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Domingo, 11 de mayo de 2014

LAS COSAS DEL QUERER

En 2008, Almudena Grandes empezó una saga de seis novelas llamada Episodios de una guerra interminable. Esta nueva entrega, la tercera, se ubica justo al final de la Guerra Civil y está protagonizada por una adolescente que sobrevive sin ubicarse claramente en ningún bando. Las tres bodas de Manolita, que como toda la serie remite tanto al bestseller de calidad como a los Episodios nacionales de Pérez Galdós, indaga en la historia reciente de España amplificando las voces que desde siempre estuvieron silenciadas.

 Por Juan Pablo Bertazza

No es fácil el vínculo que existe entre el tiempo y la guerra. No es menor la inestabilidad de los nombres de guerras ni la dificultad de establecer la duración absoluta de un conflicto bélico: hasta dónde pueden llegar las consecuencias directas, hasta dónde los efectos colaterales. Por citar sólo dos ejemplos poco ejemplares, la Guerra de los Cien años duró, en realidad, seis años más que los que indica su nombre, y la Primera Guerra Mundial fue conocida como la Gran Guerra, aunque nada hace suponer que la Segunda fue más benévola.

Apenas se entera Manolita, la protagonista del libro que nos ocupa, de la cantidad de años que le van a dar en la cárcel a su prometido, dispara una frase llena de cálculos, sensatez y sentimientos: “Sentí que me hundía en aquella cifra, que aquellos números tenían manos, que las usaba para empujarme en un nuevo abismo helado y pantanoso, porque frente a la muerte, treinta años no eran nada, una broma, pero ante la certeza de la vida, eran treinta veces un año, doce meses multiplicados por treinta, una catástrofe incomparable”.

Los números y la percepción de las cantidades, claro, tienen mucho que ver con Almudena Grandes. Desde sus comienzos, cuando en el año 1989 ganó celebridad, de un día para el otro, al obtener el XI Premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica con Las edades de Lulú que, además de haber sido llevada al cine (lo mismo sucedería con Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana y Los aires difíciles), fue traducida a diecinueve idiomas, hasta hoy, que su último libro, Las tres bodas de Manolita, lidera en España y otros países las listas de bestsellers.

Vencida o no, ésta es la tercera novela de la serie que Almudena Grandes tituló, en 2008, Episodios de una guerra interminable, haciendo uso de licencias literarias para dar nombre y palabra a la vigencia que pueden tener en el presente algunos hitos del pasado más allá de que se les intente dar la espalda, como es el caso de España, donde los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el franquismo son investigados en la Argentina.

Inés y la alegría (2010) y El lector de Julio Verne (2012, elegida mejor libro del año por los lectores del diario El País), las novelas anteriores de esta serie monumental, que tendrá en total seis libros, tenían estructura y objetivo similar: indagar en la historia reciente de España amplificando lo máximo posible las voces que desde siempre estuvieron silenciadas, personas comunes y corrientes cuya fortaleza y resistencia no fueron lo suficientemente contadas.

Si bien una obra semejante adquiere sentido cuando se la lee en conjunto, es cierto que cada una de las novelas que hasta ahora aparecieron se pueden leer de manera autónoma, aunque naturalmente se pierdan algunas conexiones interesantes entre personajes, escenarios y hasta libros que menciona la siempre prolífica Almudena Grandes, cuyo estilo parece oscilar entre el best seller de calidad británico al estilo Ken Follett –a quien suele mencionar en sus entrevistas– y el Benito Pérez Galdós de los Episodios nacionales, a quien suele aludir y referirse en cada uno de sus libros.

De esos dos creadores tan disímiles parece nacer, si cabe, Manolita Perales: la protagonista de este libro cumple la mayoría de edad justo cuando termina la Guerra Civil que, lejos de traer la paz, parece complicar aun más su vida. Ella no se destaca por nada: no es demasiado linda ni demasiado fea, no es brillante ni tonta, no es rica ni pobre y, más importante aún, tampoco tiene una ideología demasiado clara que la ubique en uno de los bandos más allá de la intermitente influencia de su familia. El Orejas, uno de los amigos de su hermano Antonio, la etiqueta entonces bajo el apodo “la señorita conmigo no contéis” por su supuesta falta de solidaridad.

Manolita, sin embargo, sobrevive a los tumbos en un país pobre y deprimido, con sus padres encerrados en prisión y su hermano comunista oculto en algún sitio de Madrid del que prefiere no acordarse, mientras cuida de su hermana Isabel y otros tres niños pequeños, sin novio, sin contención, triste, joven, solitaria y final, y bajo la amenaza de que todo puede llegar a ser peor: “Venirme abajo fue para mí tocar un suelo ficticio, porque sabía que no era el último, que había más, un abajo más hondo, más oscuro, el verdadero abajo, un doble fondo definitivo que me llamaba por las noches mientras daba vueltas sin poder dormir”.

Las tres bodas de Manolita. Almudena Grandes Tusquets 766 páginas

Uno de esos acontecimientos detrás del pozo sin fondo ocurre cuando Manolita acepta casarse con Silverio “Manitas” Guzmán, un mecánico que cumple su condena como preso político en la cárcel de Porlier con el objetivo de asesorarla para poner en funcionamiento una multicopista, máquina para reproducir un original, que cayó en manos de las autoridades del Partido Comunista Español pero nadie puede hacer funcionar. Mientras Manolita vive la insólita experiencia de ir a ver a su prometido en prisión –del que ni siquiera está enamorada–, la pandilla de amigos de su hermano cae de a poco, delatada por un traidor, y el mecánico se enfrasca con la máquina, también se desempolvan cuestiones del pasado, que van desde el robo de sus bebés hasta la explotación (muchos presos republicanos terminaron perdiendo la vida, por ejemplo, durante la construcción del Valle de los Caídos, la abadía que se realizó entre los años 1940 y 1958 por orden de Franco). Así, mientras el lector atraviesa más de setecientas páginas, Almudena Grandes encuentra la fórmula de su literatura: disimular el medicamento en medio de la golosina, exhibir –tan real y tan descarnado– lo siniestro en el marco de un costumbrismo aparentemente plano pero, finalmente, con densidad política.

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