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Domingo, 2 de septiembre de 2012

Casa cuna

 Por Fernando Krapp

La infancia es un terreno ideal e idealizado para que la imaginación adulta cree sus tramas novelescas. El joven escritor, periodista y realizador inglés David Whitehouse (1981) no está exento de esta sentencia; escribir una primera novela que trate sobre la casa y cuna de todas las neurosis familiares. Cama narra la hipotética vida de Malcolm Ede y lo que podría haber dado al mundo, si no hubiera decidido quedarse en su cama y engordar hasta vencer las leyes de la física y la medicina. Malcolm tenía todas las condiciones para ser un perfecto hijo. Carismático, adorado por las tías y las panaderas del barrio, bueno en la escuela, muy bueno en los deportes, demasiado bueno con las chicas, inteligente, astuto, rápido; pero un desajuste (¿moral? ¿ético? ¿revolucionario? ¿hormonal?) hizo que Malcolm se quedara en su cama y no saliera más; una supuesta motivación no para cambiar el mundo sino el sistema, al igual que la decisión de no crecer más de Oscar Matzerath, el endiablado niño de Günter Grass en El tambor de hojalata.

Los antiguos y secretos fracasos personales de los integrantes de la familia naturalizan la decisión de un nene: un padre ingeniero que se culpa por un accidente en una mina en Sudáfrica, una madre que abunda en cuidados con su hijo, una larga hilera de médicos que van y vienen de la casa al sanatorio, una novia pequeña que tiene que ser novia sin entender lo que eso significa; y en el medio de todo este huracán inmóvil, la voz del hermano. Como en El barón rampante de Italo Calvino, es el hermano el testigo y confidente del protagonista, quien sin quererlo ni buscarlo, desde la sombra obesa de Malcolm relata el desmoronamiento moral de sus padres. Narrada con una ostensible prosa poética –Whitehouse intenta dotar a su relato con frases cortas y sin verbos–, de un lirismo que apunta a la totalidad de la narración y no a cada momento específico del relato, como si estuviera armando fotografías con imágenes evocadoras para un álbum familiar, el narrador no clama por un protagonismo, sino que sin malicia destierra la posición de su hermano, y comienza a ocupar lentamente ese lugar añorado: el centro fantasmal de una familia en estado de alerta.

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Cama. David Whitehouse Emecé 288 páginas
 
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