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Domingo, 15 de junio de 2014

SODOMA Y GOMORRA

En un solo volumen se publican tres novelas de la serie de Patrick Melrose (Da igual, Malas noticias, Alguna esperanza) en las que el excepcional escritor inglés Edward St. Aubyn retrata, a partir de sus experiencias familiares más que traumáticas, los despojos de la aristocracia que supo protagonizar el cenit del imperio británico. El padre castigador es el eje. Y luego vendrán, para completar una excelente novedad editorial, las novelas de la madre.

 Por Rodrigo Fresán

Antes que nada: Edward St. Aubyn –como su transparente alter-ego Patrick Melrose, “versión intensificada de mí mismo con muchos de mis defectos mientras que yo poseo pocas de sus virtudes”, aclaró el responsable en una entrevista– fue repetidamente violado por su padre cuando niño y se hizo adicto a la heroína cuando joven (y por doce años) y, habiendo sobrevivido a su familia perfectamente disfuncional y a sí mismo, vivió para contarlo y contarlo muy bien.

Aclarado lo anterior y después de todo: St. Aubyn (Cornwall, 1960) no sólo es admirado por lectores y críticos sino, también, por escritores que lo leen y lo reseñan casi en estado de éxtasis y entre los que se cuentan nombres del calibre y talento de Edmund White, Francine Prose, James Lasdun, Zadie Smith, Allan Hollinghurst, Alice Sebold, Patrick McGrath, David Nicholls, Antonia Fraser y siguen las firmas, comparando lo suyo con Oscar Wilde, Marcel Proust, Evelyn Waugh, John Updike, Virginia Woolf, Henry Green, Samuel Beckett y Anthony Powell. Y, por una vez, todo esto está más que justificado y merecido.

Ahora, por fin, las primeras tres novelas de la saga-doméstica de Patrick Melrose –Da igual (1992), Malas noticias (1992), Alguna esperanza (1994), reunidas bajo el título general de El padre– llegan a nuestro idioma en lo que, sin vacilaciones, puede considerarse el acontecimiento editorial de esta rentrée. El Quinteto Melrose se completará el año próximo con La madre acunando a las dos últimas entregas de la serie: Mother’s Milk (2006, alguna vez en Anagrama como Leche de madre) y At Last (2011).

Y esto sólo es el principio: porque ya se ha anunciado nueva novela de St. Aubyn y hay otras dos –fuera del ciclo melroseano– igualmente celebrables: On the Edge (1998) y A Clue to the Exit (2001). Todo lo anterior para explicar que –si todo va más o menos bien, si queda algo de justicia y dignidad en este mundo– pronto muchos de los que ahora desfallecen ante las chejovianas faldas de Alice Munro deberían estar besando los patricios zapatos de Edward St. Aubyn hechos a mano por Joseph Cheaney & Sons, mientras Morrissey suena cantando sus tristezas y la liberación de sus tristezas en “Late Night, Maudlin Street”.

Aunque Patrick Melrose –antihéroe en constante caída– sea un verdadero artista de la postergación, el retraso y la suspensión de sus sentimientos hasta alcanzar, en las últimas páginas de su vida escrita, la siguiente oscura iluminación: “Creo que la muerte de mi madre es la mejor cosa que me ha sucedido desde... bueno, desde la muerte de mi padre”.

Y razones y motivos no le faltan a Patrick para pensar así: hijo de los despojos de una de esas familias que alguna vez dieron saltitos imperiales por los pasillos de Brideshead o los jardines de Howards End, el pequeño Melrose es testigo implacable pero también impasible de las bajezas de la clase alta británica y, especialmente, de las miserias sin fondo ni fondos de papá y mamá. El primero, David, noble decadente Made in the UK (en un episodio narrado por St. Aubyn con potencia y técnica magistrales que quitará el aliento a más de un lector) lo sodomiza a modo de castigo y se queda tan tranquilo. La segunda, Eleanor, heredera norteamericana, deja hacer y alienta su propia humillación mientras recorre el camino de la agresión pasiva vaciando botellas. Y Patrick los estudia y diagnostica con ojos de rayos X a menudo velados por las lágrimas de dolor, de furia, de desesperación y hasta de risa. La clave para sobrevivir, nos informa, es “observarlo todo, hablar consigo mismo con diferentes voces, dando rodeos a sentimientos inaceptables”. Todo con una prosa entre gélida e hipersensible. Un gran estilo que despierta constantemente la más regocijante y culposa de las sonrisas por, como apuntó alguien, su “gracia devastadora”, que casi obliga al subrayado constante de grandes descripciones y percepciones aforísticas, y que no busca la recuperación del tiempo perdido sino que sabe, y sufre, la imposibilidad de esconderse de tiempos que, aunque pasados, siempre te encuentran.

Así, todas las novelas de Patrick Melrose ocupan poco tiempo del presente –uno o dos días– pero se proyectan en todas direcciones. Y –definidas con precisión por James Wood en un perfil de The New Yorker como “un bildungsroman blasfemo”– van construyendo con actitud flemática y sarcástica el puzzle movedizo de un personaje al que conocemos de niño en una casa de verano en el sur de Francia; más tarde reencontramos como veinteañero en una nocturna Nueva York donde llega para recoger las cenizas de su progenitor y meterse dentro toda la droga que se pueda (Malas noticias es, seguro, uno de los textos definitivos del livin’ la vida junkie), y al que, por ahora, dejamos adentrándose en sus cuarenta años y en una desopilante fiesta en la campiña inglesa (a destacar el tramo en que Patrick intenta confesarle a su amigo Johnny el episodio más traumático de su vida mientras no deja de ser interrumpido por el camarero).

2014 nos traerá matrimonio, suicidio, paternidad, delirio New Age, infidelidad y, at last, un funeral que tal vez remate el círculo sin Patrick estar del todo seguro si ese círculo libera o encierra porque no olvida nunca aquel célebre poema de Philip Larkin: “They fuck you up, your mum and dad...”, etc.

Las novelas de Patrick Melrose: El padre. Edward St. Aubyn Mondadori 399 páginas

La publicación de las novelas de Patrick Melrose –reveló St. Aubyn en un reportaje– provocó que muchos conocidos aristocráticos de la vieja escuela dejasen de dirigirle la palabra porque “eso no se le hace a un padre”. A lo que St. Aubyn aclaró: “Los libros no son el pretexto para el escándalo; el escándalo fue el pretexto para los libros”. Y, atención, St. Aubyn no ha perdonado porque “hay algo moralmente condescendiente en el perdón”. Pero sí hay, de su parte, una extraña y poderosa forma de amor filial en el modo en que Patrick Melrose mira y contempla y ve a aquellos que, antes que nada y después de todo, le dieron la vida. Y, con ella, la fuerza para superarla. O, al menos, trascenderla con un puñado –con el puño cerrado que sostiene la pluma como si fuese un puñal– de cinco novelas insuperables.

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