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Domingo, 9 de noviembre de 2014

LARGA DISTANCIA

Todavía era una América latina donde Inglaterra tenía más peso económico que los Estados Unidos y la influencia cultural era eminentemente francesa. Las relaciones de nuestros países y Europa durante la Primera Guerra Mundial son un tema que ha sido soslayado y que Oliver Compagnon abordó con prolijidad y una encomiable curiosidad por salir a investigar por fuera de la impronta militar de las historias sobre la Gran Guerra, explorando en la vida cotidiana, los medios y las costumbres de Argentina y Brasil.

 Por Sergio Kiernan

Un tango temprano, instrumental, bailable y tan olvidado como olvidable, lleva el misterioso nombre de “El Marne”. Oliver Compagnon, francés y profesor del Instituto de Altos Estudios sobre América Latina de la Sorbona de París, lo silbaría como ejemplo de su tesis. Es que este historiador le encontró un enorme agujero a su disciplina, la de ignorar casi por completo o directamente ningunear las consecuencias de la Primera Guerra Mundial de este lado sudamericano del océano. Su libro América Latina y la Gran Guerra es parte del diluvio causado por el centenario de la masacre europea, pero es de los que abre nuevos temarios. Compagnon abre carpetas viejas, se mete con Borges y Xul Solar, explica que hubiera tangos por batallas en Francia, entiende a Leopoldo Lugones y hace desfilar enterita a la primera vanguardia del modernismo brasileño, de Bilac a Athayde, reinterpretados desde la trinchera.

El libro se frena deliberadamente en 1939, cuando arranca la segunda gran masacre, porque ahí nadie tuvo la opción de quedarse afuera. El nudo del libro es el fin “del largo siglo XIX”, el que va de julio de 1789 a agosto de 1914, de las barricadas de París a las trincheras de Flandes, y su efecto en las naciones periféricas. Nueva Zelandia y Australia explícitamente reconocen el desastre de Gallipoli como el comienzo de su vida política autónoma, el momento en que se dieron cuenta de que no eran realmente ingleses de ultramar y empezaron a hacer la suya. En Argentina y Brasil nada fue tan claro, pero nada fue tampoco tan leve.

La primera decisión que hay que tomar y que Compagnon toma es la de salirse del foco militar que tanto controló y controla la historia de la Gran Guerra. Si es por sangre, Argentina estuvo afuera y Brasil la sacó casi gratis, aunque envió algún buque de guerra a la costa africana y una misión médica a París. En ambos países, pero sobre todo en el nuestro, hubo contingentes de voluntarios, extranjeros residentes o sus hijos que marcharon a Europa a ponerse el uniforme. De hecho, ahí arrancó una tradición argentina, la de los criollos de nombre inglés transformados en pilotos de la RAF, grupo humano que hasta hace poco tenía un discreto club en un chalet.

Pero como porcentajes de las poblaciones generales, estos voluntarios fueron una gota, con lo que el tema pasa por otro lado. Compagnon acierta en centrarse en los vínculos reales con Europa, los económicos, los culturales y los personales. Antes de la ruptura causada por la locura militar existía un mundo hoy ini-maginable de orden, con imperios, monarquías ancestrales, un bloque americano de repúblicas y un planeta declarado oficialmente como incivilizado o casi, y por tanto colonizado. Sólo Etiopía era independiente en Africa, sólo Afganistán no tenía bandera ajena en Asia –por falta de interesados, más que nada–, China era una presa mordisqueada y Japón ya nacía como potencia, después de ganarle una guerra a Rusia y de entrar con los Aliados en la de 1914-1915.

En una América latina dominada por los capitales ingleses y la cultura francesa –otra cosa inimaginable, la escasa importancia de Estados Unidos– la guerra marcó muy fuerte la vida cotidiana. Argentina fue neutral, bajo gobierno de Fraude Patriótico y después de 1916 bajo el radicalismo, una neutralidad gratamente aceptada por los británicos. Este país y Brasil comenzaron a industrializarse protegidos por la barrera paraarancelaria de los submarinos alemanes y la reconversión de las industrias europeas al material de guerra. Ya no había ni buques ni fábricas para vendernos cosas como ladrillos, inodoros o cables, con lo que se empezaron a hacer por aquí. La disrupción fue tal que hasta se empezó a buscar petróleo en serio, insumo hasta ese momento asumido como importado.

Donde Compagnon se pone realmente agudo es en demostrar la inmensa importancia que tuvo la Gran Guerra en los medios y la vida cotidiana brasileña y argentina, la pasión con la que se siguieron las batallas. Es notable ver las caricaturas de Caras y Caretas a la par de las de O Malho, los avisos de Bisleri con los uniformes de cada país, o las interminables ediciones de Sin novedad en el frente en portugués como en castellano. Una consecuencia de esta cobertura obsesiva fue dejar de idealizar a Europa y a los europeos, y empezar a buscar modelos más propios de pensar las cosas. Este primer nacionalismo de la desilusión implicó tanto a un Carlos Ibarguren como a un Rui Barbosa y explica, según Compagnon, ciertos cambios ideológicos de Leopoldo Lugones. No es casual, subraya el autor, que Brasil tuviera un fuerte movimiento lusitanista al mismo tiempo que Argentina viviera una corriente hispanista, tendencias diferentes en sus expresiones pero iguales en despegarse de modelos franceses, ingleses y alemanes.

América latina y la Gran Guerra. El adiós a Europa (Argentina y Brasil, 1914-1939) Olivier Compagnon Crítica 346 páginas.

El libro sigue por rumbos económicos y se detiene con ganas en la cuestión social, con la revolución rusa y el internacionalismo de la época pintados con colores fuertes. Y cumple con su misión, la de cubrir un agujero en nuestra historia y revelar un grado de globalización hasta ahora ignorado. Y que explica que un restaurante francés de Buenos Aires se llame Los Ex Combatientes y que el barrio de Constitución tenga un club Di Reduci de Guerra, entre otras muchas cosas.

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