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Domingo, 31 de mayo de 2015

UNA CONSTELACIÓN FAMILIAR

Lejos de las novelas caudalosas estructuradas alrededor de un árbol genealógico, Katja Petrowskaja recurrió en Tal vez Esther a la historia de su familia judía de origen ucraniano para analizar la diáspora del siglo XX y sus acontecimientos más terribles, como la Segunda Guerra Mundial. El resultado es una novela lírica, compuesta de fragmentos y frases duras e incisivas.

 Por Juan Pablo Bertazza

“Constelaciones familiares” es el nombre de una terapia alternativa bastante nueva, con muchos adeptos y detractores, que mezcla psicoanálisis, teoría sistémica y antropología social. Aunque tiene algunos antecedentes (Jung y Alfred Adler, por ejemplo), su máximo referente es el sacerdote Bert Hellinger, psicoterapeuta formado en la escuela de Viena que encontró cómo tratar conflictos, angustias y preocupaciones repetidos entre los miembros de un grupo, como patrones de identidad. Según esta idea, entre los integrantes de una familia funciona una especie de conciencia común (familiar) de la que no es consciente cada uno de los sujetos.

“Al principio pensaba que un árbol genealógico era como uno de Navidad, un árbol con adornos sacados de cajas viejas. Algunas bolas se rompen, frágiles como son, algunos ángeles son feos y robustos y sobreviven a todas las mudanzas”, reflexiona Katja Petrowskaja casi al comienzo de Tal vez Esther, una estupenda ópera prima que en 2013 se quedó con el prestigioso premio Ingeborg Bachmann y está siendo traducida a más de veinte idiomas.

La frase que expresa la autora, narradora y personaje descollante del libro es, al mismo tiempo, un plan de acción, un manifiesto. Porque esta novela se propone contar el siglo XX a partir de la historia recuperada de los integrantes de una familia en la que, según cuenta, hubo de todo: “un campesino, muchos maestros, un provocador, un físico y un lírico, pero sobre todo leyendas”. Al menos, eso dice ella antes de recordar y cuestionar esa frase tramposa de Tolstói en Ana Karenina (que luego retomaría Carlos Fuentes para dar título a uno de sus últimos libros de relatos) según la cual las familias felices se parecen en su felicidad y sólo las familias infelices son originales.

Tal vez Esther no incurre en la asociación infundada entre tragedia y originalidad pero sí es una verdadera novedad literaria, una ficción que pone el cuerpo en la trinchera y encarna, en cierta forma, una constelación familiar, de la misma forma que En busca del tiempo perdido o Ulises raspaban el psicoanálisis desde la literatura.

El boomerang de Petrowskaja es tan original como contundente: recuperando la historia de su familia judía de origen ucraniano que atravesó diversos países europeos por la persecución nazi, no solo recorta el siglo XX sino que revela también quién es ella misma: Katja nació en Kiev en 1970, estudió Literatura en Estonia y, por decisión de sus padres, realizó un doctorado en la Universidad de Moscú a raíz de la catástrofe nuclear de Chernobyl en 1986. Desde 1999, se instaló con su marido alemán en Berlín y ahí trabaja como periodista para medios rusos y alemanes, como el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung. “En Estonia fui parte de la ocupación rusa; en Moscú, una provinciana de Kiev. Es difícil ser medio extranjera en todas partes, por eso prefiero ser del todo extranjera en Berlín”, resume con sus propias palabras literarias.

El título del libro, que a simple vista parece desentonar, condensa la gran potencia de esta novela: porque en ese viaje incesante por el pasado y la memoria que emprende la autora, no encuentra garantías acerca del verdadero nombre de su bisabuela paterna, asesinada en Babi Jar (en las afueras de Kiev) en el terrible suceso que perpetraron los nazis entre el 29 y el 30 de septiembre de 1941, cuando fueron exterminados casi todos los judíos –33.771 personas– que quedaban en la ciudad, casi a la vista de los demás habitantes.

La posibilidad, la mera conjetura que el propio padre de la autora del libro le ofrece (“creo que mi abuela se llamaba así, nunca la llamé por su nombre, yo le decía ‘babushka’ y mis padres ‘madre’”) para nombrar a una de las figuras inaugurales de la familia –la que no pudo escapar porque su edad no le permitía moverse es la iniciadora de esa familia que poco antes había logrado huir de la ciudad de Kiev– da cuenta de las fronteras difusas con las que trabaja este libro, que saca lucidez de la más densa oscuridad y poesía del más recalcitrante silencio.

Pero Esther no es la única leyenda familiar: también están los otros bisabuelos, que trabajaban para una escuela de sordomudos donde, además de enseñar a hablar sin palabras, distribuían la comida entre chicos hambrientos, una abuela llamada Rosa que, luego de quedar ciega, adoptó la costumbre de acumular distintas capas de escritura en un mismo papel (“una línea se metía dentro de otra, la siguiente se recostaba sobre la anterior, algunas se superponían como curvas de arena en la playa”) y un tío abuelo que intentó un atentado contra Herbert von Dirksen, agregado de la embajada alemana, en 1932, es decir, apenas un año antes del ascenso de Hitler al poder.

Frankenstein construido con retazos consanguíneos, los pequeños capítulos de este libro constituyen verdaderas piedras preciosas sobre cada miembro del clan y mezclan documentos, fuentes históricas, redes sociales y hasta entrevistas como la que le hace la autora a un sobreviviente del campo de concentración austríaco de Mauthausen.

Tal vez Esther. Katja Petrowskaja Adriana Hidalgo 285 páginas

Tal vez Esther es, además, una enorme encrucijada: hay un cruce de lenguas (la autora deja de lado el ruso para escribir en alemán, que según cuenta es el idioma de los sordos porque eso quiere decir en ruso la palabra “alemán”, niemeteski), un cruce entre pasado y presente (la Segunda Guerra mundial confluye con el actual conflicto por Crimea), e incluso hay un cruce entre lo textual y lo visual ya que el libro incluye retratos de los familiares, y otras ilustraciones de memoriales y campos de concentración. Fragmentario y contundente. Bello y devastador, Tal vez Esther da una gran estocada a la civilización con frases tan siniestras como familiares: “Si Caín mató a Abel y Abel no tuvo hijos, ¿quiénes somos nosotros?”

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