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Domingo, 16 de noviembre de 2014

CRÓNICAS MARCIANAS

Urgencias del presente, como la trata de personas y la violencia doméstica, se vuelven materiales de un futuro distópico en Las chanchas. Félix Bruzzone ahonda en líneas de libros anteriores como Los Topos y Barrefondo y avanza hacia un realismo delirante que no deja de reconocer una tradición argentina.

 Por Damián Huergo

Según el Diccionario de la Lengua Española, la palabra chancha tiene dos acepciones. Por el lado del mundo animal, sirve para identificar a la hembra del cerdo (para más datos: se las debe mantener encerradas en corrales pequeños, inundados de barro, que –por lo general– están apartados de los centros urbanos y de los cascos centrales de las casas familiares), en sintonía semántica, por el camino salvaje del hombre se utiliza el vocablo para nombrar a la mujer sucia, a la piba puerca, a la chica dejada, grosera para hablar e infame para proceder, tal la vara moral de la RAE. A la vez, en palabras de Gordini, uno de los personajes que anima Las chanchas, “Chanchas” es el apodo que reciben las mujeres secuestradas para la explotación sexual y laboral. Félix Bruzzone, en su última novela, toma el acontecimiento criminal –con sus respectivos conductos policiales, mediáticos y culturales– y lo somete a su universo narrativo controvertiendo los hechos.

Desde los cuentos de 76 (acaba de ser reeditado por la editorial Momofuku), como en sus novelas Los topos y, en especial, Barrefondo, Bruzzone viene desarrollando una especie de realismo alucinado, maravilloso y gradual. En su literatura, lo real y lo disparatado conviven, se complementan, confunden. Las chanchas no es la excepción. La trama –el detonante al menos– empieza en el Planeta Marte; pero desde el uso del lenguaje ordinario y coloquial Bruzzone nos ubica en un suelo cotidiano, cargado de modismos y hábitos circulantes en cualquier periferia urbana.

La historia nos llega, en el primer bloque, por medio de Andy. El hábil problema –en términos narrativos– es que Andy duda de su percepción: los marcianos colgados en los árboles, el territorio Marte que habita, las armas cargadas y los conejos masticados por perros callejeros podrían no existir. Lo mismo sucede con la aparición impetuosa de Mara y Lara, dos quinceañeras que llegan a la casa familiar de Andy escapando de un secuestro, para –luego– vivir confinadas en el mundo frágil y delirante de sus salvadores.

Como en La villa, de César Aira, Bruzzone se encarga en Las chanchas, de un material actual, de una problemática coyuntural de aquí y ahora, para luego alejarse progresivamente diluyendo el tema en beneficio de lo descabellado e ilógico. Otra similitud con el universo de Aira, es la voz ambigua de los narradores. Una que es directa, por el corte etnográfico y testimonial propio del que protagoniza los hechos; a la vez, una voz que resuena indirecta al contar lo sucedido con displicencia, con la distancia del que no asume el compromiso de sus acciones. Tanto Andy como Gordini (su amigo y posible secuestrador) o las chicas encerradas en una casa de puertas abiertas dudan de la forma, del sentido de aquello que les está sucediendo. No dudan en clave de engaño, sino en tono de incomprensión, de reflexión introspectiva acerca de sus pasos y, sobre todo, de aquellos atropellos que podemos cometer sin dilucidar –por entero– nuestras intenciones. Este hacer constante de los personajes los lleva a un trip de escenas disparatadas, maravillosas y naturalizadas en su encadenamiento narrativo. Por ejemplo, Mara concurre de incógnito a “La marcha de los palos”, donde una troupe de caceroleros indignados reclaman por las chicas y “por más seguridad”.

Así como la literatura de Bruzzone tiene líneas de fuga con el universo Aira, también comparte meridianos con los –denominados– post Aira Daniel Guebel y Sergio Bizzio. El personaje feminizado de Andy recuerda a José María, el protagonista masculino de Rabia, por su artificial delicadeza y su predisposición a ser “amo de casa” en medio de la aventura. Ese rol parece ser su única certeza, su ancla de identidad ante una travesía que lo enajena de su yo. Sin embargo, la asociación de Bruzzone al radar post Aira pasa, en particular, por el uso de la trama; mejor dicho, por el desuso. En Las chanchas el argumento potente se va disgregando en escenas insólitas, construidas para que se luzcan los personajes en detrimento de la ilación narrativa. De a poco la fuerza inicial empieza a desinflarse, creando una especie de distopía del agotamiento, de la dejadez; como si la misma novela se mimetizara con la desidia (una palabra que se repite varias veces en la novela) que acarrea la mayoría de los personajes.

La estructura de Las chanchas remite a la misma tesis. Dividida en tres partes, en tres voces narrativas; donde cada apartado funciona como un sistema de postas entre varios personajes que se pasan el relato una vez que se agotan de contarlo. La novela empieza con la mirada alucinada de Andy; luego prosigue desde la voz adolescente de Mara, que historiza su vida y aporta otra dimensión a los vínculos construidos en su extraño cautiverio, y, por último, concluye en la prosa de Romina, la mujer de Andy –importada por Bruzzone de su anterior novela Los topos–, a quien se le activa una memoria y un pasado militante en HIJOS, y escribe textos breves, cargados de silencios, hiatos y desesperanza.

Las chanchas. Félix Bruzzone Literatura Random House 222 páginas

Siempre es complejo escribir literatura partiendo desde la coyuntura; postergar la pulsión de escribir sobre los hechos que están aconteciendo sin tomarse el tiempo de procesarlos. En Las chanchas, Bruzzone incluye el presente real en su universo de ficción, ligando traumas del pasado (desaparecidos) centrales en su literatura, con continuidades actuales (la trata como la nueva picadora de carne humana). La pregunta, otra vez en su obra, es cómo narrar lo político. En Las chanchas Bruzzone apela al presente, despegándose de un lastre biográfico, apelando a sistemas literarios que desdeñan de la experiencia pero que se resiste –como autor– a cederla. De ese modo cuenta un presente de violencias extendidas y de amores prematuros. Un presente de relaciones que ensayan formas nuevas, que las buscan, que las encuentran, y una vez que las tienen se preguntan ¿qué hacemos con esto?

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Imagen: Rafael Yohai
 
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