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Domingo, 3 de agosto de 2014

LA FINAL DEL MUNDO

Cuando El libro de los mandarines fue premiado en Brasil con la Copa de la Literatura Brasileña, que entrega un grupo de entusiastas blogueros, se hizo hincapié irónico en que, excepcionalmente, esta novela no hablaba de las favelas ni de droga. Y sin embargo, a través de una ácida visión del mundo financiero, el autor, Eduardo Lísias, explicó que quiso escribir no sobre lo que los marginales le hacen a la clase media, sino sobre la violencia de la clase acomodada y consumidora.

 Por Laura Galarza

Hay otra copa en Brasil y no es la del Mundial. La Copa de la Literatura Brasileña la otorga un grupo de escritores blogueros de ese país reconocidos por apoyar la literatura nacional. La manera de llegar a esta copa también es por eliminatorias y participan las novelas publicadas durante el año. Eduardo Lísias (San Pablo, 1977) se hizo acreedor de este premio en el año 2011 por su quinta novela, El libro de los mandarines, recién editada en nuestro país. El jurado bloguero argumentó que este libro acaba con la tiranía narrativa paulista, “empecinada en hablar de bares, drogas y favelas”. Para entender esta afirmación, habría que anticipar que el libro de Lísias efectivamente pone el ojo en un mundo no muy explorado por la literatura, y no sólo la brasileña: el mundo de las grandes corporaciones financieras. El libro de los madarines aborda ese mundo a través de Paulo, un joven gerente de banco, obsesivo e inescrupuloso, que es elegido para viajar a China a desarrollar negocios. En correspondencia con la observación del jurado bloguero, Lísias declaró: “En Brasil, hasta hace algunos años, de lo que se hablaba en literatura era de cómo las clases bajas invaden el espacio de las clases altas. La llamada por los medios ‘violencia urbana’. Pero de lo que nadie habla es de la violencia de la clase dominante, consumidora. La de aquellos que ponen una cámara en sus edificios”.

Paulo, el personaje de la novela de Lísias, es admirador del ex presidente Fernando Henrique Cardoso (“el hombre que transformó Brasil”) porque también él durante su gobierno apuntó a hacer acuerdos económicos con China. “Ese impresionante país logró adaptarse en pocos años a la economía capitalista sin causarle prácticamente ningún trauma a su población.” Para viajar a China, Paulo deberá hacer un curso intensivo de mandarín, “porque es un idioma que obliga a utilizar los dos lados del cerebro” y además de hacer negocios, el joven ejecutivo espera encontrar la cura para su crónico dolor de espalda, que padece desde niño. Sueña con utilizar la Ceragem, una cama creada por los chinos que con solo 40 minutos por día promete resolver su problema. Por el viaje de Paulo, el libro se divide en tres partes: Brasil, China y Sudán, último destino a donde va a terminar el protagonista en un final entre impensado y desopilante.

A la vuelta de su viaje, Paulo sueña con fundar su propia consultora y escribir un best seller para ejecutivos acerca de cómo triunfar en las grandes corporaciones. “Acompáñese siempre de palabras de sentido positivo, y, en los documentos que su equipo redacta, prefiera aquellos términos que destaquen los resultados y la productividad.” Estos consejos dentro de la novela de Lísias funcionan como un tiro por elevación para retratar este mundo de manera sarcástica. Lo mismo sucede con el uso de la voz del narrador que, por momentos, toma el punto de vista de Paulo y por otros, pone distancia y mira a su personaje desde afuera, como burlándose: “Pero el gran amigo brasileño es un ejecutivo serio, exitoso y preparado para afrontar nuevos desafíos” O: “El blanquito se fue a dormir confundido”. Esa doble perspectiva de un mismo asunto, sumado a la manera irónica de contarlo, hace a la originalidad de la novela. También el uso del lenguaje, que termina siendo un protagonista más. Lísias se sirve de él para retratar este particular universo utilizando su jerga (networwing, casual day) y haciendo un manejo experimental con uso de clishés y repeticiones. Así, todos los personajes masculinos se llaman Paulo o sus derivados, Paul, Pol y las mujeres, Paula, como una manera quizás de representar lo uniforme y plano del mundo de los negocios, la falta de subjetividad que caracteriza a las grandes corporaciones. A la vez, se refiere a su personaje de acuerdo con lo que va sucediendo en la trama. Ejemplo: cuando juega al fútbol lo llama “De Belé no tiene nada”, otras veces, “brasilerinho”, “El cagón”, “El jorobado”. Este juego le permite también a Lísias ese desdoblamiento del punto de vista donde su personaje queda ridiculizado. Paulo es un personaje lineal, predecible y detestable por momentos. A saber: trata de “imbéciles” a la gente de limpieza; obliga a su secretaria a sacar la foto del sobrino del escritorio; asegura que solo los idiotas se quedan sin trabajo. Pero eso sí: necesita que le peguen mientras tiene sexo. Sin embargo, Lísias logra que se siga a este “mandarín” a través de las páginas (aunque por momentos caiga la expectativa o la tensión en la trama), generando simpatía y exasperación en partes iguales.

El libro de los mandarines. Eduardo Lísias Adriana Hidalgo 457 páginas

Lísias fue seleccionado por la revista Granta como uno de los diez mejores jóvenes escritores brasileños y estuvo en la Feria del Libro este año, donde San Pablo fue ciudad invitada y se difundió el auge de los Saraus: esas reuniones en bares de los suburbios donde se lee poesía toda la semana. Lísias, además de ser reconocido en su país por su apoyo a esta literatura divergente, suele levantar polvareda cada vez que publica. Divórcio, su última novela, editada en 2013 (aún no traducida al castellano), parece que dejó al descubierto, con nombres falsos pero fácilmente reconocibles, intrigas e intereses del mundo cultural de su ciudad.

Lo cierto es que además de lo provocador que puede resultar Lísias, no es frecuente la ficción que transcurra en el universo financiero. Quizá porque podría resultar tedioso si no hubiera alguien que lo contara de manera interesante. Y éste parece ser el caso.

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