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Domingo, 5 de mayo de 2013

LOS RUSOS Y LOS OTROS

Convertido en uno de los nombres más relevantes de la nueva literatura francesa, Emmanuel Carrère parece haberse decidido definitivamente por narrar las vidas de los otros, personajes en general extremos o protagonistas de situaciones límite y, sobre todo, bastante lejanos a su tranquila juventud de lector encerrado, aspirante a escritor. Limónov narra la vertiginosa vida del escritor ruso que enfrentó a Putin, fundó un partido nacionalista bolchevique y sufrió arrestos por todo eso, pero convirtiéndose en el ídolo de los jóvenes intelectuales.

 Por Juan Pablo Bertazza

Al promediar el libro que nos ocupa, Emmanuel Carrère cuenta que la frase que sigue se la escuchó por primera vez a su amigo Hervé Clerc: “El hombre que se considera superior, inferior o incluso igual que otro hombre no comprende la realidad”. En esa frase de un sutra budista, radique acaso una vía de ingreso a la esencia de la literatura. Pero, sobre todo, la frase encarna a la perfección una idea que recorre cada libro de uno de los escritores franceses más destacados del momento, Emmanuel Carrère. Sus libros parecen ser, en todos los casos, la respuesta a una pregunta que implica y construye, desde distintas modalidades, la relación con el otro. ¿Qué sensaciones puede inspirar un asesino serial? Esa es, por ejemplo, la cuestión que aborda Carrère en El adversario, novela sobre Jean-Claude Romand, un criminal condenado a prisión perpetua en 1993 por matar a su mujer y sus hijos. La novela tuvo su versión cinematográfica dirigida por Nicole Garcia y protagonizada por Daniel Auteuil, que llevó a Carrère no sólo al éxito literario sino también al hallazgo de un registro que ahora parece definitivo. Luego apareció Una novela rusa, acerca de su abuelo materno, colaboracionista nazi que tuvo una vida trágica y generó una especie de maldición en cadena entre los miembros de su familia. Sin ir más lejos, la publicación del libro le valió a Carrère enemistarse con su propia madre.

Pero acaso su obra maestra –y la cumbre de esa indagación acerca de los otros– es, precisamente, De vidas ajenas. Elegida de manera unánime como mejor obra narrativa de 2011 según la prensa cultural francesa, arranca con el maremoto del Indico de 2004 que devastó las costas de casi todos los países que bordean el océano. Con una magnitud de 9,3 en la escala de Richter, se trató de la segunda catástrofe más grande de la historia y dejó 229.866 pérdidas humanas. Carrère y su esposa estaban de vacaciones en Sri Lanka y lograron salvar su vida gracias a una cancelación de último momento que los mantuvo a resguardo en su hotel. Sin embargo, el episodio significó un verdadero trauma ya que, además de ver cadáveres por todos lados, sufrieron la muerte de Juliette, la pequeña hija de un matrimonio francés del que se habían hecho amigos.

Así, entre tanto otro, llegamos finalmente a Limónov, la flamante ¿novela? de Carrère. Lo curioso es que esta obra sobre el célebre escritor y político ruso obtuvo el prestigioso Premio Renaudot (sólo superado en importancia por el Goncourt, que es, sin dudas, su próximo objetivo), acaso uno de los galardones más celosos en materia de género. Nunca en la historia del Renaudot había sido premiada una obra que rebasara tanto del género de la novela porque Limónov parece más bien una biografía realizada por un escritor, un intento de autoconocimiento a partir del otro, una atípica forma de compensación.

Limónov. Emmanuel Carrère Anagrama 396 páginas

“Incluso como lector perdí el gusto por la novela, y a medida que envejezco me doy cuenta de que los escritores que más me marcaron estos últimos años son W. G. Sebald, Daniel Mendelsohn y el neurólogo Oliver Sacks. Las novelas actuales me parecen muy poco necesarias”, explicó Carrère en una reciente entrevista con Radar.

Carrère viajó a Moscú en 2008 con el objetivo de hacerle una entrevista a Edouard Limónov para la revista XXI. Por ese entonces, ya tenía en mente el proyecto de escribir un libro sobre esa personalidad compleja y multifacética: autor de libros luminosos como Diario de un fracasado o El asesinato de un centinela, pero a la vez fundador y líder del ilegalizado Partido Nacional Bolchevique, Limónov (fervoroso oponente de Putin e incondicional aliado del campeón Kaspárov) fue perseguido, arrestado, demandado y condenado por organizar protestas pacíficas pero organizadas. Calificado como “el más escandaloso de los escritores rusos vivientes y uno de los más importantes novelistas de la Rusia contemporánea”, numerosos escritores jóvenes lo consideran su maestro. Lo interesante es que, al mismo tiempo que describe minuciosa y exhaustivamente a Limónov –su cerebro descomunal, sus eléctricos amores, su adrenalina inagotable–, Carrère confecciona también –y casi por oposición– su propio autorretrato. Y no es que no lo juzgue: intenta permanentemente exponer a Limónov a su propio paradigma de valores. Pero los esfuerzos resultan infructuosos y desembocan, casi siempre, en un inevitable “quién sabe”. Por ejemplo, Carrère compara con cierto remordimiento cómo mientras Limónov iba acumulando experiencias extremas (como vagabundo, como un amante incontinente), él veía pasar su juventud rodeado de libros (sobre todo de Dumas y Julio Verne). La comparación juega su efecto incluso con respecto a las relaciones entre las sociedades de Rusia y Francia, relaciones que volvieron a la agenda, dicho sea de paso, con el exilio fiscal del actor Gérard Depardieu, algo que aunque parezca mentira generó las burlas de los rusos y el último conflicto diplomático entre ambos países.

Más allá de que le reprocha a Limónov cierto potencial fascista (aunque se trata de un extraño fascista que siempre estuvo del lado de los débiles), Carrère se ve fascinado, sobre todo, por su disciplina literaria siempre en acción: su capacidad para leer y escribir aun en los momentos límite.

Sería interesante reflexionar acerca de cuánto logró saber Carrère acerca de Limónov una vez terminado este libro, tema que retoma, precisamente, en el epílogo. Y, a diferencia de lo que reza el mantra budista, da la impresión de que Carrère se va sintiendo, alternativamente, mejor, peor y hasta igual a Limónov. No obstante, todo eso le alcanza para superar su naturaleza escurridiza e inmortalizarlo, sí, como el hombre que encarna el sueño de la revolución permanente.

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