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Domingo, 10 de junio de 2012

Asia donde vamos

Si alguna vez fue imposible concebir el ciberpunk sin la computadora y las tecnologías de la comunicación, es difícil pensar hoy en esta novela de Paolo Bacigalupi con computadoras y celulares. Es que en su propuesta de ciencia ficción la energía se acabó y el hombre queda solo frente a la naturaleza y sus propios miedos. La chica mecánica recrea un mundo desolado, pero donde aún hay una misión que cumplir y una chica de quien enamorarse. Una chica robot, claro está.

 Por Martín Pérez

La fruta se llama Ngaw, y Anderson Lake no la había visto nunca antes. Tiene piel rojiza, y está cubierta de pelos verdes. Parece una extravagante anémona de mar o un pez globo peludo antes que una fruta. Al rasgar su corteza velluda, queda revelado un corazón blanquecino. Y al ponerse esa viscosa pelota traslúcida en la boca, Anderson recibe un puñetazo de sabor, preñado de azúcar y fecundidad. Un fruto semejante no debería existir, y sin embargo existe. Como los milagrosos tomates y berenjenas que asoman en el mercado de Bangkok, un triunfo genético del reino de Tailandia en un mundo en el que los alimentos escasean. Ya no hay combustibles fósiles ni electricidad, la única energía tiene que ver justamente con la comida: músculos y fuerza. Con sus fronteras herméticamente cerradas, y una muralla defendiendo su capital de la subida del nivel del mar que devoró casi todas las ciudades costeras del mundo. Tailandia resiste ahí donde casi nadie más ha podido. Resiste al mar, a las pestes y a los dueños de las semillas. Por eso es que el norteamericano Lake está allí, para descubrir cuál es el secreto. El secreto que permite la existencia de milagros como el Ngaw.

Por atreverse a comenzar a desplegar el apocalíptico mundo de La chica mecánica a partir de la descripción de una fruta es que el escritor norteamericano Paolo Bacigalupi ha terminado por aceptar definir su obra como agripunk. Después de todo, es difícil hablar de ciberpunk en un futuro donde la energía necesaria para encender una computadora es realmente escasa. Pero, en realidad, cuando no lo están apurando para que invente neologismos, Bacigalupi señala que su ciencia ficción tiene que ver con imaginar qué pasaría si las cosas continúan tal como están en el presente. “Tiendo a centrarme en los peores escenarios posibles, como por ejemplo qué pasaría si en vez de usar las últimas reservas de combustible fósil para crear una infraestructura para la próxima generación, nos las gastásemos en llevar a nuestros hijos a hacer deportes”, suele señalar irónicamente.

Cuando apareció en su idioma original, en el 2009, su debut en la novela compartió los premios más importantes del género con The city & the city, una ambiciosa novela del consagrado China Miéville, aún sin traducción al castellano. Pero allí donde Miéville era borgeano, Bacigalupi demostraba haber aprendido muy bien su lección de William Gibson, que también supo acaparar la atención de sus colegas cuando editó su primera novela, Neuromante (1984). Alguna vez señaló el novelista Kim Stanley Robinson que el auge del ciberpunk escondía la trampa del fin de la historia, pero Bacigalupi es un escritor preparado para no tropezar con esa clase de piedra nuevamente. Criado en Colorado en el seno de una familia hippie, el autor de La chica mecánica se preocupa por el alcance de los proyectos de empresas como Monsanto y tiene una mirada particular sobre los fanatismos. “Uno no patenta material genético para alimentar a la gente, sino para generar ganancias con las necesidades ajenas”, ha asegurado en más de una entrevista. Y también: “La religión lleva a la gente hacia el fanatismo, pero lo mismo hace la política. Y también la economía. La gente que defiende la libertad de mercado está tan loca como los que aseguran que Jesús es el único camino hacia la salvación. Enfrentémoslo de una vez: nunca fuimos una especie demasiado lógica”.

La chica mecánica. Paolo Bacigalupi Plaza & Janés 538 páginas

Para llegar a su primer libro, Bacigalupi antes recorrió muchos caminos. Se graduó en estudios asiáticos, pasó varios años viajando por Asia y supo ser editor online de una revista dedicada al medio ambiente. Al mismo tiempo, intentó avanzar con la escritura de ficción, y llegó a terminar cuatro novelas que fueron rechazadas. Recién cuando, desilusionado, se dedicó a los cuentos de ciencia ficción, es que los rechazos se cambiaron por cheques y –eventualmente– algunos premios. Con relatos como The Calorie Man (2005, ganador premio Sturgeon) y Yellow Card Man (2006, ganador premio Asimov) es que comenzó a construir un nombre propio dentro del género, y también el particular universo de La chica mecánica, un trabajo oscuro, que él mismo asegura que apenas lo terminó pensó que correría el mismo destino que sus novelas anteriores. “Es que hay muchas cosas en mi escritura que muchos pueden odiar”, le explicó a la revista especializada Locus. “Si estás buscando escapismo, no lo vas a encontrar en mis historias. Si estás buscando algo con onda, tampoco. Pero si estás buscando explorar miedos, ahí es donde yo trabajo. ¿Se caerá el mundo a pedazos? Y si efectivamente sucede, ¿cómo lucirá? Estoy interesado en el proceso de no poder mantener nuestra mierda junta.”

A pesar de semejante advertencia, La chica mecánica resulta ser libro hipnótico, un mundo en el que una vez que uno está inmerso es difícil salir. Las comparaciones de Bacigalupi con Gibson han estado a la orden del día en las reseñas que supo recibir la obra, pero también las menciones a otros clásicos como Ursula K. Le Guin a la hora de construir sociedades o a J. G. Ballard por su recurrencia en los destinos apocalípticos. Menos mencionada, sin embargo, es la inevitable referencia al Graham Greene de El americano impasible (1955). “Todo lo que tenga que ver con gente idealista haciendo cosas estúpidas en países extranjeros de alguna manera siempre me ha fascinado”, ha confesado Bacigalupi, cuyo Anderson Lake es claramente otro americano impasible, intentando cumplir de la mejor manera con una misión cruel, pero en la que no puede evitar creer. Lo rodean un amplio abanico de personajes secundarios, desde compatriotas en el exilio, desterrados desesperados e incluso patriotas luchando por mantener un dificultoso statu quo en medio de un mundo devastado.

El título de la novela delata a la principal coprotagonista: se trata de un robot llamado Emiko, la chica mecánica en cuestión. Su historia remite a otra de las grandes influencias del libro, la película Blade Runner. Creada como un androide de placer, Emiko devino en esclava sexual al ser abandonada en Tailandia y, aunque su programación la haga sumisa, no puede evitar soñar con la libertad. Mientras intenta cumplir con su misión, Anderson se terminará enamorando de Emiko, un clásico que le otorga una pátina noir a una trama llena de traiciones, complots y golpes de efecto. Pero no deja de ser apenas una capa más de maquillaje en una historia compleja que, en realidad, se mantiene viva por la capacidad empática de Bacigalupi con cada uno de sus personajes. Tantos viajes por Asia le han permitido mirar el mundo desde los ojos de los naturales del lugar, escapándoles a los acostumbrados maniqueísmos del género, y construyendo un drama que aparece como real a pesar de tanta especulación. Pero por sus componentes humanos, no por la tecnología. La ficción antes que la ciencia, como siempre ha sucedido con las mejores obras de algo llamado ciencia ficción.

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