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Domingo, 5 de enero de 2014

ARO ARO ARO

No es fútbol pero es pasión. Y como corresponde al escenario, Mar del Plata, y a sus protagonistas –los equipos de Quilmes y Peñarol– se trata del básquet criollo, el de la Liga Nacional. Cien clásicos, cien historias cuenta momentos épicos que se juegan en la altura, entre el aro y el cielo, o el infierno.

 Por Fernando D´addario

No tiene la virulencia de un Newell’s-Central ni la beatitud sobreactuada de un La Dolfina-Ellerstina pero, para situar al lector en términos relativos, se parece más a la primera que a la segunda de las rivalidades citadas. No se trata de fútbol, sin embargo, más allá de que asuma como propia cierta mística futbolera. Es Peñarol-Quilmes, el choque más significativo que dio hasta ahora el básquet criollo, al menos desde que se creó la Liga Nacional. Es un duelo marplatense que genera año tras año conflictos familiares, cargadas, tensiones, sufrimientos y festejos. Es también una rareza que desestabiliza cualquier estudio ambiental sobre el básquet argentino, deporte atravesado por un fanatismo menos visceral.

El libro Cien clásicos, cien historias (publicado por Ediciones Al Arco, sello que debería haber sido rebautizado “Al Aro” para esta ocasión) escrito por el periodista Ariel Greco, tiene herramientas para interesar a propios y extraños. A los “propios” (ese núcleo duro o capilla que tiene cada actividad, deportiva o no) los seduce con un centenar de anécdotas plagadas de guiños, personajes y elementos de la “cocina” del básquet. Los protagonistas principales y secundarios –aunque parezca mentira, Manu Ginóbili forma parte de estos últimos, porque estuvo a punto de jugar para Quilmes, donde sí actuaron sus hermanos Leandro y Sebastián– desarrollan retrospectivamente una historia que es también la historia de la pasión de sus hinchas. Allí entran desde los 16 choripanes que se comió el gigante serbio Babic (2m 13 y 110 kilos) antes de ser la figura de un clásico, hasta la agresión que sufrió Rubén Wolkowyski de parte de los propios hinchas cerveceros tras haber afirmado que “la hinchada de Quilmes es la más amarga del país”.

Greco relata cada anécdota con el fervor de quien es parte del asunto (el periodista es marplatense, es un fanático del deporte en general, del básquet en particular y es hincha de uno de los dos equipos en cuestión, favoritismo que no será develado aquí) y el rigor de quien es capaz de ordenar las historias y darles un tono, un “tempo” narrativo compatible con la estructura cronológica. Aquel que no sabe nada de básquet se enterará de que Quilmes era una institución socialmente más prestigiosa que Peñarol, hasta que los sucesivos campeonatos milrayitas fueron dando vuelta los parámetros que dividen a los “ganadores” de los “perdedores”. Claro que la vida da pequeñas revanchas: en la temporada 2009-2010 la brecha entre uno y otro equipo se topó con una instancia paradójica. Peñarol ganó el Súper Ocho, la Interligas, la Liga de las Américas y la Liga Nacional. Además, se impuso en los siete clásicos disputados. Quilmes, como contrapartida, se fue al descenso de local frente a Olímpico, con un triple sufrido en el último segundo. Con esos pergaminos y esa mochila sobre los hombros, unos meses después se volvieron a enfrentar por la Copa Argentina y el equipo “de la B” le ganó al flamante campeón. Los de Quilmes festejaron como si hubiesen ganado la final del mundo.

Cien clásicos, cien historias. Ariel Greco Ediciones Al Arco 222 páginas

El libro funciona –acaso inconscientemente– con un mandato especular: cada personaje, cada historia, cada situación, tiene su contracara en la reacción rival, más allá de que el recuento de festejos sea muy favorable a Peñarol. En la contratapa figuran Oscar “Huevo” Sánchez, entrenador emblemático de Quilmes, y Sergio “Oveja” Hernández, el más famoso entre los que dirigieron a Peñarol. Cien clásicos, cien historias tuvo, siguiendo esa lógica salomónica, dos presentaciones, una para los milrayitas y otra para los cerveceros. No es de extrañar, teniendo en cuenta que en Mar del Plata hay boliches y restaurantes adonde van los de Peñarol y otros adonde concurren los de Quilmes, pacto no escrito que ha provocado más de un malentendido. A veces los extremos se tocan, o al menos se entienden: muchos años atrás el clásico propició –a partir de una apuesta– un acuerdo político entre dos legisladores de distintas bancadas. Los hinchas dirimen otras cuestiones en cada clásico. Cada cual sabe qué pone en juego. Lo cierto es que esta historia deportiva, estas cien historias de amores y odios, merecían este libro.

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