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Domingo, 9 de septiembre de 2012

Las batallas terrestres

Además de sus obras narrativas, su vertiente testimonial y su prolífico trabajo periodístico, Rodolfo Walsh supo incursionar en el teatro con dos obras que, además de tener en común una impronta bélica, revelan a un autor tan preocupado por la representación como por la precisión literaria en las acotaciones escénicas. La granada y La batalla se publican en un volumen que trae a modo de presentación la carta que le escribiera Walsh a su hija María Victoria a propósito del estreno de La granada, en 1965.

 Por Susana Cella

En 1965 Rodolfo Walsh escribió dos piezas teatrales tituladas La granada y La batalla, que el mismo año publicó la editorial Jorge Alvarez. Para entonces ya se había destacado como narrador, con, entre otros, Diez cuentos policiales o Variaciones en rojo, continuaba su labor periodística y había iniciado su famosa vertiente testimonial. Asimismo tenía plenamente asumido un muy definido compromiso político al que ofreció mucho más que su talento como escritor y periodista. La preeminencia de la narrativa quizás opacó en parte sus dos obras de teatro, una de las cuales se representó el mismo año de la publicación en el Teatro San Telmo de Buenos Aires. Muchos años después de las casi legendarias ediciones de los ’60, es posible acceder al Walsh dramaturgo gracias a la reciente reposición de De la Flor. Aunque, como indican los títulos, la presencia militar se verifica en ambos casos, no es similar, en tanto en la primera la historia tiene que ver con maniobras de entrenamiento y armas (justamente lo que va a desencadenar el conflicto), mientras que La batalla, aun cuando se trata de una obra teatral, parece inscribirse en la serie de relatos de dictadores latinoamericanos que se fueron sucediendo a lo largo del siglo pasado.

La descripción de los ambientes y las acotaciones escénicas, lejos de ser meras indicaciones, se destacan por el afinado estilo y la sugerencia de las imágenes, así, al final de La granada: “Diana triste y friolenta. Amanece”, resume en una compleja concisión, el desgraciado episodio que acontece a Soldado. Este, como otros personajes, aparece con nombre genérico (la madre, el padre), en una confluencia entre el caso específico y rasgos comunes a sus respectivas condiciones de existencia, visibles en el modo de expresarse de cada uno de ellos, las reflexiones del soldado, los reproches de la madre.

En ambos textos Walsh apela a cierto matiz grotesco, en particular en La batalla. La mezcla de tramos risibles donde, por ejemplo, se exhibe la torpeza o ignorancia, se contrapuntean con lo terrible de las situaciones que se narran. El accidente provocado por esa granada que aparecía como gran adelanto tecnológico en la guerra no hace sino subrayar el desamparo y abandono, y en resumen podría decirse que en las actitudes que tanto el protagonista como su entorno van mostrando se juega el drama de la desolación y el egoísmo, como acicateado por una espoleta.

La granada. La batalla. Teatro Rodolfo Walsh Ediciones De la Flor 127 páginas

Al ambiente de campamento militar de La granada se contrapone el escenario de La batalla, no precisamente un espacio abierto. El sitio donde va a de-sarrollarse “la batalla” es un lugar cerrado, más precisamente el despacho del tirano denominado El Generalísimo. La batalla tiene lugar en “un pequeño país de América latina”, es decir, se trata de un personaje y un territorio representativos, algo semejante a ese Soldado cuyo accidente podría haberle pasado a cualquier otro de su misma posición. Pero el tirano tiene sus manías peculiares, así sus mapas de batallas colgados de la pared donde justamente va jugando su guerra personal, o también su vinculación –siguiendo con la utilización del grotesco– con el enano sirviente llamado Grundig, que no sólo sigue el tópico de probar la comida del mandatario por si está envenenada, sino que funciona además como registro de lo que ocurre, en tanto se convierte de pronto en aparato magnetofónico, sin dejar de mostrar sus miserias y caprichos muy humanos. La obra despliega con ironía las ineptitudes de los personajes, pero la contracara es una calculada crueldad, una razón de Estado que se va exponiendo en los diálogos, mostrando las maniobras de dominación que incluyen engaños, crímenes y traiciones, frente a las cuales hasta se concibe utilizar al militante opositor en favor del mantenimiento de tal orden.

Al final de cada una de las obras, Walsh colocó algunas notas que refieren en algunos casos a ciertas indicaciones para la representación, pero también ciertas aclaraciones que no pocas veces muestran lo verdadero de lo que puede parecer inverosímil en la trama.

En el mismo año del estreno de La granada, desde el Tigre, Walsh escribió a su hija Victoria una carta. El breve texto, al comienzo de esta edición, bien puede leerse como epígrafe a lo que sigue.

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