libros

Domingo, 6 de abril de 2003

La imaginación poscrítica

Por si nos da el tiempo
Julio Ramos

Beatriz Viterbo
Rosario, 2002
104 págs.

Por Alejandra Laera

En tiempos en los que el discurso de la crítica literaria está siendo cuestionado desde diversos frentes y cuando por momentos parece estar, en efecto, agotando su capacidad imaginativa, la pregunta está siempre al acecho: ¿qué hay más allá de la crítica? ¿Qué es lo que viene después? ¿Cuál sería la forma de la “poscrítica”?
Por si nos da el tiempo despliega una respuesta a ese interrogante, que desestabiliza las fronteras genéricas mientras ensaya una salida narrativa. Conocido por uno de los libros fundamentales de los estudios latinoamericanos de la década del ochenta, Desencuentros de la modernidad en América Latina, el puertorriqueño Julio Ramos incursiona en esta oportunidad en un campo configurado entre la ficción, la autobiografía y la crítica cultural. En ese campo, construye un lugar de enunciación desplazado –sin los requisitos de la academia, tampoco con las prerrogativas totales de la primera persona– desde donde volver a leer ciertos nudos culturales que retornan obsesivamente en sus trabajos. Casi una condición de la escritura, el desplazamiento marca también la situación enunciativa y pone en relación los diferentes temas y personajes que aparecen. De hecho, así podría resumirse la anécdota en la que se basa el texto: un profesor puertorriqueño de literatura que enseña en California y está de viaje en Cuba es entrevistado en un hotel de La Habana por un joven intelectual chileno que también está de viaje. Por si nos da el tiempo es el relato que el protagonista hace de toda esa entrevista unos años después, y está entretejido con retazos de otras vidas migrantes además de la propia: la de un tío suyo que fue exiliado político en Ecuador, la de la amiga cubana del joven chileno que termina como asesora cultural de un complejo hotelero en la Patagonia, la del escritor presidiario cubano Carlos Montenegro, la de William Carlos Williams con su bilingüismo, pero también, como en Desencuentros de la modernidad en América Latina, la de Sarmiento y sus viajes, o la de Martí en Nueva York. Al final, y casi a modo de puesta en abismo de la figura del desplazamiento, se reproduce la edición original de la entrevista que lleva el sugestivo título de “Ella escribía poscrítica”. Gesto anticipatorio o ironía retrospectiva, ese texto es el mismo que sirvió de posfacio a la reciente reedición chilena de Desencuentros..., aunque con un cambio en el título igualmente sugestivo: “Una historia apócrifa”.
En buena medida, Por si nos da el tiempo puede ser leído como una suerte de relato de los restos de Desencuentros de la modernidad en América Latina. O mejor: como el relato de lo que ha sido expulsado por los tiempos cronometrados de la crítica literaria, que ya no son más los tiempos distendidos del hoy devaluado “ensayo latinoamericano”. Así recolocados, los sujetos y la lengua, la literatura y la política, las tradiciones y las migraciones, adquieren una nueva faceta, en la que los “desencuentros” parecen convertirse en los “encuentros” de los migrantes latinoamericanos (viajeros, delegados o exiliados) en el cuarto o el hall de un hotel; encuentros fugaces que, sin embargo, tienen la capacidad virtual de cambiar la historia. Son esos restos, precisamente, los que se organizan asumiendo una forma nueva que podría ser la de la “poscrítica”. Quizá su cifra haya que encontrarla en el interior de la entrevista que cierra el libro, cuando el narrador proclama a Emilio Renzi como uno de los grandes críticos literarios latinoamericanos y le atribuye una fraseque define su busca: “la crítica es una forma de la autobiografía”. No nombra a Ricardo Piglia, cabe subrayar, sino a esa suerte de alter ego que protagoniza Respiración artificial y que, desde el lugar de la ficción, expuso al principio de los ‘80 sus teorías sobre Arlt y Borges, sobre el suicidio de Lugones o sobre la lengua nacional.
En ese mismo punto en el que pone en evidencia los límites de la crítica literaria más tradicional proponiendo su alternativa, el libro de Julio Ramos viene a suscitar, a su vez, nuevas preguntas. ¿Cuáles son los propios límites de eso que vendría a llamarse “poscrítica”? ¿Sería una suerte de modelo ese relato en primera persona construido entre el ensayo y la ficción, en el que se traman hipótesis literarias, artísticas y culturales? ¿Estaría siempre ceñida a esa forma o podría adoptar otras? En definitiva: ¿sería, antes que un recurso, un género, con sus reglas más o menos fijas, sus convenciones y su margen de transgresión?

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