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Domingo, 10 de junio de 2012

El giro tragicómico

Surgida de las entrañas de un blog, el diario de Mariana Eva Perez trae a cuento las nuevas escrituras, pero a partir de formular unas preguntas que no tienen nada de superficial: ¿Cómo narrar el horror?, ¿es lícito hacer humor con los desaparecidos?, ¿quién puede hacerlo? son, en definitiva, algunos de los interrogantes de esta memoria del presente.

 Por Fernando Bogado

El vínculo entre escritura y biografía ha dado que hablar a la teoría, el periodismo especializado y a los propios escritores hasta el punto de que, desde hace ya algunos años, se habla del “giro autobiográfico” o de la “literatura del yo”, tendencias que se encuentran un tanto en declive en la actualidad, y que a veces ha confundido el uso de la primera persona con una nueva tendencia. El surgimiento de todas estas estrategias bien pudo estar marcado por la aparición de nuevos espacios de escritura como el blog, un formato que también ha perdido cierta trascendencia con los límites y asegurada recepción de la escritura en una red social: el tweet o el estado de 140 caracteres le ganó a la entrada. Todos estos aspectos que podríamos considerar como determinantes de una forma de escribir están exhibidos de una manera clara, evidente, en el flamante libro de Mariana Eva Perez, Diario de una princesa montonera –110% Verdad–, una recopilación de diversos fragmentos del blog homónimo.

El libro comienza con el primer gesto de manos de los muchos que se leerán en las páginas subsiguientes. El saludo imaginario a las fuerzas montoneras desde una terraza en Almagro da el puntapié inicial a una colección de memorias que va desde su participación como “militonta” en una agrupación de “hijis”, hasta un almuerzo en la mesa de Mirtha Legrand el mismo, simbólico, día de la bajada de los cuadros en la ESMA. Esta sucesión de narraciones fragmentarias que caen en la estrategia de la anécdota cuentan, como de a cachitos, una historia, una búsqueda: la de su hermano, destinado a otra familia, Gustavo, con el que no tiene una buena relación una vez encontrado y asumida (no del todo) su identidad; la de sus padres, Patricia y José, y en última instancia, la de su lugar en el mundo. Segundo gesto de manos que volverá una y otra vez: la V justicialista que se levanta en algunas ocasiones y que causa vergüenza en otras, lugar privilegiado para que las adhesiones o diferencias con la gestión Kirchner emerjan o se tranquilicen.

Diario de una princesa montonera. 110% Verdad. Mariana Eva Perez Capital Intelectual 216 páginas

Hay una pregunta inquietante que Mariana Eva Perez (1977) instala en las páginas del libro y repite en más de una declaración que colocan al presente texto en un lugar, como mínimo, inquietante: ¿se puede hacer humor con los desaparecidos? Dramaturga, licenciada en Ciencias Políticas y actual investigadora radicada en Berlín, Perez contesta que sí, pero siempre recalcando el lugar desde donde se puede, en donde parece hasta necesario hacer humor: en el lugar de la víctima del horror, ese “ghetto” (tal la palabra invocada) que la escritura del libro trata de abrir desde adentro. Relacionada con personas afectadas por los mismos males (H.I.J.O.S., otras agrupaciones aludidas pero no mencionadas), las mismas frustraciones y ausencias, expresiones como “hijis”, como “Primo Levi, allá vamos”, etc., se combinan con algunas entradas en donde el humor parece diluirse y mostrar una cara amarga. Si el grotesco en algunas obras servía para marcar una distancia y alteración acerca de lo terrible del contenido (Gamerro), mejor, del material con el que se trabajaba –los efectos de la dictadura, el horror de su proceso, su brutal narración–, Perez recurre a un humor que consigue menos su objetivo y que termina recalcando la tragedia: reírse aparece como una necesidad invocada adrede para tranquilizar, traída desde afuera, manteniendo en alguna medida la tristeza radical y el silencio del contenido. O sea: verdadera risa trágica.

Mariana Eva Perez logra en Diario de una princesa montonera no tanto establecer un relato (un relato de sí, tal vez, por esto de la estructura blogger) como volver sobre una pregunta que es claramente formal, que apunta al problema de cómo escribir acerca del horror, lo que el propio libro llama el “temita”, aquello de lo que busca desesperadamente distanciarse y reírse. La recurrencia de ese “temita” es el problema de más de una narrativa reciente (Bruzzone, Pron) que trata de articular aspectos biográficos con una escritura que plantee su tono desde su difícil material, situación que Perez no consigue con éxito, aunque no por eso deja de ser una búsqueda válida y celebrable. Quizá sea eso lo que permita aunar a todo este tipo de narraciones de víctimas directas del terrorismo de Estado: no tanto las respuestas particulares como el planteo de ciertas, determinantes, preguntas.

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