libros

Domingo, 30 de marzo de 2003

Ante la ley

Cuestiones interiores
Mempo Giardinelli

Sudamericana
Buenos Aires, 2003
124 págs.

por Abel Waisman

Cuestiones interiores comienza con una escena cuasi chaplinesca: un hombre llamado Juan se encuentra en el baño de un aeropuerto internacional cuando de repente y sin saber por qué le propina a su vecino de mingitorio un contundente golpe en la cara que lo deja muerto en el piso. Luego el relato se desarrolla intercalando recuerdos pasados de la vida de Juan con escenas del presente frente a su abogado, quien, atónito, no deja de repetirle que así no van a llegar a ningún lado. Mas el relato avanza al instante: se trata del momento en el que Juan comienza a pensar en Cristina, aquel primer eslabón a partir del cual Juan realiza el racconto de su vida.
Así, Juan enumera: Cristina, la amante; Mike, el amigo; él en la Universidad, él hace treinta años, en prisión; Cristina, la esposa de su hermano; Cristina y “Tomás, tomatelás” (sucede que “a Juan le gusta jugar con la palabras”).
Y sigue la historia de Mompi, el gato suicida de su amigo Darío, pero el sobrenombre de Juan también es Mompi y Juan no para de preguntarse por qué él sigue vivo siendo que su madre se suicidó también. Luego, a modo de corolario, aparece el eslabón perdido: una pequeña reseña biográfica de Rodolfo Valentino. Él completa la cadena que, según el abogado de Juan, habrá de ser perpetua.
Este texto es un camaleón literario que por momentos adopta las formas walshianas de Operación Masacre, por momentos es Rayuela, por momentos Alicia, por momentos Puig, por momentos El proceso de Kafka. En este último caso se produce una inversión que consiste en que las fuerzas extrañas que terminan llevando a un sujeto frente a un abogado o a un juez, es decir, ante la ley, aquí no provienen del exterior sino del interior: son cuestiones interiores, aún sin que se pierdan ni su extrañeza ni su anonimia.
Otra extrañeza de Cuestiones interiores es la de poseer desperdigadas una veintena de palabras subrayadas. Como una especie de invitación a que sea el lector quien realice la tarea detectivesca (uniendo las tres primeras palabras de las veinte subrayadas se forma la frase saber-eso-ahora). Pero, en verdad, Cuestiones interiores utiliza el género policial y el tono desacralizante del humor cortazariano como excusa, como camouflage para denunciar la fragilidad paradójicamente constitutiva de las identidades cerradas: “Como decirles no era una película muy clara pero bueno yo tampoco sueño claro y sencillo, yo quisiera decirle a usted, Su Señoría, que a mí es esto lo que me pasa: que estoy en una cosa y se me aparece otra, ¿me explico?”.
Tanto Juan como el narrador no dejan de ser perseguidos por las angustias de la imprecisión: ambos no dejan de repetirse a lo largo del libro que tal o cual palabra no es la precisa o la correcta, de modo que el texto parece poner en escena la lucha de dos fuerzas, convergentes y divergentes: “Por ejemplo mi papá me contaba: Estuvimos jugando al tute en el club, Juancito, y los muchachos estaban con miedo porque Perón, mirá esa cucaracha, pisála, pisála, el guacho de Perón se dice que va a largar una represion como la de Uriburu, dale, matala, matala, pisala”. Estas fuerzas se combinan estructuralmente en el libro dando como resultado una crítica a todas las formas de sujeción.
“O sea que es como que hablo de algo pero se me cruzan las ideas para hablar de otro asunto, así siguiendo, qué curioso, digo siguiendo y es justamente la continuidad lo que me cuesta, lo que se me dificulta.”De este modo, Giardinelli logra representar magistralmente la fuerza centrífuga, hecha de interferencias y discontinuidades, a las que todo relato o todo sujeto se enfrentan en el momento en que pretenden componerse.

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