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Domingo, 28 de diciembre de 2014

DESDE LA CUNA

Primera entrega de la premiada trilogía de Entre Ríos, Letargo es además una novela autónoma (fue finalista del premio Rómulo Gallegos), en la que Perla Suez revisitó el mundo de los inmigrantes de origen judío a través de los cuadernos de infancia y adolescencia de una mujer que pugna por sobrevivir a la tragedia familiar y el acecho de la locura. Ahora se reedita a quince años de su aparición.

 Por Sebastián Basualdo

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. ¡Yo no sé!, escribió César Vallejo, y tal vez en esa duda que se impone como un grito se encuentre la impotencia frente a lo inexorable. Sin embargo, muchas veces y pese a todo hay que continuar viviendo. De la manera que sea pero vivir. Sólo que vivir no es el mero hecho de estar en el mundo y hay una clase de golpe, un dolor tan inimaginable que hasta las palabras mismas se resisten a nombrarlo, porque media el absurdo entre ese hecho absolutamente contra natura y las palabras, acaso un quejido de animal herido de muerte que no puede entender lo que debiera aceptar como destino, ¿un designo de Dios, acaso? Una mujer se divorcia o muere su marido y las palabras la designan como divorciada o viuda. No hay término para esclarecer en qué circunstancia queda una mujer cuando se le muere un hijo. Si no puede sobrellevarse ese dolor, resulta esperable que haya una manera de combatirlo por medio de la locura. Y esto es lo que ocurre en Letargo, novela con la que Perla Suez fue finalista del premio Rómulo Gallegos y que Edhasa vuelve a publicar casi quince años después de su primera edición. “Tiemblo mirando por la ventana la luna llena que avanza. Tiemblo cuando me parece que mamá dice que mi hermano no se murió y lo repite hasta que la voz se apaga. Tiemblo cuando miro el sitio donde estuvo sumergida. De pronto grita que estamos enfermos, muy enfermos, grita. La madre busca al hijo por la casa en la noche, en las piezas, en el pasillo. La madre escribe en la pared de su dormitorio, con un lápiz de labios, devuélvanmelo”, recuerda Déborah o lo escribe, según, porque Perla Suez, con un dominio técnico notable desdobla a su narradora, pasa de primera persona a tercera con la naturalidad de quien hace convivir en un mismo instante detenido para siempre en el pasado a la niña que escribía sus emociones y pensamientos en cuadernos con la mujer que cuarenta años más tarde vuelve a levantar piedra por piedra los restos de una memoria que se le impone con sus leyes arbitrarias y asociativas; porque hay mañanas arquetípicas como diría el poeta y ciertos días son más sensibles que otros. “Todo se acerca o se aleja, según la disposición del día y la disolución de la luz”, dice Déborah. “Han pasado casi cuarenta años y, cuanto más palidece la imagen de quienes amé, menos consigo rehacer el espacio en el que yo nací y, sin embargo, el intento de reconstruir cada momento vivido en mi casa persiste, como el eco que esos recuerdos dejaron en mí.”

Letargo recorre los siete cuadernos que escribía Déborah siendo niña y adolescente como quien contempla un álbum familiar y tiene la posibilidad de narrar cómo era esa familia de origen judío que se instaló en Basavilbaso, Entre Ríos, constituida por su abuela materna, mujer de carácter fuerte y decidida, cuya personalidad deja una impronta muy fuerte en la nieta con su amor incondicional y limitaciones culturales, a la que llamaba “bobe”, naturalmente, siempre discutiendo con su yerno porque no le perdona que se haya inclinado hacia el Partido Comunista y haga de la honestidad un culto, trabajador asalariado, un hombre simple, entrañable para la niña, al igual que su madre Lete, una mujer hermosa y joven, sencilla hasta en los detalles más complejos. “Entré a la cocina y escuché que la bobe le decía a papá que para traer hijos había que tener plata, y que papá dijo: ‘Kishen tujes’.” Perla Suez logra de manera sutil y delicada representar la mirada infantil dentro de esa cosmología que es su familia, colmada de inocencia y miedos pero sin juzgar en la revisión, y eso es uno de los grandes logros que tiene Letargo, como un modo de recordar que los adultos muchas veces no se cuidan de hacer o hablar ciertas cosas porque olvidan o simulan olvidar que también fueron niños que escuchaban y veían y podían colmar ese espacio de incomprensión con la paralizante sensación de verse amenazados. Los cuadernos de Déborah permiten que el lector la acompañe lenta, gradualmente, en el modo en que un niño incorpora y procesa el dolor de los seres que ama.

“Escuché al doctor Yarcho que decía que mi hermano había muerto durante el sueño. Dijo: muerte blanca. Papá también dijo muerte blanca, la voz quebrada, seca. Mi hermano estaba en la cuna. Lo habían tapado, pero la bobe le descubrió la cara para que yo me despidiera.” A partir de este momento Letargo se convierte en una novela dolorosamente dulce, la fatalidad irrumpe y desarraiga para siempre la mirada adánica de una niña que se convierte en un testigo silencioso de la gradual descomposición de su familia en el momento exacto en que su madre se sumerge en la locura como único modo de sobrevivir a tanto sufrimiento. “La madre se inclina sobre ese espacio, al lado de su cama, como si el hijo estuviera en la cuna. Mamá llama a mi hermano. La niña piensa eso que no puede entender. Las palabras no son muertos que con tierra se pueden tapar.”

Letargo. Perla Suez Edhasa 107 páginas

Letargo es la primera de las tres novelas que, junto a El arresto (2001) y Complot (2004), conforman la Trilogía de Entre Ríos con la que Perla Suez recibió el Primer Premio de Novela Grinzane Cavour y el Primer Premio Municipal de Novela del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Delicada e intensamente poética hasta desplazar por completo cualquier asomo de realismo costumbrista, es una novela entrañable, intensa, escrita por una de las mejores escritoras argentinas contemporáneas.

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