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Domingo, 8 de enero de 2012

Céline, el iracundo

Escrita a modo de autodefensa y preparación para una nueva recepción de sus libros y su figura, Conversaciones con el profesor Y es una muestra del humor ácido y la actitud teatral que Louis-Ferdinand Céline hizo célebres en un estilo que conmovió a la literatura francesa.

 Por Mariano Dorr

Caja Negra Editores nos fue acostumbrando a recibir sus títulos –más allá del autor del que se trate– como un libro-fetiche. Este es un libro que provoca tanto placer entre las manos (es suave, liviano, fucsia) como hilaridad o incluso repulsión. Céline –tras ser acusado y perseguido en Francia por colaboracionismo, señalado como una “desgracia nacional” una vez terminada la Segunda Guerra debido a su antisemitismo explícito–, de regreso en su país tras un largo y difícil exilio, enfrentando la indiferencia del público, toma el toro por las astas puteando a los cuatro vientos (del mundo literario), mientras despliega magistralmente su propia poética megalómana. Céline construye un elogio y hasta una exaltación de su figura “genial” del modo más ordinario: “¡yo soy la modestia en persona! ¡mi yo no es osado en absoluto! ¡lo presento con mucho cuidado!... ¡miles de prudencias! ¡lo recubro siempre de mierda!...”, exclama, ensayando una puntuación que reniega de toda regla.

Mariano Dupont –el traductor– señala en el prólogo que Conversaciones con el profesor Y comenzó siendo una “nota sobre el estilo”, que luego Céline convierte en una entrevista imaginaria. El resultado es una novela breve cuyo tema es la propia escritura de Céline: “¡los dones que había recibido, yo, del Cielo!... ¡todos los tonos con que había insistido, sin embargo!... ¡dones verdaderamente extraordinarios! ¡que había repetido cien veces!... ¡basta, que recuerde! ¡que yo era el único genio! ¡el único escritor del siglo! la prueba: ¡que nunca hablaban de mí!... ¡que todos los otros estaban celosos! ¡con Nobel o sin Nobel! ¡que todos habían intentado fusilarme!... ¡y que por eso yo los jodía!... ¡a muerte! ¡porque era una cuestión de muerte entre ellos y yo!... ¡les voy a volar en pedazos sus lectores!”, escribe. La conversación con el profesor Y (que pronto se revela “coronel Réséda”) es una burla a toda entrevista posible; con tal de no perder el hilo que Céline va tramando, su interlocutor desiste de ir al baño y acaba meándose encima.

Conversaciones con el profesor Y Louis-Ferdinand Céline. Caja Negra 128 páginas

Una de las obsesiones del texto consiste en la figura del editor (Gaston Gallimard); Céline descarta que pueda interesarle en lo más mínimo lo que pueda ir surgiendo en la entrevista. Lo único que puede importarle a Gastón es su caja fuerte: “Si miran bien, van a ver muchos escritores que terminan en la miseria, mientras que pocas veces encontrarán a un editor bajo los puentes”, dice. Los hombres ricos como Gallimard “piensan como una caja fuerte... quieren ser cada vez más grandes, cada vez más blindados, cada vez más invulnerables (...), todas las personas que se acercan a hablarles son sospechosos de ser unos hinchapelotas”. ¿Y qué es lo que se publica bajo la protección de un gran editor? Sólo textos soporíferos. Según Céline, el Comité de Lectura que se ocupó del Viaje al fin de la noche, lo leyó durmiendo. ¿Qué dijo el informe? Nada, roncaban. Desde una perspectiva editorial, para que un libro funcione uno debe poder dormirse leyéndolo. Por momentos, el diálogo con el coronel se interrumpe y Céline hace brillar su escritura, dando lugar a brevísimos relatos: “El coronel seguía meando... yo pensaba en todo lo que habíamos dicho... y además en cosas divertidas a propósito de la memoria... tuve una suegra que era aún mejor que yo... a los ochenta años recordaba todos los números de todos los carruajes a los que había subido...”. Las frases salen disparadas a toda velocidad, como un subterráneo: “¡Yo soy otra cosa!... ¡soy mucho más brutal, yo!... ¡capturo la emoción, yo!... ¡toda la emoción en la superficie!... ¡de un solo golpe!... ¡decido!... ¡la meto en el metro!... ¡en mi metro!... ¡todos los otros escritores están muertos!...”.

Una pequeña invención, eso es todo lo que puede ofrecer un escritor a la literatura. En el caso de Céline, el “estilo emotivo”. Todos aquellos que no aprendieron a escribir en estilo emotivo “ya no existen”; o para decirlo de otro modo, “¡los nadadores de pecho desaparecieron cuando se descubrió el crawl!”. ¿Y cómo se consigue la emoción? Con tanta paciencia y esfuerzo “que un tarado como usted ni siquiera puede imaginar”, dice Céline al coronel.

Escrito a mediados de los ’50, esta traducción de Conversaciones con el profesor Y funciona como una estimulante invitación a la obra de uno de los más grandes –y polémicos– narradores del siglo pasado. Según Mariano Dupont, no estamos ante un libro menor o parasitario dentro del corpus céliniano sino que, más bien, sería “indudablemente uno de sus puntos más altos”. Una genial divagación “atravesada por una comicidad aún más explícita, desatada y teatral que en sus novelas”. Extravagante, sarcástico, enojado con todo el mundo y empecinado en ser el único que ve la escena completa desde arriba, como un Aristófanes de la modernidad, Céline se ríe a carcajadas convencido (con Nietzsche) de que la risa es el único instrumento capaz de acabar de una vez por todas con la cultura.

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