville fue o no aquel sabueso que asustó a su víctima provocándole un paro cardíaco? Bayard no da tregua y asegura que su método es infalible y debería ser empleado en los claustros de estudio. Quien sabe ahora que Bayard reabrió el caso, algún médium debería revivir a Conan Doyle, ponerlo al lado del psicoanalista francés, y entre las representativas muchedumbres fieles a Sherlock Holmes, que siguen siendo populosas, exponer cada uno su punto de vista, para que el caso puede cerrarse en paz, y todos (autores, críticos policiales, personajes, lectores) contentos.

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