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Domingo, 24 de noviembre de 2013

BAILE EN LAS SOMBRAS

Un bailarín de tango se embarca hacia Nueva York, en plena dictadura, y ya no se sabe más nada de él. A partir de la música y la sensualidad, Pedro Cuperman encuentra una novedosa manera de narrar los temas de la desaparición, la represión y el exilio.

 Por Juan Pablo Bertazza

Una polaroid como último souvenir entre dos personas. Una foto que resguarda, condensa y actualiza, al mismo tiempo, la volátil memoria de los amantes. En Todo lo que dure la noche, la notable novela de Pedro Cuperman (escritor, editor y profesor de literatura en la Universidad de Syracuse, Nueva York) se pierde el paradero de Raúl Bergalis, eximio e inigualable bailarín de tango, una vez que se embarca en un vuelo a Nueva York, en plena dictadura militar. Alba Lucía Calderón, su pareja también de baile y con quien había deslumbrado durante siete años en el prostíbulo El Pigalle, gracias al lazo invisible de la pareja, y antes de que el baile de tango se desvirtuara en gestos sin sentido emprende una búsqueda tan extensa como desesperada que tendrá, incluso, ribetes detectivescos.

Sin indicios, sin señales, sólo con el peso específico de esa foto y la equívoca ayuda de Thea Parsons una artista norteamericana fascinada como muchos por el tango, la búsqueda desemboca, poco a poco, en una cruel indagación de sí misma entre cartas urgentes, giros y firuletes, cambios de nombre, máscaras múltiples, la extraña recurrencia en distintos ámbitos de la pintura “Dempsey y Firpo”, el hiperrealista trabajo de George Wesley Bellows sobre aquella mítica pelea, y solitarios que sólo pueden compartir su soledad.

Cuanto menos se sabe del bailarín, más se agiganta su recuerdo y su inconfundible impronta: “Mirada de pájaro, postura, el ritmo, el pañuelo blanco de seda flameando y el cuerpo entrando y saliendo de toda clase de figuras improbables”. Como si Raúl, a quien apodaban Baby, se hubiera desmaterializado entre tanto humo criminal y perverso, configurando otro enigma dentro de la oscuridad sin límites que significó la dictadura.

Aquella foto, que a la vez sufre un itinerario tan errático como el del propio Baby, es el retrato de un beso, un extraño beso al borde de lo ilegal o, mejor aun, antirreglamentario que él le da a ella en medio de una figura de baile, algo insólito teniendo en cuenta su estricto profesionalismo, que termina perfilando la extrañeza extrema de lo que vendrá. Pero ese beso, al contrario del que le daba Superman a Luisa Lane para provocarle amnesia y asegurarse de que no pudiera identificarlo, parece profundizar esa ausencia a un extremo insoportable. Un beso que genera múltiples interrogantes: ¿Lo secuestraron? ¿Decidió realizar un cambio radical en su vida sin contarle nada a Alba? ¿La traicionó, en realidad, él a ella? Un beso omnisciente que se luce incluso en la sugestiva tapa del libro y que trasciende la propia novela, ya que remite hacia más atrás, hasta el anterior libro de poesía de Cuperman, que se llama, precisamente, El beso, y que proponía un extenso recorrido vital y filosófico a lo largo de cuatro décadas, a partir de un viaje biográfico que comenzaba en la India a mediados de los años sesenta, y desembocaba en Nueva York. También Todo lo que dure la noche establece puentes y pasajes entre los bajofondos porteños y los bares bohemios de Greenwich Village, donde, por ejemplo, hacía sus primeras armas un muy joven Bob Dylan.

Poético, envolvente, rítmico, obsesivo en la manera de narrar y mágico en la creación de sus atmósferas, acaso esa insondable incertidumbre acerca del paradero de Baby que por momentos hace pensar que, tal vez, nada tenga que ver con la dictadura es una eficaz manera de hacer referencia a esos años, a la vez que reconstruye el mundo de las milongas y prostíbulos.

“El auge de los espectáculos de tango muestra con bastante detalle cómo después del golpe del ’76 aumentó el flujo de exiliados argentinos”, se lee hacia el final de Todo lo que dure la noche, dando con una arista poco explorada de un ritmo que, inexorablemente, se baila hasta que no ardan las velas, y que de tanto sacarle viruta al piso se convirtió, desde el año 2009, en patrimonio cultural de la humanidad.

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Todo lo que dure la noche. Pedro Cuperman Corregidor 315 páginas
 
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