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Domingo, 12 de abril de 2015

CIRCO BIT

Historias de computadoras tan célebres como los hombres que las inventaron y, sobre todo, de algunas mujeres pioneras ligadas al desarrollo de la informática son las que cuenta Patricia Borensztejn en Sobre mujeres, hombres y máquinas, resultado tanto de su rol como profesora de computación en Ciencias Exactas como de su más íntima aproximación a la poesía.

 Por Juan Pablo Bertazza

Hay algo con los nombres. Como si los cambios abismales acumulados en las últimas décadas hubieran obstruido las cañerías de la palabra, como si la metamorfosis tecnológica no terminara de acomodarse a nuestro aparato de digestión simbólica. Ordenador, computadora, procesador: todas las etiquetas parecen haber perdido eficacia, todos los nombres quedaron viejos. “Hoy tenemos todo el tiempo en la mano celulares o portátiles que son terminales bobas, es decir, solo tienen sentido si están conectadas a la nube, que es el conjunto de servicios (algunos gratuitos y otros pagos), que almacenan archivos personales e información de Internet para los usuarios. Yo creo que hay que cambiarles el nombre a las computadoras: ya no computan, sólo se comunican”, explica Patricia Miriam Borensztejn, profesora en el Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y doctorada en 1990 en la Universidad Politécnica de Cataluña, que decidió titular a su último libro Sobre mujeres, hombres y máquinas. Relatos informáticos pero no tanto.

Lejos de los tediosos manuales operativos, Patricia Borensztejn tuvo un hallazgo: se metió a trabajar en ese inconmensurable basurero de la tecnología informática (cuyos residuos se acumulan día a día, invento tras invento y actualización tras actualización) para extraer el carbón que convierte en diamante a los libros: las historias y el asombro.

“Quise contar cómo funcionan las computadoras. Pero uno nunca termina haciendo lo que se propone, sale otra cosa. Y lo que salió también me gustó. Es una mezcla de cómo son y cómo fueron tanto las computadoras como los hombres y mujeres que las inventaron”, reflexiona la autora.

Con precisión de programadora y sensibilidad literaria, Sobre mujeres, hombres y máquinas (se puede adquirir por www.mercadopago.com) ejecuta una serie de relatos para explicar distintos capítulos de la historia reciente olvidados o mal aprendidos: la célebre Eniac creada en 1946 y reconocida como la primera computadora digital electrónica, aunque en rigor hubo una anterior en 1937, diseñada por un tal John Atanasoff, que pasó sin pena ni gloria y hoy no figura ni siquiera en Google; revelaciones acerca de Seymour Cray, el ingeniero de las supercomputadoras, algo así como el abuelo de Bill Gates y Steve Jobs; y la aún más desconocida historia del matemático Manuel Sadosky, curioso pionero de la informática en Argentina que, sin haber visto en su vida una computadora, fue el máximo responsable de que en 1960 el Pabellón 1 de Ciudad Universitaria pudiera contar con Clementina, una modelo Mercury de la firma inglesa Ferranti.

Todo eso cuenta el libro de Borensztejn mientras el lector se distrae aprendiendo qué es un bit, por qué las memorias de los equipos funcionan como muñecas rusas, cómo el milenario libro del I Ching (cuya traducción es, de hecho, “libro de las mutaciones”) inspiró el desarrollo de las computadoras, de dónde viene esa no promulgada pero siempre vigente Ley de Moore que anunció con notable exactitud que cada año y medio se duplica la velocidad de los equipos; las razones por las que con una cámara digital no hubiera funcionado el cuento de Cortázar “Las babas del diablo” y, en consecuencia, la película Blow-Up de Antonioni; e incluso las posibilidades de que alguna vez alguien logre aprobar el Test de Turing, realizado por el notable matemático (que se quitó la vida dos años después de haber sido procesado por homosexual) con el objetivo de indagar si puede una máquina ser inteligente en serio y no sólo smart.

La pregunta del millón es, en ese sentido, la que Borensztejn responde a lo largo de todo el libro: ¿es posible que una máquina haga algo que el hombre o la mujer no puedan hacer? Es a partir de esa incertidumbre –y de la certeza de que detrás del desarrollo de las computadoras siempre estuvo la guerra– que cierra una idea que el libro enuncia sin decir: en el fondo, la historia de las máquinas no es otra cosa que la historia del ser humano. Injusticias, peleas, descubrimientos y esperanzas que se cuelgan o van a la papelera de reciclaje. Y, entre todos esos temas, el lugar de la mujer que anuncia el título del libro.

La autora recupera dos historias que son de las más impactantes de la investigación: la de las seis programadoras, los verdaderos cerebros detrás de la Eniac que fueron injusta e intencionalmente olvidadas, y la de la hija de Lord Byron, una eximia programadora que preexistió a las computadoras: “Me gustó mucho encontrar una carta que Ada Byron le escribió a su madre, cuando estaba separada ya de Lord Byron en la que le imploraba: si no podés darme poesía al menos dame ciencia poética. Ella, como todos nosotros, necesitaba la poesía, tanto como las matemáticas y la ciencia”.

La articulación con la poesía no es aislada ni casual y la pone en práctica la propia autora, que fue presa política de diciembre de 1974 a julio de 1980 y en su libro Hay que saberse alguna poesía de memoria (merecedor del Premio Casa de las Américas en la categoría literatura testimonial) ya había destacado la importancia que puede tener la literatura en momentos extremos. Entre las muchas referencias culturales de Sobre mujeres, hombres y máquinas se cuentan relatos de Asimov y la película Her, acerca de la pasión de Theodore por su sistema operativo, que ganó un Oscar en 2014 al mejor guión: “Me gustó la película porque describe la relación que hoy tenemos muchos con la tecnología, estamos comunicándonos más con nuestros teléfonos que con las personas que están al lado nuestro. Es muy raro si uno lo piensa, tan raro como Her”.

¿Qué otro escritor anticipó alguna idea acerca de las computadoras?

–Un autor que me asombra mucho es Bradbury. Hay un cuento de él donde unos niños juegan en una habitación con una pantalla que les proyecta una escena de una selva. Y ellos pueden entrar a esa selva, Eso es realidad virtual. Bradbury la vio no sé cuántos años antes de que existiera. Lo terrible es lo que sucede después en el cuento, que te lo podés imaginar.

Sobre mujeres, hombres y máquinas. Patricia Miriam Borensztejn Antigua 134 páginas

Si hiciéramos un ejercicio de ciencia ficción, ¿cuál pensás que podría llegar a ser el próximo salto tecnológico, a la altura de lo que significó en los últimos años Internet?

–No lo sé, pero me encantaría que se diera en el transporte, que los aviones sean mucho más rápidos y los autos pudieran volar, que pueda ir a Barcelona un fin de semana y volver.

¿Qué es lo mejor y lo peor que le dio al ser humano la computadora?

–Lo mejor: estar comunicados, lo peor: estar comunicados.

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