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Domingo, 14 de octubre de 2012

El virrey Cisneros

El 6 de octubre murió, en Lima, donde había nacido hace 69 años, el poeta Antonio Cisneros. Con más de veinticinco libros publicados y ganador del premio iberoamericano de poesía Pablo Neruda en 2010, Cisneros perteneció a la generación de Javier Heraud y Mirko Lauer y fue difundido en la Argentina fugazmente en los ’60 cuando se publicó Canto ceremonial para un oso hormiguero. Su muerte causó un súbito reconocimiento entre los poetas de nuevas generaciones y un entrañable recuerdo de su figura tan irónica como romántica.

 Por Daniel Freidemberg

“A las inmensas preguntas celestes/ no tengo más respuesta/ que comentarios simples y sin gracia/ sobre las muchachas/ que viven por mi casa/ cerca del faro y el malecón Cisneros.” Nada de extraordinario, apenas la usual vida concreta, desprovista de cualquier trascendencia: una atención libre de ilusiones que se dirige hacia las cosas para registrarlas sin más. Así como comienza, el poema “Réquiem” parece confirmar los rótulos que suelen acompañar a la poesía de Antonio Cisneros: coloquialismo, narratividad, “objetivismo”, ausencia de lirismo, renuncia a la metáfora. Más cuando, como para subrayarlo, el poema agrega: “Y no pretendan ver/ en la cháchara tonta esa humildad/ de los antiguos griegos./ Ocurre apenas/ que las inmensas preguntas celestes/ sacan a flote/ mi desencanto y mis aburrimientos./ Que a la larga/ me tienen dando vueltas/ como un zancudo al final de la tarde”.

Aburrimiento en vez de grandes interrogantes, pero un aburrimiento que lleva a dar vueltas como un mosquito al anochecer, y ahí, cuando irrumpe la comparación, con lo que implícitamente tiene de metafórico, el asiento en lo inmediato y directo empieza a tambalear, por vía del humor, pero también por el trabajo de la inteligencia y la imaginación propios de ese principio metafórico, con la intensificación de sentido consiguiente, para luego, en una suerte de salto mortal, remitir a la muerte como horizonte, ya que estar dando vueltas aburrido es también estar “Haciendo tiempo,/ mientras llega la hora de oficiar/ mis pompas funerarias,/ que no serán gran cosa/ por supuesto./ En estos tiempos malos bastará/ con una mula vieja/ y un ánfora de palo/ brillante y negra/ como el lomo mojado de un delfín./ ¡Ah las preguntas celestes!/ Las inmensas”. Modestas las pompas, como el mundo que presenta el poema, pero resulta que el ánfora es brillante y negra “como el lomo mojado de un delfín”, con lo que la imaginación del lector vuelve a dispararse y las cosas a revelar que pueden ser o evocar bastante más de lo que son o parecen, para terminar convocando a aquello que se descartaba al principio: “¡Ah las preguntas celestes!/ Las inmensas”.

El contrapunto, el juego de niveles de la realidad, el encuentro de la imaginación y la cultura con la observación abierta de las cosas, la sencillez y el refinamiento, la reflexión y la experiencia vital, la reticencia y la nominación de lugares y objetos, el humor irónico y el desa-sosiego religioso, la firme apuesta política y el escepticismo: todo en la poesía de Cisneros se conjuga con su contrario para funcionar, hostil a cualquier reclamo de saber bien de qué se trata. Cisneros fue, en eso, quien fue más a fondo entre los integrantes de la “generación del sesenta” peruana (Mirko Lauer, Luis Hernández, Javier Heraud, Rodolfo Hinostroza, entre otros), y de ahí probablemente el impacto que en la Argentina tuvo, en 1968, Canto ceremonial para un oso hormiguero, que el Centro Editor de América Latina publicó en una colección efímera, avalado por el premio Casa de las Américas. No sólo estaban presentes la guerrilla de su país y la Revolución Cubana, sino también la revolución juvenil londinense y un desenfado que no temía entreverarse con cultismos y búsquedas históricas. Y sostenido todo eso por uno de los más concienzudos trabajos con la lengua que la poesía en castellano pudo en esos años mostrar.

Muchas veces premiado, estudiado en las universidades, protagonista habitual de festivales y encuentros, el siglo XXI encontró a Cisneros en la primera línea de la poesía hispanoamericana, por muy buenos motivos para muchos, que otros, inevitablemente, cuestionaron. El hecho es que, a su muerte, su nombre, su rostro y sus textos saturaron las redes sociales en toda la región, y, como suele ocurrir con ciertas muertes, llevó a unos cuantos a volver sobre esa producción poética y descubrir que los motivos para leerla no son menores hoy que hace cincuenta años.


Un perro negro

Un perro. Un prado.
Un perro negro sobre un gran prado verde.

¿Es posible que en un país como éste aún exista un perro
negro sobre un gran prado verde?

Un perro negro ni grande ni pequeño ni peludo ni pelado
ni manso ni feroz.

Un perro negro común y corriente sobre un prado ordinario.
Un perro. Un prado.

En este país un perro negro sobre un gran prado verde
Es cosa de maravilla y de rencor.

(Poema de De Las inmensas preguntas celestes, 1992)

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