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Domingo, 9 de febrero de 2014

NOCHES PAGANAS

Si, como afirma el refrán, en la noche todos los gatos son pardos, en la Noche de San Juan de la novela del Premio Tusquets se va un poco más allá: los gatos son todos iguales, la desmesura se apodera de los hombres, el sexo estalla y el mundo adquiere un tinte alucinante. Los gatos pardos, de Ginés Sánchez, es una buena propuesta novelística, una vez que se supera el golpe españolísimo de sus primeros diálogos.

 Por Juan Pablo Bertazza

La literatura española suele crear una barrera que pronto se transforma en rechazo, una incomodidad, un alejamiento que podría asimilarse al deseo de ver una película con subtítulos. Es lo que sucede al principio de Los gatos pardos, ganadora del IX Premio Tusquets de Novela, que tuvo como presidente del jurado a Juan Marsé, y entre sus integrantes a Almudena Grandes, Juan Gabriel Vásquez, Betina González y Juan Cerezo.

Al principio, dan ganas de taparse los oídos por el ruido chirriante que nos provoca el español peninsular de los diálogos. Y se trata efectivamente –hay que avisarlo– de una novela repleta de conversación. Sin embargo, habría que sacar pecho ante esa sensación de rechazo que, enseguida, se desvanece, ya que lo que viene es una recompensa, hasta para ponernos frente a una novela original, precisa e imaginativa, cinematográfica y, por momentos, fascinante.

Los gatos pardos –título que alude al refrán sobre la confusión de la oscuridad de la noche– está ambientada en Murcia, justamente durante la Noche de San Juan, una festividad de origen pagano que tiene como objetivo celebrar la llegada del solsticio de verano. Consiste, básicamente, en encender una hoguera para dar fuerza al sol que, en esa época, se debilita, hasta el solsticio de invierno, de la misma forma en que los días se van acortando cada vez más. Estructurada en tres partes –“Alboroto”, “Légamo” y “Degüello”–, cada uno de los capítulos se va enfocando en una historia y un personaje en particular, aunque hay elementos en común que van hilando la narración, y en ese tejido sutil entre las historias, Los gatos pardos encuentra una de sus máximas virtudes: personajes como el guardaespaldas Jacinto y su señor, Don Jorge Illescas, una luna que es descrita de manera continua y permanente y que, a la manera del sol en El extranjero de Camus, va condicionando la conducta y las acciones de todos, o un extraño y recurrente sueño que tiene como protagonista a una mujer calva y ensangrentada que vuelve a manera de dibujos en la segunda parte, y se resuelve hacia el final del libro de manera impactante.

Un tríptico más un bonus track, una estructura que, por su eficacia y su calidad literaria, recuerda mucho a Cicatrices, de Juan José Saer. En la primera, la banda de Jorge Illescas, el gran señor, encara la difícil tarea de deshacerse de un hombre que se cargó a uno de sus protegidos, una sucesión de logística, vicios, festejos desmedidos y torturas –la más escabrosa es la de los candirús, pez que habita en el Amazonas, célebre por destrozar con furia los genitales con sus dientitos de púa– que desembocará en un cruento tiroteo que incluye una especie de poética notable de ese tipo de enfrentamientos: “Un tiroteo es una cosa de las tripas, del hígado, se dispara con el instinto, con la boca llena de cristales. (...) Alguien gime y de pronto hace frío. Aunque estés a mil quinientos grados. Aunque estén explotando volcanes a tu alrededor. Se te hiela el sudor y es como si el mundo se quedara vacío. Y se siente a la muerte que va arrastrando su vestido por el piso”.

En medio de esa violenta odisea, Jacinto se cruzará y deslumbrará con María, una quinceañera que vive como puede, cuando su estricta madre la deja en paz, y protagoniza la segunda historia del libro: un paseo alocado por la playa con un grupo de amigos que incluirá drogas, sexo en el auto, orgía, celos entre los practicantes y la llegada de la policía.

Los gatos pardos. Ginés Sánchez Tusquets 342 páginas

La tercera parte está dedicada a Ginés, misterioso vecino de María y Sonia, quien finalmente se da a conocer gracias al relato que hace de un doble asesinato mientras da cuenta de una extraña historia de amor con Mariamne, destinada, inexorablemente, al fracaso.

Hay algo muy interesante en el estilo de Ginés Sánchez, quien ejerció como abogado durante diez años, para luego tener diversos y extrañísimos trabajos a lo largo de todo el mundo –recepcionista de hotel en las islas Eolias, camarero en Dublín, guía turístico en La Habana y responsable en un proyecto de protección de tortugas marinas en Costa Rica–: sus personajes hablan como si declararan ante un tribunal inexistente, y el narrador los encauza, los dirige, como quien realiza un paseo guiado a un ciego, a quien terminará acuchillando por la espalda.

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