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Domingo, 13 de abril de 2003

Tradiciones poéticas en Germán Carrasco

El extranjero

Calas
Germán Carrasco
Dolmen-poesía
Santiago de Chile, 2003
148 págs.

De todos los países sudamericanos, quizás no sea Chile el único que pueda vanagloriarse de una diversa estirpe poética, pero sí es el que cuenta con una de las dinastías más espectaculares y prolíficas del continente. Como de Irlanda se ha dicho que es una isla de bardos y de santos, de Chile podría decirse que goza de una auténtica raza de gigantes y archipoetas, con voces de la talla de Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, o los no menos encumbrados y ciclópeos Pablo de Rokha y Gonzalo Rojas. Pero eso no es todo: cuenta también con un encarnizado detractor de todos ellos: Nicanor Parra, el padre de la “antipoesía”, cuya influencia ha sido más que fecunda (en el país trasandino y en el resto del continente) y ha engendrado a poetas como Enrique Lihn, Barquero o Uribe Arce, por nombrar sólo algunos de sus herederos surgidos alrededor de la década del 50. El surrealismo también ha tenido un amplio predicamento, por supuesto a partir del Neruda de Residencia en la tierra, pero asimismo a través del grupo Mandrágora. Luego, a fines del ’60, empezaron a perfilarse algunas voces (Oscar Hahn, Gonzalo Millán, Waldo Rojas) más solitarias y dispersas, y quizás menos proclives a los excesos de la vanguardia.
Si bien la obra del poeta Germán Carrasco, nacido en Santiago de Chile en 1971, consta de apenas tres títulos publicados, ya ha merecido un amplio consenso tanto en su país como en Buenos Aires, donde recibió la distinción del último concurso hispanoamericano convocado por el Diario de Poesía y la revista Vox de Bahía Blanca. Es que el programa poético de Carrasco, como se pone de manifiesto en este ambicioso libro, aglutina todos los caminos trazados por la “tradición de ruptura” de la poesía chilena a un tiempo que –en palabras de Alejandro Zambra– “muestra una sensibilidad nueva”, quizás marcada por cierto desasosiego experimental y un léxico mediatizado propio de los años ‘90. En este sentido, Calas es un libro que ensaya todas las aleaciones poéticas conocidas sin terminar de acondicionarse a ninguna; desde el vitalismo anticapitalista al nihilismo formal, pasando por la experimentación tipográfica, la elegía, la “postal evangélica”, el cable de agencia noticiosa, la estética homeless, el yámbico, el surrealismo, el prosaísmo anglófilo, etc. Es por consiguiente una poesía que se despliega en un efecto “kermesse” (para usar un término que le gusta a Carrasco), sobresaturada de múltiples y antagónicos registros discursivos; escrita con un aliento visionario entre surrealista y “hipster”, y cuyas imágenes turbias y entrecortadas “para nuestro exclusivo goce y dolor/ se infiltran en el ambiente/ como el sigiloso humo que hace un saxo/ o como la cacheteada repentina de la amante/ que rompe el silencio de este parque/ y arruina la película al voyeur.” La poesía de Carrasco deriva en parte de las grandes líneas de fuerza de la tradición chilena así como de la “antipoesía” de Parra y Lihn, pero a su vez estrena el argot de un nuevo grupo generacional que intenta dar cuenta de su experiencia estética en un paisaje histórico y político arrasado completamente por el capitalismo salvaje.

Walter Cassara

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