libros

Domingo, 23 de marzo de 2003

Nostalgias imperiales

OFICIOS INGLESES
Graciela Speranza

Norma
Buenos Aires, 2003
120 págs.

POR MARTIN SCHIFINO

Crítica, periodista, académica, guionista de cine, Graciela Speranza atraviesa géneros con envidiable soltura. Ha publicado un estudio de la obra de Manuel Puig en relación con las artes plásticas, un libro de conversaciones con Guillermo Kuitca, dos colecciones de entrevistas (Primera persona, sus encuentros con narradores argentinos; Razones intensas, donde hablan personalidades intelectuales del mundo anglosajón) y, junto a Fernando Cittadini, una recopilación de testimonios sobre la guerra de Malvinas. Tanto en un sentido temático como formal, Oficios ingleses, su primera novela, es la consecuencia feliz de estos múltiples intereses.
Estamos en 1994. La narradora, una periodista y traductora argentina, viaja a Londres a entrevistar al escritor consagrado Damien Davies (la figura es un guiño sostenido a Martin Amis). Dos historias entrelazadas y complementarias emergen de su encuentro con lo extranjero. Una describe una errancia tanto intelectual como física alrededor de Londres; la otra retrae diversos aspectos de la vida de la narradora durante los quince años que pasaron desde que visitó la ciudad como estudiante. El período marca no sólo el fin de la juventud sino, además, el de una idea política de la Argentina. La amiga con quien la narradora visitó Londres ha muerto (aunque nunca se explicitan los motivos, se alude a los peores); y su antigua pareja se ha exiliado en Inglaterra. Quizás, con todo, sea posible resucitar el pasado.
“El ejercicio compulsivo del recuerdo” –para usar una de las tantas buenas frases de Oficios ingleses– lleva a la narradora a la pensión donde se alojó años atrás, al pub que solía frecuentar, a la casa de un viejo amigo inglés. La tensión de estos momentos de redescubrimiento traza una perfecta curva dramática que culmina en la escena final del libro. Acertadamente, además, la historia insinúa mucho más de lo que afirma. No hay en la voz de la narradora ni una gota de sentimentalismo; el control de la dimensión emocional corre en paralelo con el del ritmo narrativo. Casi como en un buen guión, la estructura abunda en escenas breves, tersos cambios de tono, cortes meticulosamente calculados.
Aunque toca temas como la traducción y la escritura, Oficios ingleses no es una simple novela de ideas; más crucialmente, es una novela inteligente. Su prosa contiene constantes aciertos verbales. Cuando la narradora ve Londres desde un taxi, habla de su “montaje incongruente de planos fugaces”, una frase fugaz que captura el espíritu pop de la ciudad. Sobre el vuelo transatlántico, dice: “El efecto... era más bien de salto brusco, una figura elíptica dibujada en el aire con una rara simetría, como si la autopista al aeropuerto se hubiese desviado apenas un momento, para continuar en otra, vagamente similar”. Sobre la llegada al hotel: “Hay una asepsia molesta en las piezas de hotel que un televisor encendido neutraliza de inmediato con una ráfaga infalible de contaminación”. Estas observaciones no sólo dan justo en el blanco sino que transmiten los detalles circunstanciales que hacen a la textura mental de un viaje. “La memoria –apunta la narradora– funciona con la economía de las figuras retóricas.” Con una economía similar, Graciela Speranza ha construido una primera novela memorable.

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