libros

Domingo, 22 de abril de 2012

La última oportunidad

Una mujer dedicada a cuidar de su hogar y a sus hijos un día decidió encarar su vocación literaria. El resultado fue El mayor Pettigrew se enamora, un éxito editorial y, sobre todo, una interesante novela sobre las diferencias sociales, raciales y el anacronismo de la aristocracia en un mundo de cambios acelerados.

 Por Laura Galarza

ya no sorprende que una mujer publique su primer libro después de haberse dedicado a la profesión, la casa y los hijos. Y que ese libro alcance, por ejemplo, la lista de best-sellers del New York Times. Ya pasó en su momento con Grace Paley o Alice Munro (quien debió soportar que una de sus primeras entrevistas como escritora en 1961 fuera titulada: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”). “Creo que esta dicotomía, entre el deseo por el hogar y el impulso a salir, resulta fundamental para mi vida y mi escritura”, declaró Helen Simonson, autora de El mayor Pettigrew se enamora. Simonson es inglesa aunque vive en los Estados Unidos, adonde se mudó para estudiar Economía y luego trabajar en publicidad. Su infancia y adolescencia transcurrieron en un pueblo del interior de Inglaterra, a orillas del Canal de la Mancha, similar al de su ficción, Edgecombe St. Mery, un reducto de la aristocracia inglesa que Simonson dejará al descubierto con ironía, delicadeza y sentido de la oportunidad.

Porque lo primero que hay que saber es que El mayor Pettigrew se enamora no es una historia de amor. Mucho más justo resulta su título original, Major Pettigrew’s Last Stand, cuya traducción dispara una pluralidad de sentidos: la decisión final, la última oportunidad, el último intento del mayor. “Sabía que era un idiota pero no se le ocurría cómo cambiar”, dice el narrador en la piel de Ernest Pettigrew. Viudo y mayor retirado del Ejército Británico, la muerte repentina de su hermano Bertie lo desacomoda y obliga a barajar y dar de nuevo. “Cerró los ojos y respiró despacio para mitigar el impacto de la imagen de Bertie bajo tierra, su carne verdosa reblandecida hasta tornarse gelatina. Se cruzó de brazos intentando contener un sollozo por su hermano y por sí mismo, por el destino que también a él le aguardaba.” Desde el comienzo el lector queda atrapado por esa voz que recorre las fibras íntimas del mayor, lo sigue en sus disquisiciones frente a la vejez, la soledad, la familia. “El mayor es un individuo que refleja la lucha a la que nos enfrentamos todos los días entre la vida y la ética, entre las tradiciones y el deseo de ser libres. Quería mostrar las diferencias entre nuestras intenciones y nuestras acciones”, explica Simonson.

Claro que la señora Ali, viuda también y dueña del almacén del pueblo, va a tener mucho que ver en eso. Pettigrew se enamora, sí. Pero la señora Ali es pakistaní. “Los paquis” para el grupo de amigos del mayor, miembros de un selecto club de golf. “A ver si ahora se te da por invitar al jardinero a tomar el té”, le dice Roger, el hijo del mayor, cuando sospecha de los sentimientos de su padre. Roger es un chico bien, del mercado financiero londinense, que encarna la versión joven del conservadurismo inglés. Lejos de lo limitado de su título, El mayor Pettigrew se enamora, se embarca con solidez en una trama compleja que conjuga racismo, tradiciones inútiles y la idea de la familia como un universo limitante. ¿Es tan cierto que la familia es un sostén? ¿Cómo es que frente a la muerte de tu hermano pienses en quedarte con eso de él que tanto deseabas? ¿Te avergonzás de tu hijo? Estas y otras paradojas de grueso calibre navegan las aguas aparentemente tranquilas de El Mayor.... Simonson se las ingenia para, sin dejar de ser entretenida y ácida al mismo tiempo, denunciar la hipocresía de las pequeñas sociedades y el hambre colonialista de potencias que ejercen su poder imperial.

El mayor Pettigrew se enamora. Helen Simonson Salamandra 380 páginas

En la novela, el padre de Pettigrew era un coronel que prestaba servicio en el ejército británico cuando en 1947 una Inglaterra acorralada por la fuerza de la gente concede la libertad al pueblo indio. Simonson da una buena lección sobre cómo hablar de temas ríspidos sin bajar línea, sólo con una cámara al hombro: un grupo de mujeres del club de golf organiza una fiesta temática en honor al padre del mayor, en medio de lo que intenta ser una celebración por la liberación india. Todo resulta un concentrado de ridículo y buenas costumbres: “No es más que un hombre, ¡pero es inglés!”, grita con excitación uno de los invitados, mientras el mayor, cada vez más cerca de la señora Ali, mira a sus amigos y le parecen unos perfectos desconocidos. “¿Por qué se disculpa?”, le dice el sobrino de la señora Ali a un avergonzado Pettigrew. “Deberían disculparse ellos por esta burla a la mayor tragedia de nuestro país.” Del mismo tono resulta la desopilante excursión de caza de un grupo de gente influyente, cuando en medio de los campos del vecindario, en un descuido, casi terminan disparando por error a unos niños que jugaban por ahí. Encima hace frío, llueve, las olas golpean con fuerza contra las rocas de los acantilados que rodean al pueblo, y salpican. Un poco a todos.

Y la historia de amor entre el mayor y la señora Ali, si bien funciona en la novela como lo que permite respirar un aire más cálido, se sitúa en un momento de la vida en que los padres van en el asiento de atrás del auto que manejan sus hijos (“Tenía la sensación de ser un bebé gigante metido en un cochecito de aparatoso lujo”). Y la señora Ali también es asediada por la ortodoxia de sus parientes pakistaníes. El amor en esta novela simboliza la resistencia pacífica, la misma con que el pueblo indio doblegó a su amo: Pettigrew y la señora Ali se juntan a tomar el té y a leer a Kipling, probando que aun en la vejez se pueden retomar las riendas y torcer para donde uno quiere.

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