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Domingo, 7 de diciembre de 2014

REGRESO AL SUR

En la última novela de Antonio Dal Masetto, Imitación de la fábula, un hombre abandona el sillón y el departamento en el que se la pasa rumiando sobre el tiempo y la memoria y súbitamente emprende un viaje hacia el sur, cruzando un bosque patagónico, lanzado a una búsqueda misteriosa. Este comienzo remite, a su vez, a otro viaje al sur, el que marcaba el inicio de todo en Siete de oro, aquel libro de 1969 que se convirtió en cifra secreta de una época y que le valió la bien ganada fama de autor vital, peregrino y dueño de un estilo incomparable. Muchos libros posteriores confirmarían este perfil de Dal Masetto, quien en esta entrevista repasa esa trayectoria que, desde su primer libro de cuentos, Lacre, lleva ya cincuenta años en el camino.

 Por Angel Berlanga

Un tipo pedalea en el vacío, divaga, deambula de un ambiente a otro en su departamento, se siente encerrado, atrapado, con la memoria que le falla, sin ganas de enterarse de lo que pasa fuera, ni de asomarse a los medios, ni de atender el teléfono las pocas veces que suena. “A menudo tiene la impresión de haberse retirado voluntariamente del mundo, del de antes, del de ahora –escribe Antonio Dal Masetto casi al comienzo de Imitación de la fábula–. Para refugiarse en este agujero. A veces se queda adormilado en el sillón de mimbre, se va, se va, y después, al regresar, los ojos todavía cerrados y las imágenes del sueño esfumándose, se dice que a lo mejor ya no se encuentre en su departamento de tres ambientes de un sexto piso sino cruzando un bosque patagónico camino a la cordillera. Podría ser que esté allá. Tal vez solamente sería cuestión de desearlo con suficiente fuerza. ¿O las cosas no ocurren de esta manera? Seguramente no.” Entre esa inercia, ese malestar que lo anquilosa, también a la vez trabaja despacio una acumulación de energía de signo contrario que percute una y otra vez en su conciencia: “Tengo que encontrar la forma de salir de esto, cuando me lo propongo puedo ser un hombre con voluntad, con iniciativa, con buena imaginación, tengo que imaginar algo, imaginar, imaginar, la imaginación es todo”.

Tres páginas le bastan a Dal Masetto para retratar a Vito, el protagonista de Imitación de la fábula, en sus días opacos; dos párrafos más allá su personaje ya ha tomado una decisión, un taxi a la terminal y un par de ómnibus, y tras una veintena de horas de viaje, un tramo en un camión al que le hizo dedo y una caminata por un sendero, se detiene en medio de un puente de madera que cruza un arroyo. “‘Yo estuve alguna vez dentro de esta escena, sobre este puente, con las truchas abajo y la amenaza de tormenta allá enfrente. Puedo verme en aquel otro momento. ¿Cuánto tiempo hace?’ Se esfuerza por recordar. Viejas imágenes vienen hacia él. No lo tenía claro hasta llegar a ese arroyo, pero ahora sabe a qué viajó al sur. Viajó para volver a subir a la cima de un cerro donde estuvo cuando era joven. Es un trayecto largo, debe llegar antes de que oscurezca. No lejos del arroyo comienza el bosque a través del cual deberá marchar para llegar a las montañas.”

“Hay elementos de esta novela que están en otros libros míos: el viaje, el bosque, ir a buscar una montaña –dice Dal Masetto en el estudio de su departamento, un sexto piso, sentado en su sillón de mimbre–. El viaje está en casi todos mis libros, desde el primero: Siete de oro es un viaje al sur. De paso, me doy cuenta de que en mi primera novela y en esta última se trata de viajes al sur: en el medio no hay ninguno que lo haga. Pero el viaje está siempre; también es cierto que yo creo que el viaje en sí mismo, como imaginario, está siempre en todas partes. La vida de uno es un viaje, si uno quisiera dibujar una imagen es el tránsito, siempre estamos viajando. No es nada original, pero bueno, a veces uno lo usa para escribir y a veces no.”

EN LA ESPESURA DEL BOSQUE

Lo extraño viene después, lo extraño en este nuevo libro de Dal Masetto está en ese registro de fábula que ya aparece esbozado en esas pinceladas del comienzo y se instala en cuanto se decide a cruzar el bosque, ante una nube oscura que avanza: “Entonces vayamos una vez más hacia los riesgos posibles y los miedos posibles y todos los obstáculos posibles”. Entre los árboles enseguida se le aparece una chica de unos doce años que sigue sus pasos a unos cuantos metros de distancia, temerosa y decidida a la vez. “¿Cómo es posible desconfiar de todo?”, se pregunta cuando al fin consigue franquear un primer diálogo y descubre, en simultáneo, que sobre todo está interrogándose a sí mismo, en quien descubre “una suerte de indefinible sospecha hacia todas las cosas”. En el camino a través del bosque irán encontrándose con una serie de personajes y situaciones que pueden leerse como estereotipos sociales en los que Vito observa rasgos propios, tics, tentaciones, desafíos, enigmas, y también su compañera de travesía irá desgranando su historia, su fuga de la ciudad de los castrados. Es fabulosa la prosa de Dal Masetto en este libro, la sutileza con la que el registro realista se entrevera con luces, sombras, personajes y diálogos que de pronto revelan su impronta irreal, unas veces en apenas un flash, otras veces en escenas y situaciones expandidas. “Los personajes aparecen desde una óptica casi onírica –dice Dal Masetto–, porque parecen muy reales respecto de lo que cuentan y actúan, pero al mismo tiempo son algo extraños, los vas encontrando en un bosque, paso a paso, como si realmente fuera un cuento infantil.”

El tres ambientes en un sexto piso, los cuadros colgados en las paredes, (“dibujos a lápiz, témperas, acuarelas, realizados por personas que quiso o quiere”), las fotos de amigos, la reproducción de un desnudo de Modigliani por encima de su computadora: todo eso refiere a la vez al departamento de Vito y al estudio en el que habla Dal Masetto. “Ya no tengo mucha idea de qué surgió primero –dice–, supongo que la idea de un viaje al sur, el regreso a alguna parte donde había algo que valía la pena, que en algún momento se sintió que valía la pena y que quizá después se perdió. En fin, estas cosas que le pueden pasar a todo el mundo cuando se echa una mirada sobre el pasado. Después uno va armando con retazos; se me planteó arrancar desde la ciudad y eché mano a lo que tenía alrededor: éste puede ser un personaje bastante parecido a mí en algunos aspectos, y para darle color y vida a un par de páginas apelé a cosas e imágenes con las que te sentís identificado, que existen, que de algún modo afirman lo que estás haciendo y te dan algo de seguridad, que no son una cosa etérea, un poco con la esperanza de que cuando eso te pasa a vos, por algún camino el que lee lo percibe como algo real. Real en cuanto a que tiene cierta solidez y fuerza, que no es un invento banal, porque todo eso está cargado de alguna historia. Ahí arrancó.”

Lo demás –dice Dal Masetto– fue el entrecruzamiento de los dos caminos que aparecen en el libro, la aventura que encara el protagonista y la opresión de la que procura huir la chica. “Más que una aventura diría que es un recorrido en el que él enfrenta cosas personales –señala–. Y la chica podría ser como una especie de grillo parlante, se me acaba de ocurrir, una suerte de voz de la conciencia: En realidad lo que nos rodea es esto, a mí me pasó. Supongo que el trabajo fue intentar darles equilibrio a estos dos elementos, que la balanza se mantuviera más o menos siempre en un nivel y que los dos pudieran transcurrir. Eso más o menos. Uno se olvida de lo que ha ido haciendo y cómo. Seguramente he tirado mucho papel, siempre descarto mucho. Trabajo a partir del desorden, por llamarlo de alguna manera; no es que tenga una idea clara, una estructura preestablecida, un plan a partir del que diga ‘bueno, ahora lo sigo paso a paso’. No. Y me interesa el desorden, además. Anoto y anoto y en un momento digo ‘bueno, a ver qué hay en todo esto’. Elijo algo y trato de redondear, un par de páginas, por ejemplo, que pueden resultar el último capítulo. Un final que en principio te satisfaga puede ser un buen punto de partida, porque puede funcionar como faro: ‘Voy hacia allá’. Cuando salió lo del bosque y lo del viaje seguramente apareció, también, la idea de que para darle libertad a lo que se venía podría pensar en la fábula, o el cuento de hadas: ¿cómo darle cabida al mismo tiempo a esta boca del personaje con la realidad circundante? Por lo tanto hacía falta un personajito que le soplara en la oreja cosas que lo venían neutralizando ya desde la primera línea, porque es un personaje bastante intrascendente desde el punto de vista de lo vital, alguien que está entregado, casi anulado, y tiene que decir ‘salgo a buscar algo’. Más o menos eso. No tengo mucho más que decir sobre los elementos que integran el libro.”

Los encuentros con los sucesivos personajes pueden leerse como tomas de postura ante un hipotético paisaje artístico literario, un tipo que alardea con que conoce a fondo la región y a cada uno de los sujetos del lugar, con que podría indicarles cómo manejarse, qué conviene y qué no, y sin embargo no afloja información, o la llegada al Gran Atalaya, donde “los dos eruditos” compiten en un salón en el que cuelgan trofeos de caza, cabezas de ciervos o jabalíes: “Sin duda, la parte más bella del cuerpo femenino son los pechos”, dice uno; “No estoy para nada de acuerdo, es el trasero la parte más estética del cuerpo femenino”, cruza el otro. Más adelante, en una zona arrasada del bosque, encuentran a un viejo inclinado sobre un cuaderno en blanco que cavila sobre una historia en la que está todo definido y sentenciado, en la que da lo mismo el principio o el final, en la que no se puede variar nada. Que no, dice en principio Dal Masetto, que se trata más bien de obsesiones personales del protagonista, que no escribió pensando en “el bosque literario”. Cuando se le insiste un poco y se entra en detalle, explica: “Bueno, eso puede estar, no digo que no, pero hay cosas que uno tiene incorporadas, que las pone y no necesariamente las piensa –dice–. Están. Uno es así. Tiene esa cara. Cuando sale a la calle, ésa es la cara de uno. Y uno se reconoce, si se mira al espejo, con la escritura y con ciertas ideas. Yo jamás me planteé el tema de si narrar historias o no: siempre para mí la historia fue lo fundamental. Tengo una novela que se llama Demasiado cerca desaparece, en la que todos los personajes se dedican a contar historias. Por lo tanto está bien lo que observás, pero el libro no es una manera de afirmar nada, de contradecir o atacar nada, de defenderse de nada: simplemente, es así. Además no soy un teórico, tampoco: a la literatura la siento de esta manera, así la expreso y se acabó. Y me interesa poco lo que pase afuera. Lo que se discute, que se discuta; si se dicen cosas inteligentes serán aprovechadas por el que las escuche o las lea. En mi caso lo tengo claro: para mí es la historia, es el estilo. Trabajo mucho, eso sí me preocupa: cómo escribir una buena página. Fundamental. Que no haya palabras inútiles, que al final de la página hayas dicho algo. Me ha tocado leer a autores muy premiados que digo bueno, adónde van; llego a la página 50 y digo voy a terminar, porque realmente... qué me quiere decir..., no me está contando nada, no me enriquece... Veo buen oficio y nada más. Uno quiere que le cuenten algo. Vuelvo a lo de siempre, ella lo dice en el libro: ‘Quiero una historia que empiece con Había una vez’. Es el punto de partida: si escuchás eso, ya te quedás prendido. Es la herencia que tenemos. Así de simple. A mí me vale. Es lo que hago”.

SIEMPRE HAY UN CAMINITO

Varios viajes de regreso se superponen en Imitación de la fábula. Dal Masetto tuvo su primer gran viaje en 1950, cuando tenía doce y se vino con su familia desde su Intra natal, en el norte de Italia, hacia la Argentina, hacia Salto, el pueblo bonaerense en el que atravesó la adolescencia. La vuelta al paisaje de Siete de oro es, de algún modo, un retorno a su primera literatura: esa novela, publicada en 1969, también tenía como punto de partida Buenos Aires y una búsqueda en principio indefinida, otro retorno, porque su protagonista ya había estado allí, una geografía en la que se entrevé Bariloche, la ciudad en la que Dal Masetto vivió cuando tenía veintipico. Entre los flashbacks del joven protagonista de Siete de oro están los de un muchacho que se escapó desde su pueblo de provincia a Buenos Aires para sobrevivir en lo que se pueda, o un viaje con un amigo, Miguel, a Brasil, o el recuerdo del abuelo muerto en el lejano paraje de la infancia, de los tiempos de las lecturas de Salgari, de las voces alemanas que eran el miedo de la guerra; algún personaje de este libro asegura que el sitio está “lleno de nazis” refugiados, y quizá los viejitos que espantan a escopetazos a Vito y a la chica mientras cruzan el bosque sean algunos de ellos. Regresos: está la trilogía de la vuelta a Tarni (Intra en la ficción), Oscuramente fuerte es la vida, La tierra incomparable y Cita en el lago Maggiore, y también la vuelta, en La culpa, a un morro brasileño en el que el narrador se impregnó de alguna forma de la felicidad. Un modo quizá de ir hacia lo que lo evoca en “Montañas” como su recuerdo más lejano, un texto breve incluido en El padre y otras historias, una noche fría en la que avanza cuesta abajo de la mano de sus padres, y los tres ríen. “Ahí, rodeados por montañas invisibles, estamos dentro de un momento absoluto”, escribió Dal Masetto. Subir, buscar, para acaso luego poder bajar, así.

Hace unos días a Dal Masetto lo premiaron con el Konex de platino en la categoría Novela por el período 2011-2013. “Uno lo recibe con gusto y agradecimiento, pero no es que me entusiasme mucho con los premios –dice–. ¿Qué pienso? Bueno, que han pasado los años y estoy viejo –se ríe–; que me estoy volviendo viejo, en realidad. A la vez, si uno mira o lee quiénes son los jurados, que son muchos y es toda gente absolutamente respetable y con larguísima trayectoria y conocimiento del tema, se dice: ‘Bueno, si me han señalado, es porque algo hicimos’. Y además, parece una institución que tiene una actividad importante desde lo cultural, y desde hace muchos años. En fin, eso, las pequeñas cosas que a uno se le pueden ocurrir.”

Cincuenta años atrás Dal Masetto armaba su primer libro, Lacre, un puñado de relatos que consiguieron una primera mención en Casa de las Américas de Cuba. “Ese libro fue a La Habana y supongo que se editó allá: acá no se publicó –recuerda Dal Masetto–. Llegó allá por alguien que viajó, porque era imposible mandarlo por correo. Así que ese libro, así, se perdió, porque yo después rescaté alguno de esos cuentos, o los reescribí, en fin. Se nombra porque en algún momento apareció en alguna solapa, pero no cuenta demasiado.”

¿Te parece?

–Bueno, sí en el sentido de que logré escribir un primer libro de cuentos después de unos pocos años de estar en Buenos Aires y armarlo, mandarlo, que lo consideraran. En ese sentido sí, pero luego, por su valor..., había algunas ideas interesantes que después utilicé, algo para otros cuentos, unos pedazos para alguna novela... Esas cosas que uno hace, retazos de acá y allá... Decís: “Está imagen está buena, o esta imagen vale la pena, la uso... ¡Total es mío, y hago lo que quiero!”.

¿Qué hacías en ese momento, 1964, en qué laburabas?

–No sé, de cualquier cosa. A lo mejor de nada: a ver... Por ahí pintaba paredes, o estaba en alguna fábrica. Algo antes de eso trabajé un par de años en una oficina pública, en los Tribunales de Quilmes: estaba en un mostrador y cosía expedientes. Tenía que ir con corbata. Y después, cuando me fui, me juré que nunca más usaría corbatas: ¡y nunca volví a usarlas! Les tomé asco. Inclusive tengo un libro, que en su momento publicó Torres Agüero y estoy tratando de rearmar, que se llama Reventando corbatas. Son historias con personajes de ciudad, con hombres como protagonistas, y en el cuento que da título al libro el tipo un día, mirando en su roperito las cuatro pilchas que tiene, descubre una corbata y se horroriza: cuánto tiempo hará que está acá esa corbata, se pregunta, y empieza un ceremonial de martirio y destrucción.

¿Y cómo fue que armaste aquel primer libro, en qué ámbitos te movías, cómo hiciste para presentarlo en el Casa de las Américas?

–Cuando llegás a una ciudad como Buenos Aires, grande, en la que no conocés absolutamente a nadie, y vas a vivir a una habitación de una pensión con cinco tipos más, empezás a buscar laburo, te metés, qué sé yo. Y en algún momento, por alguna de esas casualidades misteriosas, te empezás a hablar en un bar, una librería, o lo que sea, con alguien, y ese alguien te conecta con otro y resulta que por ahí son personas a las que les interesa la literatura, o la pintura, y de repente entrás en un mundito al que parecías no tener acceso por ningún lado. Siempre hay un caminito. Y eso es lo que pasó. En ese momento conocí a un tipo, Miguel Grinberg, y juntos sacamos una revista que se llamaba Eco contemporáneo. El emprendedor era él, yo no entendía demasiado desde el punto de vista de cómo sacar una revista y él mucho tampoco, pero tenía empuje, inventiva. Ahí yo publiqué mis primeros cuentos. Y así la relación con el mundillo de los libros se fue ampliando. En algún momento junté esos papeles y así fue. Creo que fue el mismo Miguel el que los llevó a La Habana.

Dal Masetto tiene otra novela ya terminada: dice que se desarrolla en Mallorca –otro viaje–, la ciudad en la que viven desde hace años su hija y su nieto, el sitio en el que pasa unos meses al año, pero prefiere no adelantar más. Cuando termine la entrevista contará un poco, también, de un circo y un boxeador, el proyecto en el que trabaja en estos días: suele cruzar el océano con un buen caudal escrito para pulir a fondo ya de aquel lado. No es un tipo que disfrute como loco de las entrevistas, Dal Masetto: capaz que al contrario. “Hay gente que se maneja bien, que tiene facilidad de lenguaje y le gusta hablar –dice en ésta, que ya llega al final–. En realidad lo curioso, tal vez, es que uno termina y muchas veces –no siempre pero en general sí– lo que espera es que vengan a decirle de qué se trata el libro (se ríe). ¡Y no que vengan a preguntarte! (se ríe algo más). Te decís: A ver qué dicen las notas, las críticas, algunos lectores conocidos: qué viste, qué te pareció. Estuve buscando durante un año o dos, ahora quiero alguna respuesta.”

Imitación de la fábula
Antonio Dal Masetto
Sudamericana
144 páginas

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Imagen: Xavier Martin
 
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