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Domingo, 29 de abril de 2012

Siempre tendremos Foucault

La obra de Michel Foucault se fue derramando como una generosa herencia más allá de sus obras clásicas. Al calor de una abundante cantera de entrevistas y clases, pensadores como Pierre Macherey y el argentino Edgardo Castro continúan la tarea de explorar los arrabales de un pensamiento vigente.

 Por Fernando Bogado

Michel Foucault se ha convertido en un nombre insoslayable para la filosofía en los últimos años, al menos así lo prueban la impronta que ha dejado en la corriente biopolítica italiana, los particulares devenires de la filosofía francesa, las diversas corrientes antiinstitucionales que se vienen desarrollando desde mitad del siglo XX o, incluso, en la lectura e incidencia de su producción filosófica en nuestro país o en países vecinos como Brasil. La aparición de Lecturas foucaulteanas, de Edgardo Castro, y De Canguilhem a Foucault, de Pierre Macherey, proponen volver a este pensador para entender su herencia intelectual, en el caso del primero, o la emergencia de su originalidad filosófica, en el caso del segundo.

De Canguilhem a Foucault: la fuerza de las normas. Pierre Macherey Amorrortu 168 páginas

Edgardo Castro, autor de Diccionario Foucault, aplica su ya demostrado amor por las palabras y los conceptos para realizar una revisión de la biopolítica en tanto corriente filosófica desde una perspectiva casi filológica, muy al estilo de Nietzsche: revisar los términos, pesarlos como guijarros. ¿Qué es “biopolítica”? No es estrictamente el término que usó por primera vez en la historia del pensamiento el sueco Johan Rudolf Kjellén, más citado que leído, quien introdujo el término en la medida en que se proponía entender al Estado como una Lebensform (forma viviente). Tampoco es el término que Foucault comenzó a utilizar en el último tramo de sus obras: dudoso entre “bio-poder” (sí, con guión) y “biopolítica”, no hay una definición estricta del término en ninguno de los trabajos publicados y aparece sólo tres veces en sus libros. Allí se exhibe una profunda erudición al mostrar que la lectura biopolítica de la obra del filósofo está atada a los avatares de la publicación de sus textos “marginales” (entrevistas, escritos varios, clases). En definitiva, “biopolítica” es un término que aparece con fuerza en los “canteros” (tal como lo denomina Castro) del pensamiento foucaulteano. ¿Cuál es la gran ambigüedad del término? Al no haber planteos específicos y fundacionales –digámoslo: al no haber “origen”–, “biopolítica” siempre será una palabra que se refiera tanto a la vida en la política como a la política en la vida o, mejor, a la vida como objeto o a la vida como sujeto. Castro aventura la posibilidad de que tal vez se pueda entender el movimiento del pensamiento del filósofo de lo primero hacia lo último, por eso sus textos iniciales están sumamente concentrados en los dispositivos de enunciación y sujeción que crean al “hombre” y su “normalidad”, y sus últimos trabajos se detengan en las estrategias para llevar adelante un buen vivir, una ética o, mejor, una forma de pensar la subjetividad como una estética.

Lecturas foucaulteanas Una historia conceptual de la biopolítica. Edgardo Castro Unipe 224 páginas

La pretendida coherencia del discurso de las ciencias y su denuncia emparientan, desde la perspectiva de Pierre Macherey, la filosofía de Foucault con la de Georges Canguilhem (1904-1995), uno de los pocos nombres que Foucault no dejó de subrayar como “maestro”. Ambos, a su manera, se preocuparon por el problema de la “norma” no como algo que impone desde afuera una fuerza para conformar sujetos normales o anormales sino, muy por el contrario, como algo inmanente que nace junto con aquello que supuestamente distingue: aparecen al mismo tiempo en un mutuo alumbramiento. Sin embargo, la contraposición que existe entre Canguilhem y Foucault, reside en el hecho de que el primero apostó por un vitalismo que se concentraba en la vida como objeto (tal como se lee en su gran obra Lo normal y lo patológico), mientras que el segundo concentró su atención en lo cultural y lo social, al menos así lo afirma Macherey.

Foucault es, ante todo, un cuerpo de proposiciones y planteos que marca una forma de entender la filosofía, una forma de dudar, de plantear preguntas antes que de ofrecer respuestas, tal como dijo Gilles Deleuze, espíritu afín. Quizá por eso hoy estemos hablando de una “herencia” y no de un sistema cerrado. Tanto Castro como Macherey, el primero en un trabajo ordenado y genealógico, el segundo en una colección de artículos atados a la propia biografía del autor como discípulo de Louis Althusser y lector de Canguilhem, no dejan de hacer aquello que el mismo Foucault declaró como determinación específica de su quehacer filosófico: una ontología del presente.

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